Una joven comparte su tragedia familiar: sus padres fueron enviados a campamentos de confinamiento en Sinkiang, y tres hermanos fueron abandonados a su suerte.
por Xiang Yi
En Sinkiang, cualquier persona de etnia uigur puede ser confinada indefinidamente en los temidos campamentos de transformación por medio de educación. Incluso informes anónimos sin fundamento o una violación de las muchas reglas impuestas, a menudo rayanas en lo absurdo, pueden servir como motivo de arresto. No obstante, en la mayoría de los casos, no se necesita ningún otro pretexto más que su origen étnico y sus creencias religiosas, para enviarlos a clases de «reeducación». El temor a ser detenidos ha convertido la vida de los musulmanes que residen en esta región autónoma del lejano oeste de China en una pesadilla diaria.
Para evitar ser perseguidos y demostrar que no suponen ningún peligro para la sociedad, los uigures locales están haciendo todo lo posible para permanecer bajo el radar de las autoridades y son sumamente cautelosos en cada uno de sus pasos. Algunos incluso han comenzado a saludar a los residentes de etnia han que pasan a su lado para demostrar que son «inofensivos». A pesar de sus intentos, una gran cantidad de uigures siguen confinados en campamentos –hasta la fecha un total de tres millones de personas, según algunos cálculos.
Una joven procedente de una aldea de la provincia sureña de Sinkiang compartió con Bitter Winter su triste historia familiar: una de las muchas que hay en la región, afirma.
Al comienzo de la conversación, la mujer, que acaba de cumplir 20 años, mostró una foto familiar, en la que toda la familia sonreía radiantemente. Esto había sucedido en un pasado reciente, en la actualidad, las lágrimas, no las sonrisas, son sus compañeras diarias.
Los problemas familiares comenzaron en el invierno del 2017, cuando funcionarios de la aldea convocaron a su padre para interrogarlo por primera vez. Tras regresar de la reunión, el padre habló muy poco, tal vez, porque no quería preocupar a su familia con los problemas que se avecinaban.
Luego de la segunda citación llevada a cabo por las autoridades de la aldea, el hombre no regresó a hogar. «El jefe de la estación de policía llamó y nos dijo que fuéramos a despedirnos de nuestro padre. Cuando vimos a siete u ocho policías meter a nuestro padre en un coche de policía y llevárselo, nos quedamos atónitos, y comenzamos a llorar sin parar», afirmó la mujer recordando con gran tristeza el día en que su padre fue llevado a un campamento de transformación por medio de educación.
Desde ese día, la madre de la mujer, en ese momento a cargo del hogar y de sus tres hijos, comenzó a sentirse nerviosa en todo momento y a llorar a diario. Aproximadamente dos semanas después, la misma fue convocada por funcionarios al comité de la aldea. Temiendo por su destino, los niños acompañaron a su madre, pero fueron detenidos fuera del edificio.
«Su madre saldrá en un momento, luego de que finalice la reunión», afirmó uno de los funcionarios. No obstante, pronto, varios autobuses se detuvieron a la entrada del comité de la aldea. La familia, en estado de shock, fue testigo de cómo oficiales de policía llevaron a su madre, junto con más de 300 personas, a los autobuses y abandonaron el lugar.
La familia pronto se enteró de que su madre había sido llevada al Centro de Educación y Capacitación Nro. 6 local, siendo el mismo un tipo de campamento de transformación por medio de educación. Hasta el día de hoy no se les ha proporcionado ningún tipo de explicación con respecto al arresto de su madre.
Así pues, la joven quedó a cargo del hogar familiar y de sus dos hermanos menores, una de sus hermanas sigue asistiendo a la escuela. La misma tiene que ganar dinero para cubrir todos los gastos de subsistencia. Se siente impotente y triste todo el tiempo.
A los tres hermanos se les permite presentarse en la oficina del comité local de la aldea para participar en videollamadas con su madre, cada una de las cuales dura de 5 a 10 minutos. «Durante estas llamadas, agentes de policía armados con bastones hacen guardia a nuestro lado. No nos atrevemos a decir nada, sólo lloramos incontrolablemente», le dijo la joven a Bitter Winter.
La madre está preocupada por el destino de sus hijos. No hay mucho que pueda hacer. Como mínimo, les dice que sean «buenos chinos», lo que espera que los salve de ser confinados. «No jueguen con sus teléfonos móviles. No se conecten a internet. Deben estudiar chino mandarín y cantar el himno nacional. Deben decir que el Partido Comunista es bueno y que el socialismo es bueno…». Esto es lo que la madre les repite a sus hijos durante las llamadas realizadas desde el campamento.
En comparación con otros niños uigures cuyos padres han sido detenidos en campamentos de transformación por medio de educación, los tres hermanos pueden considerarse afortunados: al menos todavía tienen un hogar y no han sido enviados a instituciones gubernamentales especializadas –«escuelas» de propaganda china han similares a un prisión– donde los que son confinados en las mismas viven y son educados en un entorno totalmente «hanificado». De esta manera, a los herederos de la cultura uigur se les niega su derecho de nacimiento.