La guerra de Pekín contra el terrorismo está reprimiendo a los cristianos, sumándose a los temores de que su misión no solo sea erradicar el islam, sino también atacar con dureza a la propia nación uigur.
Ruth Ingram
Las madres uigures no les suelen enseñar a cocinar a sus hijas. Prefieren dejar dicha tarea a cargo de la suegra, perteneciente a la nueva familia con la que su hija finalmente se emparentará. Pero Gulhumar Haitiwaji, ahora ciudadana francesa, ha tenido que aprender rápidamente muchas cosas desde la desaparición de su madre. En poco más de dos años de matrimonio, ahora tiene que cocinar para dos casas, ya que Gulbahar, esposa de 52 años y madre de dos hijos, desapareció durante una visita realizada en noviembre de 2016 a la provincia china noroccidental de Sinkiang, desde su hogar adoptivo situado en París. Ya han pasado más de dos años desde que unas breves vacaciones para visitar su país natal y resolver algunos asuntos se convirtieran en una pesadilla de desaparición y premoniciones. Recién el pasado mes de diciembre recibieron noticias. Pero las mismas no eran buenas. Sus peores temores se hicieron realidad luego de enterarse que su madre había sido sentenciada extrajudicialmente a siete años de prisión al ser acusada de traición.
Kerim Haitiwaji, el esposo de Gulbahar, se disculpa profusamente por el estado de su hogar. A pesar de que todo está meticulosamente ordenado en su lugar, falta la presencia de su esposa. Su vida ha quedado en suspenso desde su desaparición. Kerim trabaja como conductor de Uber durante el día y durante la noche pasa horas leyendo las noticias provenientes de su país natal. «Actualmente, no puedo concentrarme en nada más», afirma. «Me siento perdido sin mi esposa».
Gulhumar, de 27 años, corta las verduras meticulosamente, colocándolas en pilas separadas listas para ser freídas, y habla sobre la desaparición de su madre. La joven alterna entre la depresión y la ira. Al principio, la familia no se animaba a hablar por temor a las represalias contra sus familiares que siguen viviendo en su patria, pero una vez que se confirmó la sentencia de prisión decidieron sacar la injusticia a la luz. “Ella es una mujer común y corriente. Es educada. Habla chino. Nunca ha hecho nada para dañar al Estado chino. ¿Por qué afirman que ha traicionado a su país?”, pregunta retóricamente.
Metódicamente va cortando el apio, el tomate, el ajo, los frijoles, el pimiento y la papa en forma de rombos del tamaño de un bocado, tal como su madre lo habría hecho, ya ha preparado la masa cruda para los fideos, y va colocándola en forma de espirales circulares sobre una placa de metal. No ha dominado el arte de cortarlos a mano y le deja dicha acción a su esposo, quien dice ser un experto en la materia. En media hora la pasta está lista.
«Lagman» es el plato nacional de la nación uigur, cuya población nativa vive en una vasta área escasamente poblada dos veces y media el tamaño de Francia, a más de 3000 kilómetros de la capital al otro lado de China. Los uigures coexisten de manera inquieta junto a la mayoría conformada por chinos de etnia han que se oponen al Gobierno de Pekín, convirtiéndolos en individuos impopulares ante los ojos de sus líderes lejanos.
Devoramos la deliciosa boloñesa junto a su padre, quien toma una baguete francesa y la rompe en varios trozos, en lugar de hacerlo con un pan naan circular que habría representado el sine qua non de los platos propios de Sinkiang. «Nos hemos afrancesado», afirma sonriendo de manera particular. El mismo llegó a Francia en carácter de refugiado hace 15 años y Gulbahar y sus hijas lo siguieron en el año 2006. Gulhumar tenía 14 años y Gulnigar, su hermana menor, 8. Actualmente dominan el francés, el chino, su idioma uigur nacional y aman a su nueva patria. Gulhumar estudió mercadotecnia en la universidad y ahora vende joyas de lujo, y su hermana menor es estudiante de economía en París. La familia ha sido muy bien tratada por el Gobierno francés y vive en un gran apartamento subsidiado por el Estado, de 2 habitaciones con estacionamiento subterráneo.
Comemos el lagman con palillos, sin dejar de ver ARTE, el canal de cultura europea que ha centrado brevemente su atención en las atrocidades provenientes del noroeste de China. Actualmente están surgiendo estimaciones que dejan ver que entre 1 y 3 millones de uigures están recibiendo sentencias de prisión extrajudiciales o períodos indeterminados de reeducación en vastos campamentos, construidos, según el Gobierno chino, con el propósito de «erradicar los tumores» del terrorismo, el separatismo y el extremismo religioso.
Gulhumar acaba de regresar del estudio de ARTE, donde pasó diez minutos emocionalmente agotadores frente a la cámara detallando el destino de su madre quien visitó Sinkiang en noviembre de 2016 y pocos días después de su llegada se vio obligada a entregarle su pasaporte a la policía. Ella había regresado a su patria por un breve período de tiempo para ocuparse de su pensión y visitar a sus padres enfermos, pero luego de la confiscación de su pasaporte, la cual supuso estaba relacionada con su pensión, se quedó en el limbo sin poder salir del país. Dos meses después de recibir una citación proveniente de la misma estación de policía, asumió que todo estaría aclarado y listo para poder regresar a Francia, pero en lugar de ello se encontró encerrada en una celda, vigilada por oficiales de policía armados con rostro impasible y sin pasaporte. Parece que la convocatoria para que volviera a su patria, aparentemente para firmar documentos relacionados con su pensión, había sido maquinada por su unidad de trabajo para poder atraparla. Gulbahar se las ingenió para transmitirle un mensaje a su familia, pero esa fue la última vez que supieron algo de ella. El 29 de enero de 2017, desapareció sin dejar rastro.
En julio de 2017, escucharon que había sido llevada a un campamento de transformación por medio de educación, pero pasaron otros agonizantes y silenciosos veinte meses antes de que, durante la Navidad del año pasado, llegaran noticias sobre la severa sentencia que había sido pronunciada. La familia no se enteró de la existencia de ningún caso judicial, ni de ningún tipo de representación legal, ni se les notificó formalmente sobre el veredicto, se enteraron por boca de otros. El desgarrador mensaje fue transmitido por teléfono por un amigo de la familia.
«Por un lado, fue un alivio», afirma Gulhumar. «Al menos pudimos saber que estaba viva». Pero a medida que pasaban los días luego de escuchar las noticias, la indignación y la pena aumentaron hasta tal punto que la familia decidió dar a conocer el destino de su madre, quien están seguros de que es inocente de los cargos por los cuales fue sentenciada. “Ella es ama de casa y madre. Nunca ha traicionado a su país y no es terrorista «, afirma. Su familia espera que la presión ejercida vía diplomática pueda asegurar su liberación.
Su arresto en medio de la represión llevada a cabo en Sinkiang, dirigida principalmente a los uigures musulmanes y a la denominada ideología extremista islámica, representa un cínico giro al destino de su madre. Las severas políticas están envueltas en un lenguaje que ataca a los fundamentalistas islámicos, y cuyo objetivo final es erradicar el extremismo religioso desde sus raíces y evitar su propagación «como si se tratara de un tumor maligno incurable» (extraído de un audio oficial del Partido Comunista, el cual fue transmitido en el año 2017 a los uigures a través de WeChat, una plataforma de redes sociales). «La ironía de todo esto es que mi esposa ni siquiera es musulmana», afirma Kerim. “Ella se convirtió al cristianismo hace varios años y le rehúye a la violencia. Nuestra fe nos dice que oremos por nuestros Gobiernos y líderes. Debemos perdonar a quienes nos persiguen y poner la otra mejilla. No existe ninguna razón para encarcelarla. Ella no representa un peligro para China”.
Al escuchar el veredicto, Gulhumar compiló rápidamente una petición que lanzó en línea con la esperanza de generar interés en la causa de su madre. Hasta el momento, más de 436 000 personas procedentes de todo el mundo la han firmado. Un abogado especializado en derechos humanos ha dado un paso adelante ofreciéndose a defender el caso, y el siguiente paso será presentárselo al presidente Emmanuel Macron. Su última esperanza es que pueda influir en Pekín. «Sólo quiero que nuestra madre regrese», afirma entre lágrimas.
Un problema importante en cuanto a las influencias en París es que a pesar de que el padre y las dos hijas se han convertido en ciudadanos franceses, la madre de Gulhumar nunca entregó su pasaporte chino. «Tenía todos los papeles listos para presentar la solicitud, pero como sus ancianos padres todavía estaban viviendo en Sinkiang parecía que lo más conveniente era esperar, en caso de que tuviera que regresar de urgencia», afirmó Kerim. «No parecía haber ninguna prisa para entregarlo».
La familia de Gulbahar nunca hubiera podido anticipar el rápido deterioro de la situación para su gente una vez elegido un nuevo líder, Chen Quanguo, quien acababa de reprimir la disidencia en el Tíbet y fue designado en agosto de 2016 para llevar a cabo la misma tarea entre los uigures. Los mismos subestimaron los cambios orwellianos que inmediatamente entraron en vigencia en su patria bajo su puño de hierro. En tan solo un año, la mano draconiana de Chen había transformado la fiebre por la seguridad en la región mayoritariamente musulmana de tibia a tórrida, y la familia no podía haber previsto el peligro en el que se estaba metiendo su madre.
Pero la historia de Gulbahar Haitiwaji no es la única. Mientras la familia dirige una campaña de alto perfil para lograr su liberación, París está llena de miles de uigures cuyas propias tragedias se están desarrollando. Su breve estadía en el extranjero, sin saberlo, los ha convertido en candidatos para la reeducación o algo peor al regresar a su país de origen, y Kerim estima que si bien de 500 a 600 personas ya poseen el estatus de refugiado, también hay 3000 estudiantes varados en Francia, demasiado atemorizados como para hablar en caso de que sus familias estén sufriendo en su patria y aterrorizados ante la posibilidad de tener que volver allí. Su fuente de ingresos se ha agotado desde que las nuevas leyes prohíben sacar dinero de China, y todos ellos están contemplando un futuro incierto que no habían previsto ni imaginado. Otros que han echado raíces, muchos de ellos refugiados, han conformado la rama francesa del Congreso Mundial Uigur. Todos ellos, sin excepción, se sienten indignados a causa de los eventos que se están desarrollando en su región. Todos poseen relatos de familiares y amigos que han desaparecido. La mayoría ha perdido contacto con sus seres queridos que viven en su patria por temor a los riesgos que correrían los mismos al estar en contacto con personas que viven en el extranjero.
Mientras tanto, Kerim y sus hijas no tenían idea de dónde estaba Gulbahar. A pesar del consuelo de poder intercambiar ocasionalmente una o dos palabras a través de WeChat con la hermana de Gulbahar, quien afirma que ella o su madre la visitan una vez al mes, Gulhumar no está convencida de que le estén diciendo la verdad. «Mi tía nos dice que está comiendo carne y que está bien», afirma. «Pero es ridículo y se contrapone a todos los informes provenientes de personas que han sido liberadas de los campamentos, generalmente debido a problemas de salud. Estas son mentiras contadas por su hermana quien tiene que aparentar serenidad mientras sufre en silencio», afirma. A ella le preocupa que su madre no esté viva. «Todos en Sinkiang deben cuidar sus propio pellejo», afirma. «¿Cómo sabemos lo que realmente está sucediendo con nuestra madre?» Gulhumar dice que también está preocupada por la salud de su madre. “Ella padece de hipertensión y necesita medicación diaria luego de haberse sometido hace dos años a una cirugía en la que le extirparon un tumor del pecho. Sin este tratamiento profiláctico, quién sabe lo que podría suceder», afirma, explicando que había oído que en los campamentos había poca o ninguna atención médica.
A pesar de que pasan los días sin tener noticias sobre el paradero de su madre, Gulhumar se siente alentada por el apoyo internacional que ha recibido y por la cantidad de firmantes de su petición, la cual aumenta día tras día. Los mismos se aferran a la débil posibilidad de que el presidente Macron y sus asistentes sean escuchados en Pekín. Esta semana, un representante del Gobierno francés que había estado en contacto con el consulado chino en París, se enteró de que Gulbahar está viva. Es posible que la exposición internacional dada a este caso haya avergonzado a Pekín y, debido a ello, decidan volver a revisarlo. «Los funcionarios dijeron que la policía todavía está investigando la queja presentada relacionada con los dos años en los que Gulbahar estuvo en cautiverio», afirmó Kerim. A pesar de la confirmación incierta, la familia está conteniendo la respiración hasta que le permitan volver a suelo francés. Gulhumar espera que un día pronto su madre pueda disfrutar de su comida. «Espero con ansias un día poder cocinarle lagman y poder comer todos juntos una vez más como una familia», afirma con anhelo.
(Las fotos utilizadas para el artículo han sido proporcionadas por la familia Haitiwaji).