Luego de que los padres son confinados en campamentos de transformación por medio de educación, sus hijos terminan en manos del Gobierno maltratados, malnutridos y deprimidos.
por Xiang Yi
Gulina (seudónimo), una niña uigur de 9 años procedente de la región sureña de Sinkiang, quien solía ser alegre, ahora a menudo llora amargamente. Desde que fuera enviada a un internado local, la sonrisa ha desaparecido de su rostro.
«Extraña mucho a sus padres, quienes fueron enviados a campamentos de transformación por medio de educación mientras ella fue enviada aquí», le dijo a Bitter Winter una antigua maestra de la escuela. «Ella solía ser una buena estudiante, saludable y feliz, pero ahora su estado de ánimo se ha vuelto sombrío, adelgazó mucho y no puede concentrarse en clase ni cuando hace su tarea. Siempre está de mal humor. Cuando le pregunté si estaba enferma, solo negó con la cabeza».
Más de 40 niños uigures viven y estudian en el internado junto con Gulina porque sus padres se encuentran detenidos en los campos de internamiento de Sinkiang, junto con personas de etnia kazaja y otras minorías étnicas. Según datos gubernamentales, aproximadamente medio millón de niños uigures han sido enviados a internados especiales, y el Partido Comunista Chino (PCCh) planea construir una o dos instituciones de este tipo en cada uno de los más de 800 municipios de Sinkiang para fines del próximo año.
«Los estudiantes de los internados tienen más tiempo para estudiar, pero esto no significa que obtengan mejores calificaciones. Por el contrario, su rendimiento académico empeora», explicó la maestra. «Viven con miedo y no están de humor para estudiar».
Lo único que hace feliz a Gulina es una visita al hogar de sus familiares una vez cada dos semanas. «Cuando llega el día, generalmente se comporta de manera distraída y no puede esperar para abandonar la escuela», continuó la maestra. «Lo primero que hace ese día es darme para que firme su solicitud para poder salir el fin de semana». De acuerdo con el reglamento de la escuela, todos los estudiantes que deseen abandonar el establecimiento educativo deben obtener el permiso firmado del director y tomarse una foto juntos.
En cuanto a los estudiantes que no van a visitar a sus familiares, la escuela organiza ver películas adoctrinadoras que alaben al Partido Comunista y ayuden a borrar su identidad étnica.
«A los estudiantes se les suele dar un cucharón de arroz y verduras para sus comidas y siempre tienen hambre», la maestra continuó describiendo las condiciones en el internado, donde se sentía impotente al no poder ayudar a estos niños. Cada vez que ella les preguntaba si se sentían llenos y satisfechos, los niños bajaban la cabeza y susurraban «no».
Según la maestra, la escuela le da a cada niño un tubo de pasta de dientes y una pastilla de jabón para que les dure medio año. Solo pueden beber agua del grifo, la cual no es apta para el consumo y puede enfermarlos. El agua caliente es proporcionada en cantidades limitadas y solo cuando hace frío.
Una maestra de escuela primaria procedente de la región central de Sinkiang le dijo a Bitter Winter que en su clase hay aproximadamente 50 estudiantes uigures, la mayoría de cuyos padres se encuentran confinados en campamentos, y que sus familias vivían solo del subsidio de subsistencia gubernamental de 300 yuanes (alrededor de 43 dólares) al mes. Cuando la escuela exigió que los estudiantes pagaran más de 80 yuanes (alrededor de 11 dólares) por el uniforme, las madres de algunos de ellos llamaron para decir que no podían afrontar dicho gasto.
«Una madre me llamó y me dijo que su esposo estaba lejos, y que la familia ni siquiera tenía dinero para comprar comida, por lo que el uniforme estaba fuera de discusión», recordó la maestra. «La mujer abandona su hogar muy temprano todos los días y regresa tarde para poder hacer trabajos eventuales que le permitan llegar a fin de mes. No tiene tiempo para cuidar a su hija de 8 años, quien se cocina y va sola a la escuela. Veo que usa ropa sucia, está estresada, rara vez habla y apenas sonríe en clase».
En Korla, la segunda ciudad más grande de Sinkiang, las personas a menudo ven a un oficial de policía acompañando a un grupo de niños uigures, de entre 3 y 6 años, que son llevados a un hogar de asistencia social. Sus padres se encuentran confinados en campamentos de transformación por medio de educación, por lo que tienen que ir a un hogar de asistencia social después de la escuela, en lugar de ir a sus hogares, donde serían amados y cuidados por sus familias.