Creyentes de la Iglesia de Dios Todopoderoso comparten sus experiencias en la fabricación de productos para empresas extranjeras mientras cumplían sus condenas a causa de su fe.
por Lu An
En casi todas las prisiones de China se han construido fábricas y talleres en los que los reclusos fabrican productos para los mercados locales y extranjeros. Además, las prisiones compiten entre sí, lo que resulta en horas insoportablemente largas para los reclusos sometidos a trabajos forzados y a una opresión incluso mucho más severa.
Según exreclusos, las condiciones de trabajo en las fábricas penitenciarias se encuentran por debajo de cualquier nivel razonable, y a los trabajadores apenas se les ofrece atención médica. Sin estos costos adicionales y debido a que las empresas intermediarias chinas proporcionan las materias primas para la producción, las prisiones obtienen grandes ganancias, teniendo solo que gastar dinero en servicios públicos y alimentos para la fuerza laboral obligada a llevar a cabo los trabajos forzados. No obstante, estas ganancias se obtienen a costa de la salud de los reclusos y, a veces, incluso de sus vidas. Mientras denuncian los abusos contra los derechos humanos cometidos en China, muchos consumidores en Occidente pueden estar utilizando productos fabricados por prisioneros torturados y explotados.
Ocultan los vínculos con empresas extranjeras detrás de intermediarios chinos
Una miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso (IDT), de aproximadamente 30 años, le dijo a Bitter Winter que la fábrica de la prisión donde había cumplido su condena por practicar su fe recibe una gran cantidad de órdenes debido a los bajos costos de producción. Empresas procedentes de Hebei, Cantón, Jiangsu y otras provincias han mantenido relaciones comerciales de larga data con la prisión. Según la misma, entre los clientes de la prisión también hay empresas extranjeras, a pesar de que la administración trata de ocultar este hecho.
«La ropa para los europeos y estadounidenses tiene un estilo diferente y, por lo general, es más grande, claramente no está hecha para el mercado chino», explicó la creyente. La misma añadió que las prendas que tenía que confeccionar en la prisión la mayor parte del tiempo no tenían etiquetas, pero a veces tenían etiquetas con precios en euros y estaban marcadas como «fabricada en China».
«Los supervisores de calidad de la fábrica de vez en cuando nos decían que cada proceso de fabricación debía ser verificado dos veces debido a los estrictos requisitos de los clientes extranjeros», continuó afirmando la mujer. «La producción para las empresas extranjeras a menudo se detenía debido a problemas de calidad. Cada vez que esto sucedía, la prisión tenía que informarles los problemas a las empresas chinas que habían conseguido a dichos clientes extranjeros. Estos intermediarios, no la administración de la prisión, se contactaban directamente con los extranjeros».
La fábrica no solo producía ropa, sino también accesorios de iluminación, cajas de embalaje y bolsos. Muchos de estos productos eran fabricados para ser exportados. Las cuotas de producción aumentaban continuamente y los guardias supervisores que se aseguraban de que se cumplieran recibían bonificaciones. «Cada vez que nos asignaban nuevas y abrumadoras cuotas, todos suspirábamos profundamente», afirmó la miembro de la IDT. «En la prisión circulaba una cancioncilla que decía: ‘dado que los oficiales quieren obtener bonos, los prisioneros deben trabajar horas extras’».
Motivadas por las ganancias, las prisiones explotan a los reclusos como si fueran esclavos
Otra miembro de la IDT recientemente liberada, también de aproximadamente 30 años, quien cumplió su condena en la región central de China, le dijo a Bitter Winter que la fábrica de su prisión cada mes recibía nuevos pedidos. Todo debido a los bajos costos de producción. La mujer recordaba que el almacén de la planta a menudo estaba lleno, que en la sala de baloncesto de la prisión se guardaban los materiales y que la misma a veces estaba abarrotada hasta su máxima capacidad.
A los prisioneros se les asignaban altas cuotas y, a menudo, tenían que trabajar más de 13 horas por día. Cuando había muchas órdenes, a veces solo se les permitían tres horas de descanso antes de regresar a trabajar.
En una ocasión, se le asignó una cuota diaria en la que debía fabricar 1300 collares. Un día se desmayó del agotamiento y se golpeó la cabeza con un recipiente de hierro. Luego de una breve visita a la clínica de la prisión para que le vendaran el corte sangrante, fue obligada a reanudar su trabajo.
«No es inusual que los prisioneros se desmayen en los talleres», añadió la mujer. «En dos casos extremos, un prisionero cayó al suelo mientras trabajaba y murió de inmediato, y el otro se desmayó y murió repentinamente mientras comía en una cafetería. La administración de la prisión emitió una declaración genérica en la que afirmaba que habían muerto a causa de una enfermedad repentina, para evitar que los prisioneros hablaran sobre dichos casos. Tratan a los prisioneros como hormigas cuyas vidas no importan».
A fin de mejorar la eficiencia del trabajo para obtener mayores ganancias, la prisión continuamente introducía nuevos métodos tendientes a controlar y castigar a los prisioneros trabajadores. «El que charlara o mirara a su alrededor mientras trabajaba podía ser golpeado, torturado, obligado a copiar las reglas de la prisión como castigo o reprendido frente a otros presos», explicó la creyente. «Se deducían puntos por cada ‘delito menor’, lo que significa que los prisioneros tenían menos posibilidades de que sus sentencias fueran reducidas. Incluso se restringía la cantidad de veces y la duración del uso del baño».
Las comidas se limitaban a cinco minutos, y los reclusos a menudo se quemaban la boca con los alimentos calientes. Desproporcionada para el trabajo pesado, la comida era terrible y para nada nutritiva: gachas, encurtidos, bollos al vapor y sopa de verduras acuosa. Los que se quejaban eran brutalmente golpeados, y a veces se les provocaban lesiones duraderas. La creyente afirmó que algunos reclusos intentaron suicidarse, incapaces de seguir viviendo en estas insoportables condiciones.
Luego de seis años en prisión, la mujer desarrolló reumatismo, una enfermedad de la columna cervical y otras dolencias que comúnmente afectan a la mayoría de los reclusos sometidos a trabajos forzados durante períodos de tiempo prolongados. Su condición cardíaca preexistente también se ha deteriorado y continúa teniendo dolores de cabeza crónicos.
Varios exreclusos de una prisión que dirige una fábrica de ropa le dijeron a Bitter Winter que, dado que los talleres estaban mal ventilados, el polvo de los materiales flotaba por todas partes y los trabajadores lo inhalaban en sus pulmones. Hacía frío en invierno y calor en verano. Como consecuencia de ello, muchos reclusos desarrollaban enfermedades pulmonares, mientras que otros padecían severos dolores de espalda por verse obligados a trabajar en posiciones incómodas durante mucho tiempo y sin ningún tipo de descanso.