Una miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso relata la tortura y el adoctrinamiento que padeció a manos de las autoridades chinas luego de ser arrestada a la edad de 21 años.
Anonymous
Soy miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso (IDT). En el otoño de 2014, cuando tenía 21 años, fui arrestada mientras compartía el Evangelio. Lo que sucedió luego de ello se asemeja a una pesadilla, la cual permanece viva en mi memoria hasta el día de hoy. Privación del sueño, sentarse en cuclillas sobre un taburete, humillación sexual… esto es lo que el Partido Comunista Chino (PCCh) les hace a los miembros de la IDT, obligándolos a delatar a sus compañeros creyentes y a renunciar a su fe. He padecido cuatro años de tal tortura.
Meses de adoctrinamiento en una base secreta
Luego del arresto fui encerrada en un hotel que el PCCh utilizaba como base secreta de adoctrinamiento obligatorio. Mientras estuve allí, la policía me obligó a ver videos blasfemos y calumnió y vilipendió de manera constante a la Iglesia de Dios Todopoderoso.
Tras una semana de detención todavía no había firmado la declaración de arrepentimiento. Como castigo, la policía me obligó a permanecer de pie y no me permitió dormir durante tres días y tres noches seguidas. Tan pronto como cerraba los ojos, un oficial me golpeaba brutalmente la cabeza y el rostro con un libro, dejando mi nariz ensangrentada y mi rostro inflamado. Se me hacía insoportable permanecer de pie, tenía tanto sueño que ni siquiera podía sostener mi cabeza, la misma continuamente golpeaba contra la pared. Una oficial se quejó afirmando que mis ruidos perturbaban su sueño, por lo cual decidió golpearme brutalmente con un palo. En una ocasión me golpeó durante media hora, dejando mis nalgas doloridas e inflamadas.
Luego de más de cuatro meses de adoctrinamiento obligatorio, no me habían «transformado», por lo que fui transferida a una casa de detención.
Condenada a ser torturada
A fines de 2015, fui sentenciada a cuatro años de prisión por «organizar y utilizar una organización xie jiao para socavar la aplicación de la ley».
En agosto de 2016, con la esperanza de obligarme a abandonar mi fe, dos “maestros” (personal especialmente asignado por las autoridades para realizar la “conversión ideológica” de los presos de conciencia religiosos) fueron asignados para trabajar conmigo en el adoctrinamiento. Una oficial de policía y siete prisioneros fueron asignados para vigilarme.
Todos los días durante la «clase», era obligada a sentarme frente al maestro que golpeaba mi cabeza con su mano cada vez que no aceptaba su punto de vista, mientras dos prisioneros me sostenían desde atrás para que me quedara quieta en el lugar. Cada golpe era tan fuerte que el dolor me dejaba entumecida. Desde entonces, la parte posterior de mi cabeza a menudo se siente muy pesada.
Para evitar que me quedara dormida, los guardias les ordenaron a los prisioneros que me pellizcaran los brazos y los muslos con fuerza. Cada noche, continuaban haciendo comentarios blasfemos, esperando que tuviera una crisis nerviosa. Me preocupaba caer en su trampa, por lo cual continué orando en silencio. Tenía miedo de alejarme de Dios, aunque solo fuera por un momento. Durante un mes, casi no dormí nada.
También me vi obligada a colocarme en cuclillas sobre un pequeño taburete durante largos períodos de tiempo. A menudo tenía tanto sueño que me caía, una noche me caí más de 100 veces. Fui atormentada hasta el punto de que caí en trance y mi visión se volvió borrosa. Luego de caerme del taburete, no pude hallarlo nuevamente, por lo que los prisioneros me patearon brutalmente la ingle, dejándola magullada e hinchada; incluso orinar era algo doloroso y difícil de soportar.
Presos actuando como verdugos
Bajo la connivencia de los guardias de la prisión, los prisioneros me atormentaban y humillaban. En dos ocasiones, no me permitieron usar el baño durante varios días seguidos, obligándome a orinar y defecar en mis pantalones, llenando la habitación con un hedor insoportable. Los prisioneros me rodearon, observándome y humillándome, e incluso me sujetaron y me hicieron rodar sobre la orina y las heces. Me sentía mortificada y degradada, pero era incapaz de resistir. Esta tortura continuó durante cuatro días. Cuando finalmente me permitieron tomar una ducha, mis nalgas estaban cubiertas de llagas rojas.
Los prisioneros también utilizaron sus largas y afiladas uñas para realizar perforaciones debajo de mis uñas. A menudo, mis dedos estaban tan lastimados que goteaban sangre, provocándome un dolor insoportable.
Además, los guardias les ordenaron a los prisioneros que solo me permitieran comer algunos bocados de cada comida. Tenía tanta hambre que incluso vomité varias veces mientras bebía agua. Adelgacé mucho, solo era piel y huesos. Para humillarme aún más, los prisioneros a veces me obligaban a hacer ejercicios, tales como sentadillas de artes marciales o correr en el lugar, y me golpeaban si desobedecía.
A los prisioneros se les ordenó que me arrastraran hasta el baño y hundieran mi cabeza en un cubo lleno de agua. No podía respirar y seguía luchando. Hundieron mi cabeza dentro del agua varias veces, luego levantaron el cubo y vertieron toda el agua sobre mi cara. Prácticamente dejé de respirar y sentí que iba a morir. Todo lo que podía hacer era seguir orando en mi corazón.
Aunque me causa mucho dolor, quiero compartir mi experiencia más humillante y degradante. En dos ocasiones, durante las «clases» de adoctrinamiento, cuando me rehusé a renunciar a mi fe, una oficial de policía les ordenó a los prisioneros que me agarraran por la fuerza y me quitaran la ropa. Cuando comenzaron a tocar mis genitales, me sentía en una agonía tan extrema que no pude evitar que me violaran. Me repetía a mí misma: «Estas ni siquiera son personas, son bestias y monstruos».
Liberada pero no libre
Más de siete meses de brutal tortura e intenso adoctrinamiento me dejaron física y mentalmente devastada. Al haber sido privada de la suficiente comida y sueño durante más de un mes, me volví extremadamente frágil: a veces, no podía hablar, de repente perdía la visión o me desmayaba. Sucedía a menudo. Pero los guardias no me permitían recibir tratamiento, afirmando que lo estaba haciendo a propósito. En una ocasión, incluso sumergieron un trapo en chile y me frotaron la cara con él, la especia era tan fuerte que no podía abrir los ojos.
En noviembre de 2018, finalmente fui liberada de esta diabólica prisión, pero mi pesadilla no terminó. El PCCh todavía no ha dejado de vigilarme: debo reportarme en la estación de policía una vez cada tres meses, durante cinco años.
Como consecuencia de la brutal tortura física y mental padecida a manos del PCCh, perdí más de 15 kilogramos. Sufro de dolores de cabeza frecuentes y muchas veces me siento totalmente agotada. A menudo tengo calambres en las manos y no puedo levantar objetos pesados.
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Según el “Informe anual del 2018 sobre la persecución llevada a cabo por el Gobierno comunista chino contra la Iglesia de Dios Todopoderoso”, aproximadamente 700 miembros de la Iglesia fueron torturados y sometidos a adoctrinamiento obligatorio el año pasado, al menos 20 han sido perseguidos hasta la muerte. Entre ellos, siete murieron en centros de educación legal.