Rouge vif, un nuevo libro de la sinóloga francesa Alice Ekman, desacredita las teorías que afirman que China «ya no es comunista». De hecho, bajo el mandato de Xi Jinping, es más marxista que antes.
por Massimo Introvigne
Uno de los mejores libros sobre la China de Xi Jinping, Rouge vif. L’idéal communiste chinois (Rojo brillante: El ideal comunista de China, París: Éditions de l’Observatoire, 2020) fue publicado en francés en febrero de 2020, justo antes de que estallara la crisis mundial de coronavirus. La autora, Alice Ekman, es analista principal de asuntos asiáticos en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea y profesora de Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París. El método utilizado por Ekman es simple. Mayormente se basa en discursos y textos de Xi Jinping que no han sido traducidos a otros idiomas además del chino, tanto por razones políticas (no todo debe ser fácilmente divulgado a los extranjeros) como porque los textos de carácter más ideológico no serían demasiado leídos en el extranjero. Incluso los académicos especializados en China los encontraron repetitivos y aburridos. No obstante, Ekman sostiene que son los documentos más importantes para comprender al Partido Comunista Chino (PCCh) y a Xi Jinping.
La tesis demostrada por el libro es que «tras la campaña de ‘reforma y apertura’ de 1978, China no solo nunca abandonó su identidad comunista, sino que luego de la llegada al poder de Xi Jinping, dicha identidad se vio reforzada». Según Ekman, los académicos y políticos occidentales que creen que China «ya no es comunista» cometen un error fatal. La misma prueba su tesis a través de diez hechos.
- «Incluso, luego de 1978, los líderes chinos nunca negaron la identidad comunista del sistema político chino». De hecho, el término a ser utilizado debería ser «socialismo», ya que el PCCh sigue creyendo firmemente en la teoría marxista que afirma que en el futuro el comunismo se transformará en un reino milenario de igualdad general y felicidad, y que, aún por varias décadas, lo que China está atravesando es solo la etapa preparatoria llamada socialismo. Xi Jinping le recordó al pueblo chino esta distinción en el discurso que brindó en el XIX Congreso del PCCh celebrado en el año 2017. No obstante, los términos «comunismo» y «socialismo» son frecuentemente utilizados como sinónimos.
Ekman confirma que los líderes del PCCh dedican largas horas a estudiar los motivos por los cuales colapsó la Unión Soviética. Una de las raíces de ello, según Xi Jinping, fue la «estúpida» crítica a Stalin. China, insistió Xi, «nunca debe olvidar las enseñanzas del presidente Mao, de Lenin y de Stalin», y debe resistir la tentación de criticar a Mao de la manera en la que algunos líderes soviéticos criticaron a Stalin. Xi sostiene, junto con sus predecesores, que Mao cometió graves errores durante la Revolución Cultural, pero afirma que fue «un gran marxista» y que «sus logros ocupan el primer lugar, mientras que sus errores tienen poca importancia». - «Las bases del Gobierno comunista nunca desaparecieron». Todas las actividades políticas y sociales son controladas por el PCCh de acuerdo con un rígido modelo leninista y estalinista. En todo caso, esto ha sido reforzado por Xi Jinping, tanto en la teoría como en la práctica.
- «El papel del PCCh en la economía ha sido reforzado». Todas las estadísticas muestran que, bajo el mandato de Xi Jinping, el papel del sector privado se encuentra en constante declive. Además, en cada empresa privada, incluidas las sucursales chinas de empresas extranjeras, el PCCh está implantando una célula del Partido, cuya autoridad es paralela y, a menudo, superior que la de la gerencia. Xi Jinping explica que, al igual que cuando se inauguró la Nueva Política Económica (NPE) de Lenin en el año 1921, en China fue necesario un desvío temporal a través del capitalismo con Deng Xiaoping, debido a la pobreza del país y a los errores cometidos durante la Revolución Cultural (lo cual Xi explica por el hecho de que durante esos años China se desvió del marxismo ortodoxo, en lugar de aplicarlo). Pero, a medida que la pobreza disminuya, este desvío cesará y los focos de capitalismo existentes serán reemplazados por las formas económicas socialistas tradicionales.
- «La propaganda continúa siguiendo los modelos soviético y maoísta». Los periodistas y escritores, según Xi Jinping, deben «amar, proteger y servir al Partido». Xi añadió sobre Internet: cada universidad debería proporcionar un cupo para alcanzar el número de diez millones y medio de «voluntarios para civilizar Internet», en otras palabras, los troles que invaden internacionalmente las redes sociales para criticar la propaganda del PCCh allí.
- «La autocrítica se encuentra sumamente extendida». Xi Jinping insiste en que uno de los errores cometidos por la Unión Soviética fue que, luego de Stalin, la autocrítica y las purgas ya no fueron lo suficientemente utilizadas. Todos los líderes chinos han puesto en marcha grandes «campañas», y el mayor proyecto de Xi es la «campaña contra la corrupción». Su significado es a menudo mal entendido en Occidente. A pesar de que algunos líderes locales han sido arrestados por recibir sobornos, la campaña es tanto contra la corrupción ideológica como contra la corrupción económica. Los que no son lo suficientemente marxistas y no dedican tiempo a estudiar el marxismo y las obras de Xi Jinping, son obligados a «confesarse» en sesiones de autocrítica y pueden acabar en campos de reeducación o en la cárcel.
- “La vida cotidiana es gestionada por el PCCh” en todos los sectores. Si bien es cierto que el control es menos violento que durante la Revolución Cultural, también es cierto que Xi Jinping tiene a su disposición herramientas tecnológicas, tales como el reconocimiento facial y enormes bases de datos que permiten el sistema de crédito social que Mao nunca tuvo.
- «El arte y la cultura son utilizados como herramientas de propaganda comunista». A los artistas se les dice que eviten los estilos y dominios que no sean útiles para el PCCh y, al igual que todos los demás, viven temiendo convertirse en las próximas víctimas de las campañas «anticorrupción».
- “El PCCh supervisa las escuelas y universidades”. Bajo el mandato de Xi Jinping, el estudio del marxismo-leninismo es más importante que antes, y el propio pensamiento de Xi también debe ser estudiado. Los académicos que demuestran cualquier tipo de crítica o independencia pierden sus empleos o «desaparecen», e incluso los campos considerados inofensivos pero «no útiles» para el PCCh, tales como el otrora floreciente estudio académico de la poesía china prerrevolucionaria, son eliminados.
- «La religión es considerada incompatible con la ‘fe’ marxista». En uno de sus principales discursos sobre religión, Xi Jinping se presentó a sí mismo y al PCCh como «ateos marxistas inflexibles». El mismo considera a todas las religiones, pero al cristianismo más que a las demás, como enemigos potenciales del PCCh, que deben ser estrictamente controlados ahora y eliminados a largo plazo. Los miembros del PCCh son expulsados del Partido no solo por tener algún tipo de creencia religiosa, sino incluso por tener parientes o amigos cercanos que sean creyentes. Resolviendo a su manera un viejo debate existente entre los académicos occidentales, si el comunismo era una ideología puramente política o una forma secularizada de religión, Xi Jinping proclama que el marxismo es una «fe», y como tal, incompatible con todas las demás formas de fe.
- “Los símbolos comunistas y maoístas siempre están presentes” en banderas, canciones, la arquitectura, la cultura y el deporte.
Ekman concluye afirmando que el marxismo se encuentra en el núcleo de la China de Xi Jinping. Es cierto que a Xi le gusta mencionar la milenaria «cultura china», pero el mismo la interpreta y reconstruye sistemáticamente a través de las lentes del marxismo. Esta es, según la autora, la clave para interpretar la política interna china, dominada por el temor a la represión «anticorrupción», y la política exterior de Xi Jinping. El propio Xi ridiculizó a los académicos occidentales especializados en China que no comprenden «el papel clave de la ideología [marxista]» en lo que respecta al gobierno de su política exterior. De hecho, Xi cree firmemente en el paradigma marxista. Xi escribió, «el análisis de Marx y Engels sobre las contradicciones de la sociedad capitalista no es en absoluto obsoleto. Tampoco es obsoleta la predicción central de la doctrina del materialismo dialéctico, que sostiene que el capitalismo desaparecerá y el socialismo ganará la batalla. Por el contrario, es la dirección inevitable de todo el desarrollo histórico y social».
La «coexistencia» entre sociedades capitalistas y comunistas también es inevitable, por un tiempo, tal vez durante décadas. Pero los países occidentales capitalistas y democráticos son enemigos fundamentales del comunismo, por lo tanto, de China. Si bien la confrontación económica puede pasar por diferentes etapas, la confrontación ideológica es perpetua y solo puede acabar con la victoria de un lado, es decir, del comunismo, ya que Xi Jinping considera que las predicciones de Marx son infalibles.
En esta etapa, la campaña ideológica, según cree Xi, debería atacar sistemáticamente ideas tales como el valor universal de los derechos humanos, la existencia de una sociedad civil independiente del Estado y la libertad de los medios de comunicación, al considerarlos «ideas falsas» creadas por Occidente para luchar contra el comunismo y desestabilizar a los países no democráticos.
Políticamente, la diplomacia china (actualmente, el aparato diplomático más grande del mundo) se moviliza para ganar amigos, no necesariamente comunistas, los cuales compartirían las críticas del PCCh a los valores occidentales y democráticos. Ekman afirma que Rusia ha sido identificada como «la mejor amiga» de China, y que la cooperación llegó a organizar silenciosamente maniobras militares conjuntas ruso-chinas en áreas tales como el Mediterráneo (2015), el Mar Báltico (2017) y Asia Central (2019). Pero con la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, la propaganda fue aún mucho más allá, y una extraordinaria cantidad de políticos extranjeros, 15 000 hasta la fecha, han sido invitados y agasajados en China para asistir a «cursos educativos».
Todo esto, predijo Ekman, se volverá «más duro» durante los próximos años, ya que el curso de la política de Xi Jinping parece irreversible. La misma también cree que la presión china sobre Hong Kong y Taiwán se intensificará, ya que se relaciona con la gran narrativa de una confrontación final entre el capitalismo y el comunismo. No es que Xi no tenga críticos perturbados por el creciente culto a su personalidad dentro del PCCh. Pero, incluso si éstos prevalecieran, Ekman predice que la caída de Xi no sería la caída del PCCh ni de la ideología.
La crisis generada por la COVID-19 está confirmando este análisis, así como también el comentario vertido por Ekman de que, en Occidente, la propaganda china podría ser percibida como algo exagerada y contraproducente. Su libro es de lectura recomendada y un bienvenido antídoto para la venenosa idea de que China «ya no es comunista».