Aunque técnicamente no viven en una prisión, el ambiente artificial y las regulaciones gubernamentales les recuerdan a los musulmanes: creemos que son una amenaza.
El mostrador de la caja en un supermercado emplazado en el centro de Sinkiang está rodeado de rejas de hierro, similar a una jaula. El Gobierno local ha exigido que todos los supermercados medianos o grandes instalen barandillas de hierro alrededor del mostrador de salida para impedir actos terroristas.
Además, los supermercados deben contar con varios dispositivos antiterroristas, entre los que se incluyen detectores para realizar registros corporales, cascos, ropa resistente a puñaladas, escudos y enormes garrotes. Cualquier tienda que no compre los artículos anteriormente mencionados o que no instale barandillas de protección será inmediatamente clausurada, y su propietario será detenido por la fuerza para «estudiar», es decir, será confinado en un campamento de transformación por medio de educación.
Una zapatería emplazada en la misma región posee un sistema de alarma antipánico, cubierto por una capa de polvo. Obviamente, la alarma no ha sido útil, pero el Gobierno aún así exige que todos los propietarios de tiendas la instalen.
Según el comerciante, se supone que los propietarios harán sonar la alarma cuando aparezca un presunto terrorista. Entre las personas que el Gobierno considera «sospechosas» se incluyen hombres musulmanes con barba larga o mujeres que usen un abaya negro —un vestido parecido a una túnica— así como también personas que usen el símbolo de la luna creciente y la estrella.
Los musulmanes pertenecientes a minorías étnicas que viven lejos de sus hogares en viviendas de alquiler son considerados uno de los grupos más peligrosos. Bajo esta teoría, a algunas casas de alquiler emplazadas en la región centro-oriental de Sinkiang se les exigió que instalaran cámaras de vigilancia.
Según residentes locales, si los arrendadores descubren que los inquilinos realizan actividades religiosas en una casa alquilada o ven a alguien sospechoso entrando o saliendo de la misma, pueden utilizar «la alarma antipánico» para alertar a la policía.
Otro recordatorio de las sospechas del Gobierno es la puerta de seguridad de «lujo», que parece no coincidir con la mayoría de las simples viviendas de alquiler. Los lugareños le dijeron a Bitter Winter que el Gobierno exige la compra de una puerta de seguridad. El que no la compre e instale, será enviado a «estudiar».
En la puerta de una casa alquilada, cuelga una notificación oficial —la “tarjeta de servicio de viviendas de alquiler”— con requisitos: las casas de alquiler deben estar equipadas con una alarma antipánico, un tanque de agua y una cámara de vigilancia, los contenidos de vigilancia deberán almacenarse durante al menos 90 días, si hay un nuevo inquilino, el cambio debe ser informado a la oficina de asuntos policiales de la comunidad dentro de un plazo de tres horas, y el inquilino debe solicitar rápidamente un permiso de residencia, el arrendador debe vigilar a los inquilinos para asegurarse de que no se comporten de manera violenta, ni lleven a cabo actos terroristas ni actividades religiosas ilegales.
Estas y otras medidas ejercen una constante presión sobre los musulmanes que viven en Sinkiang. «Siento que me están tratando como si fuera un terrorista», le dijo a Bitter Winter un musulmán de etnia hui.
Una mujer de etnia hui agregó: «Este sentimiento impregna todos los aspectos de la vida de los musulmanes». El año pasado, la fábrica donde trabaja exigió que cada musulmán minoritario firmara una «declaración de compromiso». Los trabajadores de etnia han no tuvieron que firmarla.
Esta «declaración de compromiso» contiene un total de 16 disposiciones, tales como: no propagar el terrorismo o el extremismo, ni incitar a otros a realizar actividades terroristas, no utilizar la intimidación, el hostigamiento u otro método para alejar a las personas de diferentes minorías étnicas o fe religiosa de su lugar de residencia, para interferir con sus vidas, sus hábitos de vida, su estilo de vida, y sus relaciones con personas de otras etnias o que posean otras creencias religiosas, no practicar la zalá [una forma de oración islámica] en talleres de producción, dormitorios o casas de alquiler, etc.
«Irónicamente, el Gobierno exige que no interfiramos en las creencias de los demás, pero no nos permite orar en nuestro dormitorio», afirmó la mujer. «Después de todo, ¿quién está interfiriendo en la vida de quién?».
Al ser tratados como terroristas, los musulmanes locales están constantemente preocupados ante la posibilidad de cometer un error y ser detenidos.
«Todo lo que podemos hacer es seguir creyendo en secreto», agregó la mujer con tristeza.
No obstante, incluso no nos permiten tener fe en nuestro corazón. El pasado mes de mayo, la fábrica donde trabaja esta mujer exigió que todos asistieran a los eventos denominados «Habla y muestra tu espada» (el nombre especial que se le dio al evento de juramento que se celebra de manera extensa en Sinkiang, donde la gente debe jurar seguir al Partido Comunista y no creer en ninguna religión). En estos eventos, los empleados deben jurar lealtad, diciendo: “Solo creo en el Partido Comunista. Obedeceré al Partido. Seguiré al Partido Comunista por siempre. No poseo ninguna creencia [religiosa]”.
Hasta cierto punto, realizar este juramento puede llegar a reducir la probabilidad de ser considerado sospechoso. Aquellos que no presten juramento serán detenidos en un campamento de “transformación por medio de educación” o perderán su trabajo.
Al final, la mujer entrevistada por Bitter Winter decidió prestar juramento, a pesar de que hacerlo era totalmente contrario a su fe. No obstante, al menos por ahora, no será considerada terrorista ni será detenida.
Información de Li Benbo