Murió hace veinte años y su proceso de beatificación fue bloqueado tras el acuerdo entre el Vaticano y China. No debe ser olvidado.
por Massimo Introvigne
Muchos han comentado que el acuerdo entre el Vaticano y China del 2018 fue la razón por la cual no se celebró el vigésimo aniversario de la muerte del cardenal Ignatius Kung Pin-mei (1901–2000) y su proceso de beatificación sigue estancado. Más allá de las controversias, el aniversario es una buena oportunidad para revisar la extraordinaria historia de un obispo católico que se negó a complacer al Partido Comunista Chino (PCCh) y, debido a ello, pasó treinta años en las cárceles chinas.
El futuro cardenal Kung nació en Shanghái el 2 de agosto de 1901. En el año 1950 fue designado como el primer obispo católico nacido en China de su ciudad natal. Durante toda su vida mantuvo un constante interés en un movimiento laico católico conocido como la Legión de María. En el contexto chino, lo concibió como una herramienta para organizar a los católicos laicos y protegerlos de la infiltración y la propaganda del PCCh. El PCCh denunció a la Legión de María, catalogándola de «sociedad secreta» y xie jiao, y varios de sus miembros fueron arrestados. La pena típica para estos casos era de diez años de prisión, pero algunos fueron condenados a quince años. No obstante, esto no detuvo al obispo Kung, y el mismo comenzó a instruir a los líderes laicos sobre cómo continuar sus actividades clandestinas en el futuro.
El 8 de septiembre de 1955, el obispo Kung fue arrestado por la policía del PCCh, junto con más de 200 sacerdotes y líderes católicos laicos en Shanghái. Pocos meses después, el PCCh anunció que el obispo confesaría públicamente sus crímenes. El mismo apareció en el canódromo de Shanghái, vestido con un pijama y con las manos atadas tras su espalda. Fue empujado hacia un micrófono para que pronunciara su confesión. Miles de católicos se vieron obligados a asistir al evento. Cuando estuvo cerca del micrófono, el obispo simplemente gritó: «Viva Cristo Rey, viva el Papa». La multitud respondió: «Viva Cristo Rey, viva el obispo Kung». El evento fue rápidamente suspendido y el obispo Kung fue llevado de regreso a la cárcel. Recién reapareció en el año 1960, para ser sentenciado a cadena perpetua.
Fue liberado en el año 1985, tras haber pasado treinta años en la cárcel, a menudo en condiciones espeluznantes, y se le dijo que debía pasar otros diez años bajo arresto domiciliario. Sin que el obispo Kung lo supiera, el papa Juan Pablo II (1920–2005) lo nombró cardenal in pectore (es decir, en secreto) en el año 1979. Los católicos no lo habían olvidado, y cuando varias ONG seculares se unieron a la Iglesia católica para denunciar la intolerable persecución del obispo Kung, a quien se le negó la atención médica esencial, el PCCh finalmente le permitió en el año 1988 viajar a Estados Unidos para ser hospitalizado allí. En 1991, el Papa Juan Pablo II lo proclamó públicamente cardenal. Kung nunca regresó a China y murió en Stanford, Connecticut, a los 98 años, el 12 de marzo del 2000. En ese momento era el cardenal católico de mayor edad. Tal y como lo había solicitado, fue enterrado en el cementerio de la Misión de Santa Clara emplazado en California junto a otro héroe católico de la resistencia china al PCCh, el arzobispo jesuita de Guangzhou, Dominic Tang Yee-ming (1908-1995).
En los años de la Iglesia católica clandestina, el cardenal Kung fue una constante inspiración y referencia. Prefirió ser encarcelado y torturado antes que aceptar las exigencias del PCCh de unirse a la Asociación Patriótica Católica China. Su legado no debe ser olvidado.