Para evitar ser vigilados o arrestados, los predicadores de Jiangxi, muy temprano por las mañanas, conducen a los miembros de su congregación hasta un lugar de culto.
A las cuatro de la mañana, la tenue luz de una linterna parpadeaba ligeramente en el viento extremadamente frío. Es la época más fría de la temporada invernal y una cristiana de edad avanzada llamada Qu Mei, seudónimo, junto con algunos de sus hermanos y hermanas ancianos de la Iglesia están atravesando el camino de montaña para poder llegar al lugar donde celebrarán una reunión. El camino de montaña tiene menos de un metro de ancho y posee una pendiente pronunciada. La pendiente está cubierta con una fina capa de escarcha. A un lado del camino de montaña hay un precipicio empinado. Los vehículos no pueden pasar por allí, razón por la cual los cristianos no tienen más remedio que viajar a pie.
«No es resbaladizo en este lado. Hay hielo allí y está resbaladizo», decía el cristiano anciano que caminaba delante de todos y abría el paso mientras extendía con cuidado su pie para probar el camino que tenían por delante. Solo después de que confirmaba que no estaba resbaladizo, los otros, que lo seguían de cerca, continuaban avanzando uno por uno.
Así es como algunos cristianos ancianos pertenecientes a una Iglesia doméstica emplazada en la ciudad de Jiujiang de la provincia de Jiangxi debían ingeniárselas para llegar al servicio de culto.
El Gobierno local clausuró el lugar de reunión donde Qu Mei y los otros fieles de la Iglesia solían asistir. El pastor a cargo del lugar fue intimidado y obligado por los funcionarios del Gobierno del poblado a firmar una declaración en la que prometía no asistir a reuniones de Iglesias domésticas. De forma similar, otros predicadores fueron amenazados y les prohibieron volver a predicar para los creyentes, afirmando que si no obedecían serían arrestados; pero en lugar de acatar las órdenes, para evitar ser vigilados o arrestados por las autoridades, los predicadores no tuvieron más remedio que guiar, muy temprano por las mañanas, a los numerosos fieles hasta lugares de reunión distantes.
«Tengo 60 años. Hay creyentes que son mayores que yo, los mismos tienen 70 u 80 años. Son muy ancianos y es más probable que se resbalen y se caigan en esta carretera de montaña», afirmó Qu Mei. «Cada vez que nos reunimos, tenemos que salir a las cuatro de la mañana para poder llegar al lugar de reunión antes de las seis. El personal gubernamental comienza a trabajar a las ocho, por lo que debemos concluir nuestra reunión antes de esa hora. Solo tenemos una oportunidad por semana para reunirnos, así que tenemos que asistir sin importar lo difícil que sea el camino que debamos recorrer para llegar hasta allí”.
A medida que la luz de la madrugada atraviesa la niebla, se pueden ver témpanos de hielo de aproximadamente dos pulgadas de largo aferrándose a las ramas de los árboles en la montaña. Los témpanos son tan tenaces como la fe de estos creyentes, que se niegan a ceder a pesar de la persecución que están sufriendo.
«Mantengan la voz baja cuando cantemos. Si continuamos así, seremos descubiertos tarde o temprano”, dijo el predicador, de apellido Fang, quien ha sido repetidamente amenazado y convocado para hablar con las autoridades.
La sala donde se lleva a cabo la reunión no tiene puerta y el vidrio de algunas de las ventanas está roto. Cuando los creyentes se sientan, tienen tanto frío que sus narices hacen ruido cuando respiran. La reunión dura menos de dos horas. A medida que se acercan las ocho, la reunión termina y los creyentes ancianos se dispersan a toda prisa.
Estas pocas horas de dificultades son solo la punta del iceberg de lo que los cristianos en China enfrentan cada día bajo el gobierno del presidente Xi Jinping.
Informado por Tang Zhe