Oficiales de policía procedentes del interior de China que trabajaron en Sinkiang revelan detalles de las medidas de control empleadas por el PCCh para reprimir a los musulmanes uigures.
por Chang Xin
«A lo largo de todas las calles de Ürümqi, la capital de Sinkiang, hay puestos de control de seguridad emplazados cada 500 metros, cada uno de los cuales es vigilado por más de dos docenas de oficiales de policía», le dijo a Bitter Winter un joven asistente de policía, de aproximadamente 20 años, que trabaja en norte de la provincia de Sinkiang. «Una estación encargada de patrullar áreas designadas las 24 horas del día los 7 días de la semana consiste en cuatro puestos de control. Si en un puesto de control se produce un incidente, diez o más autos de policía con aproximadamente 50 oficiales de los otros tres puestos llegarán inmediatamente después de escuchar una alarma en los walkie-talkies». El mismo añadió que, de acuerdo con los requisitos de mantenimiento de la seguridad pública local, los agentes de policía deben aparecer en la escena del incidente dentro del plazo de un minuto luego de haber oído la alarma. Los que no lo hagan serán sancionados.
El oficial afirmó que en Ürümqi hay más de 100 000 agentes policía. Se siguen anunciando numerosas vacantes para puestos en organismos de seguridad pública a lo largo de toda la provincia de Sinkiang. Debido a que más del 90 por ciento de los uigures no pasan las revisiones políticas requeridas por el Gobierno para trabajar en la administración pública, una gran cantidad de oficiales de policía de toda China están siendo enviados a Sinkiang para el «mantenimiento de la seguridad». Tras completar su tarea y regresar a casa, el Departamento de Seguridad Pública los recompensa con méritos.
“Cada oficial de policía está equipado con un teléfono inteligente jingwutong conectado a las bases de datos gubernamentales para poder verificar la información de todas las personas que residen en Sinkiang: dónde reabastecen sus autos, su alejamiento en hoteles, su historial de Internet, dónde toman el tren, y cosas por el estilo. Incluso se verifica la información sobre sus familiares”, continuó el oficial. “La policía puede interrogar e investigar a cualquier persona que camine por la calle en cualquier momento. Un uigur que conozco fue detenido 34 veces en un solo día”. Los oficiales pueden inspeccionar los teléfonos de las personas en busca de información «sensible», como, por ejemplo, comentarios críticos sobre el Gobierno. Las personas pueden ser enviadas a campamentos de transformación por medio de educación por esto, añadió el oficial, y también si poseen creencias religiosas.
“Los uigures se sienten aterrorizados cuando nos ven; si notan un auto de policía a la distancia, toman un desvío”, afirmó el oficial.
Otro oficial añadió que las personas con antecedentes penales son sometidas a una vigilancia prolongada. “Tres generaciones de sus familiares inmediatos serán considerados culpables por asociación y estarán inhabilitados de obtener empleo, rendir los exámenes de acceso a cargos públicos y obtener beneficios estatales. No solo sus viajes están restringidos, sino que también se controla a sus familiares y se les prohíbe salir de la ciudad”, afirmó. El oficial recordó a un uigur de Bole, la capital de la prefectura autónoma mongol de Bortala, en Sinkiang, quien fue puesto en una lista de vigilancia durante tres años. Incluso luego de transcurrido ese tiempo, cuando sus familiares quisieron viajar a Ürümqi para ver a un médico se activó una alarma, ya que su nombre aún se encontraba en la lista. Los mismos fueron obligados a regresar a sus hogares.
Un oficial de policía de la misma prefectura le reveló a Bitter Winter que la mayoría de los campamentos de transformación por medio de educación de Sinkiang están construidos en lugares relativamente remotos. «No son fáciles de detectar para las personas que no son locales», añadió. “Las intersecciones de los caminos que van a los campamentos están vigiladas por policías especiales. Si alguien llega a estas carreteras por accidente, será intimidado por policías equipados con armas de fuego”.
«Incluso los oficiales de guardia tienen que pasar por tres puestos de control antes de ingresar a estos campamentos debido a su alto secreto», continuó. El oficial recordó una visita a uno de los campamentos para una inspección de seguridad contra incendios. “En el primer puesto de control tuve que entregar mis dispositivos electrónicos y otras cosas, como, por ejemplo, un cortaúñas. Me entregaron un permiso y me permitieron pasar al segundo puesto de control, donde me sometieron a un registro y escaneo corporal tras indicarme que me quitara los zapatos. Luego de ello, llegué al tercer puesto de control situado dentro del campamento. Me dijeron que no me pusiera en contacto con los ‘estudiantes’ que estaban adentro. El personal utilizaba walkie-talkies para comunicarse, ya que los teléfonos móviles están prohibidos para evitar que se tomen fotos y se filtre información”.
Un oficial de policía que había trabajado en Sinkiang durante dos años le dijo a Bitter Winter que siente mucha pena «por las personas que tienen que permanecer en estos campamentos durante mucho tiempo y se ven obligadas a estudiar maoísmo y las políticas de Xi Jinping a diario». «Luego de ser liberados, no vuelven a ser los mismos: por lo general, no pueden distinguir lo bueno de lo malo y han perdido la capacidad de juicio normal», afirmó. «Además, sus familiares a menudo se niegan a aceptarlos por temor a verse implicados».
Otro oficial de policía, quien en el año 2018 fue contratado para trabajar en un campamento de transformación por medio de educación a través de un sistema de reclutamiento en línea, recordó que en una celda de diez metros cuadrados permanecían confinadas más de una docena de personas. Según él, en la misma solo había dos camas que los detenidos tenían que compartir para dormir, tomando turnos.
El oficial recordó que en una ocasión se quedó dormido mientras estaba de servicio, y fue descubierto por su superior, por lo que fue castigado y obligado a sentarse en un banco de tigre, un dispositivo de tortura utilizado para interrogar a los reclusos, durante 24 horas. El hombre cree que estos campamentos no son adecuados para las personas. Aproximadamente dos tercios de sus 30 colegas no pudieron soportarlo y renunciaron.