Nada es más típico de la cultura y la religión tibetana que las banderas religiosas. Las mismas ahora están siendo derribadas, aldea tras aldea, a medida que la persecución religiosa se intensifica.
por Massimo Introvigne
Es difícil imaginar al Tíbet, a Bután, a Nepal, a Mongolia o a Ladakh sin banderas de oración. Por todas partes cuelgan cuerdas con pequeñas banderas de tela con símbolos y textos religiosos. Las mismas forman parte del paisaje, pero para los budistas son mucho más que eso. Son artefactos sagrados, que se cree que crean paz y armonía. Sus cinco colores —azul, blanco, rojo, verde y amarillo— representan los cinco elementos y las cinco sabidurías del budismo.
Los devotos creen que el viento, al mover las banderas de oración, esparcirá la compasión y la buena voluntad en beneficio de los budistas y de los no budistas. Por esta razón, a los budistas no les importa que los occidentales que creen en diferentes religiones compren banderas de oración y las utilicen en sus hogares. Sólo piden que estos objetos sagrados sean tratados con respeto. Los mismos no son meramente ornamentales. Cuando se desgastan y ya no pueden ser reparadas, no deben ser tiradas a la basura, sino que deben ser quemadas prestando atención al hecho de que nunca deben tocar el suelo. Los budistas creen que, de esta manera, el humo llevará sus bendiciones hasta el mundo espiritual.
El Partido Comunista Chino (PCCh) está intentando destruir la religión y la cultura tibetana, dejando solo una versión «Disneyficada» para beneficio de los turistas ingenuos. Este esfuerzo tiene una década de antigüedad, pero se ha intensificado bajo el mandato de Xi Jinping. El 16 de junio de 2020, el Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia publicó su informe sobre los acontecimientos acaecidos en el Tíbet en el año 2019, el cual documenta cómo la situación fue de mal en peor. Resulta particularmente inquietante el informe sobre el creciente uso de la tortura contra monjes, monjas y budistas laicos, «miles» de los cuales fueron arrestados y detenidos en el año 2019. Una nueva ley promulgada en agosto de 2019 canceló las pensiones de los antiguos funcionarios gubernamentales que fueron sorprendidos participando en algún tipo de actividad religiosa, incluyendo los rezos con familiares y amigos. El PCCh anunció que, a la larga, solo podrá sobrevivir (de manera precaria) un «sistema de budismo moderno y socialista».
Lamentablemente, el ataque a los aspectos visuales de la religión tibetana era predecible. No es de extrañar que el PCCh haya comenzado a retirar las banderas de oración de las colinas y aldeas, obviamente sin tratarlas con el respeto prescrito por la tradición budista. Aldea tras aldea, el PCCh obliga a los lugareños a retirar las banderas y a entregárselas a la policía, presumiblemente para ser destruidas sin ningún tipo de ceremonia. La campaña se inició en la prefectura autónoma tibetana de Golog (Guoluo) de Qinghai y en el condado de Tengchen (Dingqing) del municipio de Chamdo, en la Región Autónoma del Tíbet, y ahora se está extendiendo a otros lugares, según informó Radio Asia Libre. La misma es llevada a cabo utilizando el pretexto de «limpieza ambiental», a pesar de que el PCCh también menciona la «reforma conductual» del budismo no sinizado y no socialista.
Desde el punto de vista de los devotos, esto es tanto una ofensa como un sacrilegio, pero los que han protestado contra medidas similares implementadas por el PCCh, tal y como señaló el Centro Tibetano para los Derechos Humanos y la Democracia en su informe, han sido inmediatamente arrestados y a menudo torturados. Las banderas de oración son el alma del Tíbet. Incluso los que no son budistas deberían protestar contra esta nueva manifestación de genocidio cultural.