En sus esfuerzos por hacerse amigos de China, los países musulmanes parecen felices de deshacerse de la solidaridad de la Umma.
Por Ruth Ingram
En el pasado, cualquiera que quisiera ser amigo de China simplemente tenía que estar de acuerdo con la política de “Una sola China». Pero, en la actualidad, intimar con China se ha convertido en un asunto mucho más complicado. Ha surgido un lado mucho más oscuro.
En los comienzos del siglo XXI, justo cuando China sumergía sus dedos en el océano de las posibilidades del club del Comercio Mundial, todas las semanas se podían ver delegaciones de países pequeños y pobres, desfilando en la televisión nacional china y apoyando con implacable predictibilidad la inalienable relación de Taiwán con China. Cimentar un acuerdo comercial con la aspirante a superpotencia parecía ser así de fácil, y los «derechos inalienables» de Taiwán a ser una nación independiente no parecían ser relevantes.
Han transcurrido dieciocho años desde que Pekín fue admitido en la Organización Mundial del Comercio (OMC), y sus días de estar mendigando ya se han acabado. China ha crecido exponencialmente en su función y se ha transformado en la segunda economía más grande del mundo. Al estar abarrotada de grandiosos planes y proyectos, y con tesoros escondidos para regalar, congraciarse con China se ha vuelto un asunto menos directo y más siniestro. Los obstáculos a ser superados son más sutiles y se inscriben en la línea punteada de Pekín cargada de compromisos e incertidumbre. Aceptar el dinero en efectivo de Pekín no está exento de condiciones, implica aceptar la visión que tiene China con respecto al mundo y, ciertamente, con respecto a su propio pueblo. Oculto detrás de cada «extraño portador de obsequios» oficiales chinos hay un Caballo de Troya cargado de potencial traicionero y de subterfugios, tal y como varios países situados en la ruta comercial han descubierto muy a su pesar.
En la actualidad, la potencia hegemónica no solo exige complicidad en cuanto a sus intenciones expansionistas, sino que también requiere tu silencio.
China parece ser imparable. Tiempo atrás simplemente anhelaba ser uno de los de 164 estados miembros de la OMC. Pero al haber llegado a ese punto de inflexión en el año 2001 luego de muchas discusiones, Pekín ya no se contenta con ser un humilde miembro que se mantiene al margen de una vasta organización. Sus miras están puestas en cosas más importantes. La iniciativa de la Franja y de la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) del presidente Xi Jinping, lanzada en el año 2013, ha colocado a la superpotencia en una vía rápida para conquistar la Ruta de la Seda tanto por tierra como por mar. Según el periódico China Daily, la idea detrás de la BRI es «facilitar la vinculación de China con el resto del mundo y al mismo tiempo posibilitar el establecimiento de un orden mundial más justo y razonable que resalte la importancia de la sabiduría china en aras de construir un futuro próspero para la humanidad».
El portavoz del Partido Comunista Chino (PCCh), The Global Times, prevé que «En el futuro, la BRI será responsable de la mayor parte de los proyectos de infraestructura a nivel mundial», y que «La historia recordará a la iniciativa de la Franja y de la Ruta como uno de los capítulos más significativos de la historia de China y como un gran hito en el desarrollo de la civilización humana».
La ambición de China por obtener el liderazgo mundial
La red de la BRI abarca el Sudeste Asiático, Eurasia, Oriente Medio, África Oriental, Rusia y Europa. Compuesta por múltiples rutas terrestres por carreteras, oleoductos y redes ferroviarias, así como por redes marinas a través del Océano Índico, al menos 70 países han aceptado participar de la misma. Los antiguos países de Europa del Este, azotados por la pobreza y políticamente caóticos, constituyen la mayor parte de su marcha hacia el oeste, que junto con las naciones de Oriente Medio asoladas por la guerra, los atribulados estados africanos y gran parte del mundo en desarrollo, forman la agrupación dentro de la cual Pekín destaca por su generosidad. Arrasando con su chequera en blanco, las naciones que se han inscrito están siendo inundadas con préstamos no reembolsables, redes de carreteras y ferrocarriles, oleoductos y gasoductos, además de la promesa de una economía fortalecida a través del comercio con Pekín. La India es la única abstención importante y notable. Se espera que el proyecto completo cueste un total de 8 billones de dólares. En retribución, China recibirá rutas alternativas a Oriente Medio y a Europa en caso de que se bloqueen las vías marítimas que atraviesan el Estrecho de Malaca, y una garantía de obtener el tan necesario petróleo además de recursos provenientes de Oriente Medio, Eurasia y África.
Y en esta mezcla tóxica entra el islam. Pekín no está únicamente comprometido con la expansión hacia el exterior y la ambición, sino que actualmente también está luchando en dos frentes en conflicto. Los problemas locales con los uigures están enturbiando las aguas. El hecho de tener que hacer malabarismos en lo que respecta al comercio y al desarrollo con un corredor comercial en gran parte islámico, y la propia relación ambivalente de China con el islam y con los musulmanes en sus fronteras nacionales ha atraído la indeseada atención de los «entrometidos» defensores de los derechos humanos, los cuales se inmiscuyeron en sus propios asuntos en la reciente reunión del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (CDHNU), en Ginebra.
Feliz de cimentar acuerdos comerciales y firmar préstamos por miles de millones de dólares con el «enemigo» islámico que no cuenta con ellos, China está haciendo todo lo posible para destruir al mismo «enemigo» presente en su interior. Pekín no halla conflicto entre encarcelar extrajudicialmente a 1,5 millones de uigures en campamentos de transformación por medio de educación, y aparentemente querer erradicar el islam de su propio territorio, mientras que al mismo tiempo estrecha las manos del turbio príncipe de Arabia Saudita, bin Salman, quien firmó 35 acuerdos de cooperación económica por valor de 28 000 millones de dólares con China, en un foro de inversión conjunta celebrado en el mes de febrero. Pekín tampoco ve ningún conflicto en tildar a los uigures no juzgados de terroristas, al mismo tiempo que se niega a etiquetar al líder del Jaish-e-Mohammad, con base en Pakistán, Masood Azhar, como terrorista mundial en aras de proteger a un socio estratégico de la iniciativa de la Franja y de la Ruta, y para no arriesgarse a perder inversiones por valor de 62 mil millones de dólares a lo largo del Corredor Económico de China-Pakistán (CECP).
Pero aquí también vemos la disposición de los países musulmanes de todo el mundo a arrojar a sus hermanos y hermanas islámicos más débiles al león chino sin mirar atrás. Apenas el pasado mes de diciembre, el subcomité del Observatorio de Islamofobia de la Organización para la Cooperación Islámica (OCI) de la Comisión Independiente Permanente de Derechos Humanos (IPHRC, por sus siglas en inglés) de la OCI, durante su 14.º período de sesiones ordinarias celebrado en Yida, Arabia Saudita, puso de manifiesto su malestar por el trato dado de China a los uigures. Se quejó de que las regulaciones de desradicalización de Sinkiang de octubre del 2018 eran «de naturaleza excesiva, ya que prácticamente cualquier actividad podría entrar en el ámbito de sus disposiciones, a la vez que les permiten a las autoridades justificar la presencia de campamentos de detención/reeducación». La Comisión expresó su preocupación con respecto a estos «perturbadores informes sobre el trato dado a los musulmanes uigures» y expresó su esperanza «de que China, quien tiene excelentes relaciones bilaterales con la mayoría de los países de la OCI, así como con la Organización de Cooperación Islámica, haga todo lo posible por abordar las legítimas preocupaciones de los musulmanes de todo el mundo».
El cínico cambio radical de la OCI en lo que respecta al trato dispensado por China a los uigures
Solo unos meses más tarde, luego del golpe maestro dado por el acuerdo comercial del príncipe bin Salman con China, la OIC, que representa a 56 países islámicos estratégicos, muchos de los cuales se encuentran situados a lo largo del corredor de la iniciativa de la Franja y de la Ruta, compró efectivamente su silencio mediante un giro dramático, no solo al no condenar el trato dispensado por China a sus hermanos uigures, sino al alabar sus esfuerzos por «cuidar a sus ciudadanos musulmanes». El Consejo «acoge con satisfacción los resultados de la visita realizada por la delegación de la Secretaría General por invitación de la República Popular China», afirmó, y «espera con interés una mayor cooperación entre la OCI y la República Popular China».
«Existe una frase, ‘obediencia preventiva’, que a menudo se utiliza para analizar las relaciones con China», afirma Theresa Fallon, una analista de China en Bruselas. Hablando acerca de la progresiva adquisición por parte de China de puertos situados a lo largo del Mediterráneo y de las consiguientes críticas contenidas contra China (por ejemplo, la negativa de Grecia a vetar a China por su pésimo historial en materia de derechos humanos en el año 2017) comentó: «Implica tomar decisiones con la idea de no molestar a China. Eso ya está sucediendo, y es preocupante si se considera lo que está en juego. Si se piensa en la estrategia de crecimiento de China [en lo que respecta a puertos marítimos], ha invertido a lo largo de las periferias de Europa. Así pues, se asemeja a la estrategia de una anaconda: rodear y estrujar a la presa».
Para China, no solo las buenas relaciones con los países islámicos son críticas para la implementación exitosa de la iniciativa de la Franja y de la Ruta, sino que también es vital una voluntad recíproca de felicitar a China para proteger los considerables beneficios que para los países musulmanes supone dar una buena impresión ante la misma. Aparte de la reciente declaración llevada a cabo por Turquía en contra de los campamentos de internamiento, afirmando que los mismos eran «un gran motivo de vergüenza para la humanidad», la cual fue informada valientemente por Al-Jazeera, muy pocos países musulmanes se han atrevido a hablar sobre el asunto. En una excepcional ruptura con las filas de la OCI, Turquía, pese a tener una carga de deuda de
3600 millones de dólares con China, respondió a los rumores de muerte del querido poeta y músico uigur Abdurehim Heyit, haciendo un llamado a China para que «ponga fin a la tragedia humana». Posteriormente, China publicó un material de video del artista vivo pero sometido, y defendió ardientemente sus «centros de enseñanza y capacitación» para «estudiantes extremistas». Según el South China Morning Post, el arrebato de Turquía es, de hecho, improbable que afecte las relaciones a largo plazo con China, dado que el puente con Europa es vital para sus ambiciones en la Ruta de la Seda.
Moralidad de dos caras
Una de las cosas más detestadas por Pekín es la inmoralidad de tener dos caras. Un eminente académico uigur y exdirector de la Universidad de Sinkiang, Tashpolat Tiyip, fue condenado a muerte recientemente a causa de esta aversión. Al acercarse al mundo musulmán y esperar que hagan la vista gorda ante las atrocidades cometidas en Sinkiang, China ha clavado sus falsos estandartes en su propio mástil de dos caras. A pesar de los reclamos a viva voz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) por el pésimo historial de China en materia de derechos humanos y también por la falta de protesta del mundo musulmán, es cada vez más claro que China, habiendo ingresado en la arena del comercio mundial llevando las de perder, ya no está sujeta a su imperativo moral. Tampoco parecen estarlo los que tratan con ella.
Está muy claro que las naciones musulmanas no pretenden, en un futuro cercano, poner en riesgo su provechosa relación con una nación que está comenzando a manejar las riendas del mundo, al mostrarse solidarios con sus hermanos más débiles. Ambas partes han demostrado de forma transparente su disposición a deshacerse de sus principios y de hacer del comercio el nuevo imperativo moral.