Un periodista que fue arrestado y torturado por ser miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso relata su historia como preso de conciencia en China.
Cao Liming
Mi nombre es Cao Liming, nací el 4 de octubre de 1985 en el condado de Yucheng, en la provincia de Henán. El 20 de junio de 2008, mientras estaba en la ciudad de Jiaozuo, en la provincia de Henán, me convertí en miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso.
Desde octubre de 2006 trabajé como periodista, antes de convertirme en creyente en Dios Todopoderoso. Mi último trabajo fue en la estación de televisión de Henán, New Countryside Channel (Nuevo Canal Rural), donde estaba a cargo de las entrevistas y de la edición de un programa llamado Ciencia y Tecnología Rural. Las entrevistas y la cobertura principalmente incluían los últimos logros científicos y tecnológicos de la Academia de Ciencias Agrícolas, los logros de cooperativas rurales en lo que respecta a la promoción de la agricultura local, e informes sobre investigaciones, visitas gubernamentales de inspección, y reuniones o conferencias a las que asistían altos funcionarios gubernamentales responsables del sector agrícola.
Durante mis tres meses de trabajo en la estación, no se me permitió decir la verdad, y tampoco tenía derecho a presentar ningún informe que fuera independiente, imparcial, u objetivo.
Todo lo que se mostraba en el programa era completamente falso. Por ejemplo, las cifras de la siembra de cultivos eran manipuladas, la producción agrícola se reportaba falsamente, y los funcionarios gubernamentales y los cuadros del Partido que afirmaban asistir a conferencias o llevar a cabo investigaciones en realidad viajaban por el país comiendo, bebiendo y disfrutando. Los residentes locales tenían que gastar grandes sumas de dinero para hospedar a estos funcionarios corruptos. Fuimos obligados a producir videos repletos de contenido promocional falso, abogando por el «gran desempeño» del Gobierno local.
Trabajar en la estación de televisión me pareció una tarea sumamente opresiva. Me quedó muy claro que los medios de comunicación chinos son utilizados como una herramienta para difundir mentiras que glorifican al Gobierno chino y engañan a los ciudadanos comunes. Me sentí perdido: este país no tenía integridad, ni esperanza. Solo en la Iglesia de Dios Todopoderoso los hermanos y hermanas pueden abrir sus corazones y decir lo que piensan, sin mentiras ni engaños. Allí, mi alma se sentía libre, allí podía ser honesto y honorable. Sentí que había hallado el rumbo de mi vida.
El 8 de diciembre de 2012, fui arrestado por aproximadamente cinco agentes de policía luego de que alguien me denunciara por difundir el Evangelio en la aldea de Qiangetai del condado de Fengqiu, bajo la jurisdicción de la ciudad de Xinxiang, en la zona norteña de Henán. La policía me sacó de la casa sin mostrar ningún tipo de orden judicial ni proporcionarme alguna razón para llevar a cabo el arresto. Luego de someterme a violentos maltratos físicos y verbales frente a una multitud de aldeanos que se hallaban en el patio de la casa, la policía me llevó hasta una sala de interrogatorios oscura y helada, situada en el primer piso del edificio de la Agencia de Seguridad Pública del condado, donde fui esposado a un frío banco de tigre, un dispositivo de tortura en el que las víctimas se ven obligadas a sentarse en un banco de hierro con las rodillas atadas. Los meses de diciembre en Henán pueden ser extremadamente fríos.
El interrogatorio comenzó a aproximadamente las 3 de la tarde y duró diez horas. Tenía tanto frío que no podía dejar de temblar y perdí la sensibilidad en la parte inferior de mi cuerpo. Los oficiales siguieron preguntándome por el paradero de los hermanos y hermanas de mi Iglesia. Los mismos me golpeaban e insultaban casi sin cesar. Las esposas estaban fuertemente sujetas a mi muñeca izquierda y cortaron profundamente mi piel, dejando el hueso expuesto. La sangre goteaba por mis dedos, mi muñeca estaba llena de sangre, inflamada y púrpura. Se veía horrible. Cada vez que los oficiales me golpeaban, me sacudían la muñeca y las esposas cortaban más profundamente mi piel. El dolor era insoportable, nunca lo olvidaré. Todo lo que pude hacer en ese momento fue apretar los dientes y rezarle en silencio a Dios Todopoderoso.
Justo después de la 1 de la madrugada del 9 de diciembre, fui acusado de «perturbar el orden social» por serle fiel a Dios Todopoderoso y difundir el Evangelio, y fui condenado a diez días de detención administrativa y a pagar una multa de 500 yuanes (aproximadamente 74 dólares). Me obligaron a firmar una notificación de detención y luego fui escoltado hasta un centro de detención. Durante el tiempo que permanecí allí, me siguieron interrogando, golpeando y torturando de vez en cuando. Los interrogadores repetidamente me amenazaban diciendo que me encarcelarían si me negaba a revelar información sobre la Iglesia.
Cuando mis diez días de detención llegaron a su fin, cuatro agentes de policía me llevaron directamente a la Brigada de Investigación Criminal del Condado de Fengqiu, donde un oficial tomó una muestra de mi sangre, mis huellas dactilares y las huellas de mis pies, comprobó mi estatura y mi peso, y me tomó una foto. Luego de ello, sin ninguna explicación, los mismos cuatro oficiales me escoltaron hasta la Casa de Detención del Condado de Fengqiu. Cuando me exigieron que firmara varios documentos antes de ser admitido, me negué a hacerlo. Uno de los oficiales me dio una fuerte bofetada y luego pateó salvajemente mi cintura. Me dolía tanto que casi me caigo al suelo. No fue sino hasta una semana después que me entregaron una notificación por escrito informándome que las autoridades de seguridad pública me estaban acusando de cometer delitos por creer en Dios y difundir el Evangelio en diferentes lugares de la zona, y por ello me condenaban a detención penal.
En la casa de detención, me encerraron en una celda de 20 a 30 metros cuadrados. En el momento en el que ingresé a la misma, me descompuso el hedor, y pude ver que más de 20 personas estaban amontonadas allí. Pronto descubrí que entre ellos había asesinos, ladrones, traficantes de drogas, violadores, estafadores, pandilleros, personas acusadas de corrupción, asaltantes, etc. La celda era oscura y húmeda, no ingresaba la luz del sol durante todo el día. Parecía que estaba en el infierno, una atmósfera de terror impregnaba cada rincón. El guardia encargado de vigilarme, Zhang, le dijo al «líder» de los prisioneros que «cuidara bien a este creyente en Dios Todopoderoso» (o sea, yo).
Durante mi primer día en la casa de detención, el líder me obligó a limpiar el inodoro con mis propias manos y a dormir junto a él. Me tumbé en el suelo de cemento helado y mi cuerpo temblaba de frío. No tenía nada que pudiera proporcionarme un poco de calor. Al día siguiente, el líder me obligó a quitarme toda la ropa y luego vertió innumerables palanganas de agua helada sobre mi cabeza. Este brutal tratamiento dejó mis labios azules y mi cuerpo tan frío como una paleta helada. Para cada comida, solo me daban un bollo al vapor, duro como una piedra y muy difícil de tragar. Estos bollos ni remotamente saciaban mi apetito, y en varias ocasiones casi me desmayé de hambre.
La policía me amenazó afirmando que no dejarían de torturarme a menos que les dijera el paradero de otros miembros de la Iglesia. En menos de medio año, mi peso bajó de 93 a 72 kilogramos. Incapaz de soportar los maltratos y las humillaciones, durante un tiempo pensé en suicidarme como una forma de escapar de mi agonía. Pero en los días más oscuros y desesperanzadores de mi vida, recordé las palabras de Dios Todopoderoso: «Dios quiere el testimonio de los vivos, no de los muertos… Si aún tienes aunque sea un aliento de vida, Dios no te dejará morir». Fue solo gracias al liderazgo y a la guía de las palabras de Dios Todopoderoso que recuperé la convicción y la fuerza para seguir viviendo. Aproximadamente en mayo de 2013, solicité que me permitieran contratar a un abogado para que me defendiera, pero mi propuesta fue rechazada.
Mi juicio se llevó a cabo en junio de 2013 en el Tribunal Popular del Condado de Fengqiu, en Sinkiang. El tribunal no me asignó un abogado defensor ni informó a ninguno de mis familiares sobre mi juicio. El proceso judicial duró alrededor de una hora. El juez dijo: «Mientras creas en Dios y difundas el Evangelio en China, estarás violando la ley penal china y cometiendo un delito». Aproximadamente un mes después del juicio, el juez que trató mi caso se presentó en la casa de detención y me sentenció a tres años de prisión, acusándome de «organizar y utilizar una organización xie jiao para socavar la aplicación de la ley», y me pidió que firmara la sentencia en ese mismo momento. Solicité una apelación, pero la misma fue rechazada por el juez.
El 20 de julio, fui trasladado a la Primera Prisión de la Provincia de Henán. Cada semana tuve que asistir al menos a dos clases de adoctrinamiento intenso y todos los días fui obligado a trabajar durante aproximadamente 20 horas, confeccionando a mano adornos en el «grupo de educación» destinado a los reclusos recientemente admitidos. Solo se me permitía utilizar el baño dos veces al día y por un período de tiempo limitado. Si consideraban que mi desempeño era deficiente o lento, me golpeaban y me sometían a castigos físicos. Todo eso me dejó mentalmente agotado y físicamente exhausto. Además, los guardias de la prisión seguían amenazándome y obligándome a escribir las llamadas «tres declaraciones» (una confesión, un arrepentimiento y una declaración de ruptura de lazos con la Iglesia) destinadas a hacerme renunciar a mis creencias y a traicionar a Dios Todopoderoso. Cada vez que me negaba a hacerlo, incitaban a los demás prisioneros a que me acosaran y disponían que alguien me vigilara las 24 horas del día, sin separarse de mi lado ni siquiera cuando comía, dormía o iba al baño.
No se me permitía orar ni hablar con otros creyentes en Dios Todopoderoso. Los guardias también hallaban numerosas razones para acosarme, castigarme y humillarme. En muchas oportunidades, fui castigado físicamente y golpeado. Cada vez que dejaban de castigarme y golpearme, comenzaba una nueva ronda de maltratos.
En una ocasión, mientras estaba trabajando sentí repentinamente un dolor en mi estómago y bebí un sorbo de agua para aliviarlo. Un guardia vio esto, e inmediatamente me llevó a la oficina de los guardias y me acusó de ser perezoso y fingir estar enfermo. Me ordenó ponerme en cuclillas delante de él y me dio una patada en la cara. Luego, volvió a obligarme a agacharme y me dio otra fuerte patada en la cabeza. No puedo recordar las veces que me pateó. Me hizo ponerme en cuclillas hasta que mis piernas no pudieron sostenerme.
En la cárcel, los guardias utilizaron todos los medios posibles para causarme daños físicos y pisotear mi dignidad. A sus ojos, yo era menos que un animal. Cada día en este infierno repleto de temor me iba acercando más y más al borde del colapso mental.
Un día, el hermano Xie Gao, otro creyente, me pasó un trozo de papel con palabras de Dios Todopoderoso. Nuestro encuentro fue captado por las cámaras y llamó la atención de un funcionario carcelario llamado Zhu Yumin. El mismo le ordenó al líder de una brigada de apellido Ma que me llevara a su oficina. Allí, el oficial Zhu me ordenó que me quitara toda la ropa, quería encontrar evidencia de que el hermano Xie Gao me había entregado ese trozo de papel. El vello de mi nuca se erizó, mi corazón comenzó a latir aceleradamente y mi columna vertebral se cubrió con un sudor frío. Si hubiera descubierto el trozo de papel que me había entregado el hermano Xie Gao, nos habría entregado a la unidad de seguridad mejorada. Al no hallar nada, me amenazó diciendo que, si se enteraba de que el hermano Xie Gao y yo volvíamos a comunicarnos, convertiría mi vida en un infierno hasta que estuviera al filo de la muerte. En más de una ocasión, un compañero de prisión me dijo que si uno era enviado a la unidad de seguridad mejorada, su destino sería la muerte o quedar discapacitado como resultado de las torturas inhumanas que se aplicaban en dicho lugar.
La unidad de seguridad mejorada era un sitio tan horripilante que excede mi capacidad de descripción. El hermano He Zhexun, quien era un líder de alto nivel de la Iglesia, fue arrestado al mismo tiempo que el hermano Xie Gao y condenado a 15 años de prisión. Desde su primer día en la prisión, estuvo confinado en la unidad de seguridad mejorada. Apenas podía comunicarse con alguien y además estaba obligado a usar un dispositivo de rastreo GPS en su muñeca para grabar cada uno de sus movimientos y palabras. Aún permanecía confinado en dicha unidad cuando fui liberado de la cárcel.
En el pabellón adyacente al mío se encontraba confinado el hermano Ban Rongge (de unos 30 años) antes de que lo enviaran a la unidad de seguridad mejorada, luego de que se le viera pasar un trozo de papel con palabras de Dios Todopoderoso a otro recluso, también miembro de la Iglesia. Aproximadamente tres o cuatro meses después, cuando pude verlo nuevamente, su mano derecha se había deformado como resultado de los brutales golpes y su cabello se había vuelto completamente blanco. Lo vi caminar fatigosamente, paso tras paso, con la cabeza gacha. Sus ojos se veían apagados y parecía desorientado. Lucía como una persona de aproximadamente 50 o 60 años. Más tarde, descubrí que, a pesar de que fue liberado, había enloquecido a causa de las brutales torturas a las que había sido sometido y ya no podía cuidar de sí mismo.
Un día, cuando pasaba por la entrada del área de trabajo destinada a los reclusos, vi cómo una enfermera le daba RCP a un interno en una ambulancia. Alguien estaba parado allí grabando lo que estaba sucediendo. Le pregunté al prisionero que estaba junto a mí por qué estaban filmando a la enfermera mientras intentaba salvarle la vida al prisionero. Él dijo: «¿No lo sabes? Ese hombre ya está muerto. La enfermera simula salvar su vida por el bien de su familia. Cuando la policía golpea a alguien hasta matarlo, lo graba conectado a un goteo intravenoso o mientras es desfibrilado para poder decirle a la familia del fallecido que ha muerto inesperadamente de causas naturales. Es algo muy común en la cárcel. Esto se asemeja al infierno, los prisioneros a menudo son torturados hasta la muerte».
El 8 de diciembre de 2015, finalmente fui liberado luego de haber cumplido mi condena de tres años. Dos funcionarios públicos, uno de ellos perteneciente a la Agencia Judicial de la ciudad de Jiaozuo y el otro a la unidad de trabajo de mi padre, «me escoltaron» de regreso a Jiaozuo y dispusieron todo para que la Agencia de Seguridad Pública de la ciudad me vigilara de cerca. Me ordenaron que utilizara un número de teléfono móvil registrado a mi nombre (el Gobierno chino exige que todos los ciudadanos presenten su número de documento de identidad cuando solicitan un número de teléfono móvil; si no lo hacen, no se les proporciona ningún número) y que llevara mi teléfono móvil conmigo las 24 horas del día para poder ser convocado cada vez que lo consideraran necesario. Incluso me dijeron que sería severamente castigado y sentenciado si descubrían que todavía creía en Dios Todopoderoso, ¡podrían golpearme hasta matarme impunemente!
No me atreví a regresar con mi familia ni a ponerme en contacto con mis hermanos y hermanas de la Iglesia, ya que cualquier persona que fuera descubierta relacionándose conmigo sería sospechosa de creer en Dios Todopoderoso y, por lo tanto, correría peligro de ser arrestada o incluso sentenciada. Incapaz de soportar la vigilancia constante, decidí esconderme.
En los seis meses posteriores a mi liberación, viví solo y constantemente aterrorizado. Temía ponerme en contacto con la gente. Mi corazón se aceleraba ante el menor ruido externo. No podía conciliar el sueño y con frecuencia me despertaba en mitad de la noche. Los años de salvajes maltratos y torturas afectaron gravemente mi salud: padecí la fractura de un disco espinal, una severa lesión en el cuello y en los hombros, así como otros problemas de salud. Me vi obligado a depender de los medicamentos (antidepresivos y ansiolíticos) para poder dormir. Mi memoria se deterioró de manera sustancial y mis reacciones se volvieron más lentas. Una lesión provocada en mi brazo izquierdo durante mi encarcelamiento lo dejó dañado: solo puedo elevarlo 45 grados, perdí la fuerza del mismo y, con frecuencia, mis dedos se adormecen.
Un día de marzo de 2016, mi hermana mayor me dijo que una de sus amigas le había enviado un mensaje de texto preguntándole dónde había estado y diciendo que los oficiales de la Agencia Judicial habían estado haciendo preguntas sobre mi paradero. En septiembre de 2016, escuché que la política más reciente del régimen comunista chino era volver a arrestar y encerrar a todos los cristianos pertenecientes a la Iglesia de Dios Todopoderoso que habían sido detenidos y encarcelados en el pasado. Los mismos debían ser fuertemente sentenciados. Si mientras vivía en China continuaba creyendo en Dios Todopoderoso, corría el riesgo de ser arrestado y asesinado en cualquier momento. ¡La sola idea de ser nuevamente arrestado me aterrorizó ya que esos horribles e inhumanos días fueron la peor pesadilla de mi vida!
Más tarde, bajo la milagrosa guía de Dios Todopoderoso, utilicé el registro del hogar de otra persona para obtener una tarjeta de identificación y un pasaporte con el nombre de dicha persona, pero con mi foto. Utilicé ese pasaporte para completar los procedimientos necesarios para viajar al extranjero. El 22 de octubre de 2016, hui a Estados Unidos donde mi temor a ser detenido, humillado y torturado debido a mi fe en Dios Todopoderoso se fue desvaneciendo gradualmente. Realmente pude apreciar lo que son los derechos humanos y lo que significa tener libertad de creencias religiosas.
La persecución que experimenté es solo la punta del iceberg. Innumerables cristianos han sido y están siendo perseguidos en este momento. Espero sinceramente que más de los que aprecian la justicia presten atención al hecho de que el régimen comunista chino persigue brutalmente a los miembros de la Iglesia de Dios Todopoderoso, espero que más personas que creen en la justicia le presten atención a estos presos de conciencia, quienes han sido encarcelados y no tienen voz.