Una conferencia académica celebrada en la Universidad George Washington —de excelente nivel científico y significativa participación del público— ilustra y confirma la pesadilla que se vive diariamente Sinkiang, donde la religión es considerada una «patología» y un pueblo entero es sometido a «rectificación» debido a que es considerado un pueblo «equivocado».
por Marco Respinti
Si bien gran parte del planeta continúa ignorando lo que sucede diariamente en China, el mundo académico (o al menos una parte significativa de él) le está pidiendo a la comunidad internacional que salve a las minorías étnicas y a las religiones que son perseguidas en ese gran país asiático. El Simposio sobre el encarcelamiento masivo de uigures en China, organizado y coordinado en Washington D.C., por Sean R. Roberts, un antropólogo cultural perteneciente a la Escuela de Asuntos Internacionales Elliott (ESIA, por sus siglas en inglés) de la Universidad George Washington (UGW), acertadamente sacó a la luz la grave situación que aqueja a la región «autónoma» de Sinkiang. La parte del Programa del Instituto de Estudios Europeos, Rusos y Euroasiáticos de la UGW dedicada a Asia Central fue llevada a cabo el martes 27 de noviembre en la sala de conferencias Lindner Family Commons de la ESIA.
En vísperas de la conferencia, el 26 de noviembre, Roberts y varios de sus colegas, los cuales tenían previsto hablar en el evento que se celebraría al siguiente día, llevaron a cabo una importante conferencia de prensa en el Club Nacional de Prensa situado en Washington D.C., para denunciar —sin temor a afectar negativamente sus carreras, tal y como lo han destacado— la represión implementada en Sinkiang, mediante el lanzamiento de una declaración firmada por 278 académicos procedentes de 26 países y de múltiples disciplinas académicas, en la cual exigen el cese inmediato de todas las formas de coerción y hostigamiento implementadas por el Gobierno central y regional de China contra los uigures.
Ahora bien, no es habitual ver a expertos académicos y a hombres de mano dura derramando lágrimas frente a periodistas y cámaras. Pero esto es lo que sucedió el lunes cuando, ayudada por un intérprete, Mihrigul Tursun, una mujer uigur de 29 años de edad, tomó el micrófono —también llorando. Ella terminó formando parte de una pesadilla que dejó marcas en su cuerpo y en su alma para siempre, luego de que un día decidió viajar a Egipto para estudiar inglés y, debido a ello, quedó atrapada en una confusa e infundada acusación de espionaje. Ella y sus tres hijos pequeños (uno de los cuales murió) han sido maltratados de todas las formas imaginables. Fue encarcelada en condiciones literalmente inhumanas, obligada a soportar violencia de todo tipo y obligada, junto con sus hijos, a tomar medicamentos desconocidos. Agradeciendo a Estados Unidos por darle la oportunidad de vivir en un país libre, donde puede ser uigur y practicar su fe musulmana sin temor, la joven finalizó su testimonio realizando dos pedidos. El primero fue dirigido a los Estados Unidos, pidiéndoles que nunca dejaran a los uigures solos, ya que el mismo es un pueblo perseguido sólo por su origen étnico y por la fe que profesan. El segundo pedido fue que cualquier persona que viajara a China realizara la siguiente pregunta en su nombre: «¿Dónde están mis hijos?».
ADN y el Tercer Reich
La conferencia celebrada el martes, la cual estuvo dividida en tres paneles, demostró ser un ejemplo de auténtica excelencia académica: presentaciones detalladas y de alto nivel que documentaron, incluso con detalles recopilados a través de viajes al lugar donde acontecen los hechos, lo que sucede en una región alejada de la imaginación colectiva.
En el primer panel titulado: Aportando pruebas sobre los “campamentos de reducación», los oradores fueron Timothy A. Grose, sinólogo del Instituto de Tecnología Rose-Hulman emplazado en Terre Hauste, Indiana, Seiji Nishihara, economista de la Universidad Internacional de Kagoshima, emplazada en Japón, y Sophie Richardson, directora del Departamento Chino del Human Rights Watch.
El profesor Grose se centró en la utilización, por parte del Partido Comunista Chino (PCCh), de un lenguaje médico para estigmatizar como patologías al «terrorismo» y al «extremismo religioso» que el PCCh atribuye a los uigures. De hecho, para el PCCh, ser uigur y aspirar a la libertad equivale a ser terrorista (es decir, la definición arbitraria que el Partido le otorga al término «terrorismo»), mientras que el Gobierno de Pekín califica cualquier manifestación de identidad religiosa como «extremismo religioso”, desde una simple oración personal hasta la ostentación de símbolos sagrados, por ejemplo, en vestimentas o en letreros públicos. El simple hecho de ser uigur (un grupo étnico que casi siempre coincide con la fe) no solo es un crimen, sino que también es considerado una enfermedad, ya que el «terrorismo» y el «extremismo religioso», desde el punto de vista comunista, son dos caras de la misma moneda. Por lo tanto, los uigures se están curando —y esto es exactamente lo que ofrece la «misión civilizadora» del PCCh. En este tratamiento, se incluyen la limitación del contagio y la cauterización de las heridas abiertas, es decir, una persecución abierta, gestionada de forma propagandística como una medida de higiene nacional.
Posteriormente, el profesor Nishihara hizo lo que nadie se había atrevido hacer antes —hundir el cuchillo en la herida. ¿Por qué el PCCh, Nishihara se preguntó a sí mismo más o menos retóricamente, intenta encontrar nombres alternativos para sus campamentos de «reeducación», refiriéndose a ellos de forma ridícula como centros de «formación profesional»? Lo hace debido a que intenta de todas las maneras posibles evitar llamarlos por lo que realmente son, campos de concentración, y ello por la sencilla razón de que tal definición recuerda el nacionalsocialismo alemán y el exterminio sistemático de millones de inocentes. No obstante, la realidad de los campamentos chinos es, en muchos aspectos, idéntica a la de los campos establecidos por el Tercer Reich: el mismo desprecio por los seres humanos y la misma arbitrariedad. Pero un punto los hace realmente similares. No es cierto que los uigures, afirma Nishihara, sean perseguidos porque son separatistas. Quizás algunos de ellos también lo sean, pero la razón por la cual el PCCh los ataca es simplemente porque son uigures, es decir, portadores de una identidad religiosa y cultural «diferente» y, por lo tanto, intolerable para el régimen. Muchos casos ilustran lo anteriormente mencionado muy bien, pero un ejemplo particular lo demuestra de manera brillante: el caso de tres intelectuales, Satar Sawut (exdirector del Departamento de Supervisión Educativa de Sinkiang), Yalqun Rozi (escritor y crítico literario) y Tashpolatt Teyip (expresidente de la Universidad de Sinkiang), quienes desaparecieron el año pasado debido a que criticaron los últimos acontecimientos represivos, a pesar de que eran leales al PCCh y, por ende, no eran separatistas en absoluto.
Luego, el profesor Richardson centró la atención en otro tema nodal. El sistema utilizado por el PCCh para controlar a los exiliados incluso en el extranjero, un problema que los refugiados sufren de manera convincente y viven con gran temor. El régimen de Pekín emplea tecnología sofisticada, por ejemplo, sometiendo a aquellos que solicitan un pasaporte a toma de muestras de ADN para poder cartografiar la «disidencia». Después de todo, Richardson pregunta, ¿a quién pueden apelar los refugiados cuando el PCCh les ordena, estando en países extranjeros, repatriarse de inmediato o afrontar graves problemas para ellos y sus familiares? ¿Cómo pueden reaccionar los mismos?
El “paternalismo” y la diáspora
Durante el segundo panel titulado: Impacto de los campamentos sobre las comunidades uigures, los que realizaron presentaciones fueron Joanne Smith Finley, sinóloga de la Universidad de Newcastle, emplazada en Gran Bretaña, Darren Byler, antropólogo de la Universidad de Washington, Elise Anderson, etnomusicóloga de la Universidad de Indiana, emplazada en Bloomington, y Dilnur Reyhan, especializado en la diáspora uigur y perteneciente al Instituto Nacional de Idiomas y Civilizaciones Orientales de París.
El profesor Finley ofreció impresiones de primera mano relacionadas con el cambio total ocurrido en la sociedad de Sinkiang debido al reciente recrudecimiento de la represión llevada a cabo contra los habitantes de esa región, una región que vive atemorizada y angustiada a causa de la incertidumbre. Al volver a conectarse con la presentación del Prof. Grose, Finley subrayó el enfoque psiquiátrico otorgado al problema de la religión utilizado por el PCCh, el cual trata a los fieles como alienados que deben ser transformados en individuos inofensivos y corregidos. Su discurso también tocó el tabú que nadie se atreve a citar, pero del que existe una gran cantidad de evidencia: el genocidio étnico y cultural que está padeciendo Sinkiang. Un concepto crucial introducido por Finley es el del «miedo a la mezquita», es decir, el terror «sagrado» que siente el PCCh hacia todo lo que recuerda remotamente a la fe de los uigures, lo cual debe ser erradicado a través de una secularización forzosa de costumbres y tradiciones que deben ser desacralizadas y sinicizadas.
Con relación al mismo punto, el profesor Byler documentó el «paternalismo reeducativo» implementado por el régimen en la región uigur. El Observatorio de Derechos Humanos estima que aproximadamente el 10% de los uigures se encuentran actualmente detenidos en campos de concentración «reeducativos». Millones de personas son sometidas a «rectificación», y un millón de funcionarios gubernamentales, tal y como ha documentado Bitter Winter, son empleados para vigilar a los musulmanes étnicos. En resumen, el estado funciona como un «Gran Hermano” Orwelliano que, con la excusa de la seguridad nacional, asfixia a la sociedad y a las creencias religiosas por medio de un control cada vez más estricto y eficaz.
Posteriormente, la profesora Anderson continuó, en un estilo no divergente, ilustrando cómo este «paternalismo» es expresado de manera ejemplar en la imposición de una forma de arte —la música— la cual aparentemente simula ser tradicional, pero que en cambio solo apunta, a través de un continuo bombardeo dirigido a la sociedad, a vaciar la música identitaria de cualquier significado y rectificarla de acuerdo con las consignas ideológicas del Partido, el cual de esta manera, penetra de manera subrepticia en la sociedad. Otra afirmación realizada por ella ha sido particularmente significativa. El idioma uigur, el signo de la identidad de todo un pueblo, desaparecerá. La nueva generación, según afirma la especialista, prácticamente no tiene poetas, custodios ubicuos del idioma, y este hecho terminará afectando favorablemente al PCCh.
La presentación del profesor Reyhan fue relevante ya que ilustró las profundas divisiones en los grupos que componen la diáspora uigur en Occidente, lo cual frecuentemente socava sus iniciativas. La falla se encuentra principalmente en el frente de la independencia, dividiendo a los que la invocan abiertamente de aquellos que están interesados principalmente en otros temas, hablando solo, a veces de manera genérica, de autonomía, pero, sobre todo, de derechos humanos y de libertad religiosa. Obviamente, la situación es aprovechada por el PCCh, el cual define a todos los uigures, específicamente sin hacer distinciones, como separatistas y, por lo tanto, como terroristas.
Biopolítica y Bitter Winter
El tercer panel titulado: Contextualizando los campamentos de reeducación, presentado por James A. Millward, un historiador de la Universidad de Georgetown, emplazada en Washington, Sandrine E. Catris, historiadora de la Universidad de Augusta, emplazada en Georgia, Roberts de la GWA y Michael Clarke, investigador de la Universidad Nacional Australiana de Canberra, experto en historia y sociedad de Sinkiang.
El profesor Millword eligió un tema original. Los imperios, entidades supranacionales por definición, afirmó, siempre han sido capaces de lidiar con el pluralismo cultural, lingüístico y religioso de manera efectiva. Por supuesto, todos los imperios históricos han sido diferentes, uno del otro, pero, sin embargo, han favorecido una composición social indudablemente antidemocrática según los estándares modernos, aunque objetivamente funcional. Los estados-nación, que por definición son la negación de los imperios, nunca han podido enfrentar el problema adecuadamente, al padecer de nacionalismo endémico, siempre prefirieron exacerbarlo. Desde un punto de vista ciertamente no nostálgico, Millword afirma que esta cuestión resurge constantemente. La China actual ha heredado un imperio, pero lo ha convertido en un gran estado-nación, en el cual el nacionalismo, en forma de sinicización, ha transformado al socialismo en un problema de índole nacionalista aún mayor.
El paralelismo entre el régimen de Xi Jinping y la Revolución cultural (1966-1976) promovida por el presidente Mao Zedong (1893-1976) ha sido efectivamente ilustrado por el profesor Catris, quien destacó los paralelismos existentes entre esas dos fases históricas en lo que respecta a educación forzada, asimilación de las minorías, dura represión alternada con intentos de domesticar a las religiones, encarcelamientos masivos, uso de trabajo forzoso y lealtad a la línea del Partido, sin importar lo que pase, lo cual es un requisito para todos. Existen algunas diferencias entre lo que sucedía en el pasado y lo que sucede hoy en día, pero quizás, ya que muy pocos hablan de ello, actualmente es incluso peor que antes.
Posteriormente, el profesor Roberts ilustró la acusación de terroristas promovida sistemáticamente por el PCCh contra los uigures. Recordando la necesidad de profundizar en la noción misma de «terrorismo», adaptándola meticulosamente según los casos específicos y, por lo tanto, invitando a todos a distinguir siempre de manera rigurosa entre grupos, propaganda política y realidad histórica, el antropólogo utilizó la categoría de «Biopolítica» elaborada por el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) para señalar la amplia y peligrosa ecuación realizada por el PCCh. Para el régimen de Pekín, ser terroristas es lo mismo que estar enfermo; pero los enfermos son, ante todo, personas religiosas, por lo tanto, estar afectados por la enfermedad del «extremismo religioso» es equivalente a ser terroristas. Se trata de una cinta de Möbius, funcional para el «apostolado ideológico», la cual es frecuentemente aceptada acríticamente por los occidentales como si fuera real (lo que los convierte en cómplices de los crímenes perpetrados por el PCCh), y que Xi Jinping utiliza para reprimir brutalmente a millones de personas pacíficas.
Finalmente, el profesor Clarke atrajo la atención sobre las causas de la nueva y reciente ola represiva, preguntando: «¿Por qué ahora?». Su respuesta es una combinación de causas que tienen que ver con la geopolítica, la seguridad y la economía. Al estar físicamente situada en la delantera del avance de China hacia occidente, Pekín ve a Sinkiang como una pieza indispensable para mantener la seguridad pública china y la seguridad nacional (al igual que el Tíbet), así como también como un nuevo mercado para la productividad excesiva del país. Pero, según afirma el PCCh, las costumbres y la fe de Sinkiang deben ser rejuvenecidas ya que limitan la modernización, la cual es útil para transformarla en una nueva y enorme plaza para el consumo. Y entonces, dado que China está intentando de alguna manera exportar su propio «paquete de seguridad» represivo, el gran experimento de ingeniería social implementado en Sinkiang es utilizado como un escaparate estratégico.
Finalizada con una vivaz mesa redonda animada con preguntas realizadas por la audiencia —entre la que también se encontraba Rebyia Kadeer, la líder moral e histórica del mundo uigur— la conferencia dejó ver una realidad innegable. La verdad sobre la represión comunista china es bien conocida, sólidamente documentada y perfectamente comprendida, incluso en los detalles, por los académicos. Como siempre, no obstante, la sociedad civil, la cultura de masas, e incluso la política quedan rezagadas.
Bitter Winter fue creada y existe para ayudar a cerrar esta brecha entre los especialistas y la opinión pública, buscando continuamente formas de vincular estos dos mundos, que, de muchas maneras, viven vidas distantes. El hecho de que todos los oradores presentes en el Simposio de Washington y que también una parte considerable de la audiencia parecían conocer, apreciar y, ocasionalmente, utilizar Bitter Winter, agradeciendo el hecho de que frecuentemente publica noticias que no pueden ser halladas en otros sitios, las cuales siempre están documentadas y certificadas, es un factor de gran importancia. No para el parroquialismo, sino como una confirmación del hecho de que lo que estamos haciendo aquí todos los días, a costa de los enormes riesgos a los que se enfrentan muchos de nuestros reporteros y colaboradores, es lo que debe hacerse.