Desde el año 2012, en Mongolia los budistas no cuentan con un jebtsundamba oficialmente reconocido, siendo el mismo su líder local. Pekín afirma que Mongolia únicamente debería entronizar un jebtsundamba favorable al PCCh o atenerse a las consecuencias.
por Massimo Introvigne
Mongolia es un Estado independiente, el cual, tras la caída de la Unión Soviética, se liberó de la influencia y el control soviéticos, a pesar de que su idioma todavía utiliza el alfabeto cirílico, siendo la misma una paradójica herencia de los años estalinistas. Cuando visité Mongolia, hace algunos años, un intelectual local me resumió la historia reciente del país utilizando una fórmula sencilla: «Llamamos a los rusos para que nos protegieran de los chinos. Vinieron, pero no se fueron. Luego llamamos a los chinos para que nos protegieran de los rusos. Ellos también vinieron y se quedaron. Luego volvimos a llamar a los rusos, y posteriormente a los chinos. Y así sucesivamente».
Gozando de libertad, democracia y relaciones amistosas con Estados Unidos y la Unión Europea, parecía que Mongolia finalmente se había librado de este ciclo infernal. Desafortunadamente, esto no era del todo cierto. La economía mongola postsocialista depende en gran medida de China, y ocasionalmente, los académicos chinos publican artículos amenazantes que les recuerdan a los mongoles que lo que ellos llaman un país independiente, históricamente formaba parte del Imperio Chino. Mongolia todavía depende del apoyo de Estados Unidos para resistir la presión del Gobierno chino, pero hoy en día las estrategias estadounidenses en Asia no siempre son claras.
En septiembre de 2019, Vladimir Putin visitó Mongolia, aparentemente para celebrar el 80 aniversario de la Batalla de Jaljin Gol, donde en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, los ejércitos soviético y mongol se unieron para derrotar a los japoneses. No obstante, los observadores internacionales entendieron la visita de Putin como un intento de «mejorar la asociación estratégica de Rusia» con Mongolia mediante «la comprobación del competidor estratégico natural de Rusia» allí, es decir, China. Para Mongolia, el comienzo de un nuevo ciclo infernal entre Rusia y China depende en gran medida de Estados Unidos.
La religión es un factor crucial. Visitar Mongolia significa comprender cuán importante es para la identidad nacional la rama local del budismo tibetano, a pesar de que allí también sobreviven las prácticas chamánicas prebudistas y que una gran variedad de iglesias cristianas y nuevos grupos religiosos, desde los mormones hasta el Movimiento de Unificación, también son libres de operar y prosperar en el país. Los Gobiernos comunistas hicieron un extraordinario esfuerzo para erradicar el budismo de Mongolia. Al menos 14 000 monjes fueron ejecutados y más de 700 monasterios fueron destruidos. De nada sirvió: la religión resistió en el corazón del pueblo mongol y regresó con vigor en el año 1990, cuando Mongolia se convirtió en un país democrático.
Hasta el 7 de octubre de 2019, el Museo Conmemorativo de las Víctimas de Persecución Política emplazado en Ulán Bator contó la historia de la persecución religiosa. Fue una de mis visitas más memorables en Mongolia. Ahora, el museo ha sido demolido, supuestamente siguiendo un nuevo plan urbano, aunque otros sospechan que al actual Gobierno de Rusia no le agradaba documentar y mostrarles a los turistas los antiguos crímenes perpetrados por la Unión Soviética en Mongolia.
La mayoría de los budistas de Mongolia pertenecen a la escuela Gelug de budismo tibetano, dirigida por el dalái lama. En el año 1639, contando con la bendición del quinto dalái lama (1617–1682), un niño de cuatro años llamado Eshidorji, quien luego tomaría el nombre de Zanabazar (1635–1723) fue reconocido en Mongolia como la decimosexta encarnación de un antiguo linaje tibetano y fue el primero en ser entronizado como líder de los budistas mongoles bajo el título de jebtsundamba. La elección fue acertada, ya que Zanabazar emergió como un destacado intelectual, artista y líder espiritual. Durante la era soviética, fue retratado como un traidor por su política de relaciones amistosas con los emperadores Qing de China. Por las mismas razones, el Partido Comunista Chino (PCCh) lo aclamó como un gran líder prochino. Los historiadores de hoy en día tienen opiniones más matizadas y ven a Zanabazar como un hábil diplomático que trató de hacer todo lo que estuvo a su alcance para proteger los intereses a largo plazo de Mongolia.
Una de las consecuencias de la política prochina de Zanabazar fue que, al menos desde la elección del tercer jebtsundamba, los emperadores Qing desempeñaron un papel en la selección de las nuevas reencarnaciones de los líderes espirituales fallecidos. Los mismos decidieron que los líderes del budismo en Mongolia deberían ser, en principio, tibetanos, y finalmente utilizaron el sistema de la «Urna de oro», una lotería manipulada e impuesta por la dinastía Qing china para seleccionar a las principales reencarnaciones de los lamas budistas tibetanos.
Esto no significaba que los jebtsundambas fueran simples marionetas de Pekín. Algunos fueron ferozmente independientes, ninguno más que el octavo jebtsundamba (1869–1924), quien en el año 1911 aprovechó la caída de la dinastía Qing para proclamarse gobernante político de Mongolia bajo el título de Bogd Khan. El mismo gobernó el país hasta que la revolución de 1921, respaldada por los soviéticos, lo redujo a una figura decorativa. En el año 1924, tras su muerte, el Partido Comunista de Mongolia rápidamente dictaminó que las nuevas reencarnaciones estaban prohibidas. Los disidentes intentaron repetidamente afirmar que, a pesar de todo, se había producido una reencarnación, pero fueron brutalmente reprimidos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los soviéticos les sugirieron a los mongoles que mantuvieran abierto un monasterio, Gandan en Ulán Bator, no solo para conservar una pretensión de libertad religiosa sino para instalar allí un abad, quien se convertiría en el líder de una Administración Religiosa Central controlada por el Gobierno. En el año 1947, Erdenepel (1887–1960), un monje procomunista laicizado, fue designado para ocupar dicho cargo, y posteriormente fue sucedido por diversos abades del monasterio Gandan.
Mientras tanto, los dalái lamas en el Tíbet mantuvieron el reclamo, aceptado por la mayoría de los monjes budistas mongoles, de que poseían la máxima autoridad para reconocer las reencarnaciones del jebtsundamba. Un niño nacido en el Tíbet en el año 1933 fue reconocido en secreto como el noveno jebtsundamba (1933–2012), aunque el dalái lama recién reveló públicamente su existencia y su papel tras la caída del comunismo en Mongolia.
Esto generó una situación ambigua en Mongolia, donde al principio el Gobierno democrático continuó reconociendo al abad de Gandan como líder del budismo mongol. El nacionalismo jugó un papel importante, ya que el abad de Gandan era mongol y el noveno jebtsundamba era tibetano. China también intervino, llevando a cabo de manera abierta y secreta una campaña en contra del reconocimiento del noveno jebtsundamba, quien era percibido como amigo del dalái lama. Bajo presión del Gobierno chino, Mongolia se negó a expedir un visado para que el noveno jebtsundamba pudiera visitar oficialmente el país.
No obstante, en el año 1999, logró obtener una visa de turista y ser entronizado como líder del budismo mongol –no en Gandan, sino en un importante, aunque provincial monasterio llamado Erdene Zuu–. El monasterio de Gandan y el Gobierno no reconocieron su papel. Tan grave fue el asunto para China que, dos días después de la llegada del noveno jebtsundamba a Mongolia (13 de julio de 1999), el presidente chino, Jiang Zemin, también aterrizó inesperadamente en Ulán Bator para realizar una veloz visita, en la cual le advirtió al Gobierno mongol que no deberían reconocer al jebtsundamba, o de lo contrario, tendrían que atenerse a las consecuencias. Con su visa de turista vencida, el 17 de septiembre de 1999, el noveno jebtsundamba tuvo que regresar a la India y allí se enteró de que no se le permitiría regresar a Mongolia.
No obstante, en el año 2009, el político prooccidental, Tsakhiagiin Elbegdorj, fue elegido presidente de Mongolia. Invitó al noveno jebtsundamba a visitar Mongolia y en el año 2010 le otorgó la ciudadanía mongola. El 2 de noviembre de 2011, el noveno jebtsundamba fue entronizado como líder del budismo mongol, por segunda vez, pero esta vez en el Monasterio de Gandan y por el abad de Gandan. Cinco días después, el dalái lama llegó a Mongolia para celebrar la entronización.
Parecía que el problema de quién era el líder del budismo en la Mongolia postsoviética finalmente se había resuelto, y la solución era desagradable para el PCCh. No obstante, el noveno jebtsundamba murió el 1 de marzo de 2012. Esto fue una bendición para el PCCh, el cual comenzó a hacer campaña y a ejercer todo tipo de presiones sobre las autoridades políticas y religiosas de Mongolia para que no se identificara una nueva reencarnación del jebtsundamba, a menos que contara con el acuerdo de Pekín –a pesar de que, en su testamento, el noveno jebtsundamba había indicado claramente que la única persona autorizada para reconocer su reencarnación sería el dalái lama–. El PCCh también desplegó aún en curso, para influir en el budismo mongol a través de los llamados «intercambios culturales»: regalos, becas para que los monjes mongoles estudien en China, etc.
Por otra parte, el dalái lama considera su deber identificar la reencarnación del noveno jebtsundamba. En noviembre de 2016, visitó Mongolia por novena vez y declaró que se había encontrado el décimo jebtsundamba. El mismo es un niño mongol cuyo nombre se mantiene en secreto. El PCCh respondió rápidamente imponiéndole sanciones económicas a Mongolia. Si bien se negó a disculparse, el Gobierno de Mongolia declaró que al dalái lama no se le permitiría volver a visitar Mongolia. En cuanto a la cuestión del jebtsundamba, el Gobierno afirmó que se trata de un asunto religioso que será decidido por el clero budista mongol, sin «participación externa», por lo que puede significar, cualquiera (o ambos), sin interferencia del Dalái Lama o sin interferencia del PCCh.
La batalla continúa. El PCCh intensifica su propaganda y sus amenazas en Mongolia. El silencio ha descendido sobre el décimo jebtsundamba. Se presume que está siendo educado en algún monasterio. Sin embargo, su eventual entronización será un asunto sumamente difícil, e involucrará al dalái lama (o tal vez a dos futuros reclamantes que compiten por el papel del próximo dalái lama, una vez que éste fallezca, uno reconocido por el PCCh y otro por la diáspora tibetana), al PCCh, al Gobierno mongol, a Rusia e incluso a Estados Unidos, quienes, en todo caso, serán acusados por Pekín de interferir, tal y como sucedió cuando se anunció el noveno jebtsundamba.
La cuestión del jebtsundamba tiene una importancia geopolítica decisiva. El PCCh lo sabe y está mostrando sus músculos, tratando de demostrar que puede controlar y manipular al budismo en China, el Tíbet e incluso más allá de sus fronteras políticas.