Un seminario compuesto por académicos y políticos, en el Parlamento Europeo, deja pasar una excelente oportunidad para colocar el respeto por los derechos humanos en la cima de las prioridades.
Marco Respinti
Durante la segunda mitad de mayo, los estados miembros de la Unión Europea (UE) celebrarán elecciones para renovar el Parlamento Europeo (PE) y es lógico que, uno tras otro, surjan temas candentes. Uno de ellos es, sin duda, las relaciones que la UE tiene, y sobre todo tendrá, con los otros gigantes de la escena política internacional, por ejemplo, China. Especialmente en un momento histórico en el que el coloso asiático está expandiendo abiertamente su poderío y su control a través de la “Iniciativa Cinturón y Camino”. Esto a pesar del hecho de que, aunque ha sido el protagonista de un vertiginoso y proverbial crecimiento económico, ahora está rezagándose en medio de la reciente desaceleración de su producción manufacturera, la devaluación del yuan en comparación con el dólar estadounidense, y el choque de aranceles con los Estados Unidos de América (cuyos efectos también se sienten en la UE).
Por lo tanto, tiene mucho sentido celebrar un seminario como el organizado por los representantes alemanes en el PE, Jo Leinen, socialdemócrata, y Reinhard Butiköfer, del Grupo de Los Verdes, respectivamente presidente y vicepresidente de la Delegación del PE para las relaciones con la República Popular China. El seminario titulado “Valores políticos en las relaciones entre Europa y China” tuvo lugar el 30 de enero en el edificio Altiero Spinelli del PE, emplazado en Bruselas, y contó con la presencia de Una Aleksandra Bērziņa-Čerenkova del Instituto Letón de Asuntos Internacionales en Riga; Alice Ekman del Instituto Francés de Relaciones Internacionales de París; Mikko Huotari del Instituto Mercator para Estudios de China en Berlín, Alemania; Tamás Attila Matura, de la Universidad Corvinus en Budapest, Hungría; Plamen-Tilemachos Tonchev, del Instituto de Relaciones Económicas Internacionales en Atenas; y Tim Nicholas Rühlig, del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, en Estocolmo.
Los derechos humanos no tienen prioridad en la agenda
Dicho esto, aún a costa de parecer ingenuo, incluso muy ingenuo, uno podría esperar que las conversaciones sobre relaciones políticas y comerciales entre países no pueden ignorar el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales de las personas. Si tiene sentido que a dos países despóticos les resulte fácil entenderse política y económicamente, también tiene sentido esperar que un estado democrático le exija a su probable o posible socio político y económico que respete al menos los estándares de democracia que personalmente observa. ¿Cómo se puede pensar que un país democrático puede lidiar a nivel político y económico con otro si este último encarcela, tortura, maltrata, e incluso asesina arbitrariamente a sus ciudadanos? No es necesario ser moralmente superior para comprender que comerciar con un país donde a diario se pisotea la dignidad humana no es bueno para los negocios, incluso los cínicos lo entienden. De hecho, todos entienden cuán económicamente arriesgado, por no decir perjudicial, es mantener intercambios comerciales —donde todo se basa en la confianza, el cumplimiento de los acuerdos, el respeto de las reglas y la transparencia— con un socio desleal e hipócrita, acostumbrado a actuar al margen de la ley, a mentir y a subyugar a sus ciudadanos en lugar de beneficiarlos.
¿Por qué entonces (y aquí está toda mi ingenuidad intencional anunciada anteriormente), cuando se trata de las relaciones entre los estados democráticos de Europa y un país totalitario como China, los derechos humanos no se encuentran posicionados en la cima de la agenda? El seminario celebrado el 30 de enero en Bruselas, por ejemplo, no les dio la prioridad esperada.
Elevar las apuestas
Bueno, se dijeron unas pocas palabras, se mencionaron algunos hechos, pero con el freno de mano presionado sigilosamente. Como si los académicos que intervinieron supieran, consciente o inconscientemente, que no debían empujar las cosas más allá de cierto límite. Se podría decir que esta es la forma en que operan los académicos, ya que los mismos se expresan de manera diferente a los activistas. Es cierto, pero sólo parcialmente. Sí, los académicos hacen su trabajo de una manera diferente a los activistas, y apropiadamente, pero, por otro lado, incluso los académicos pueden, si lo desean, dejar las cosas en claro. Por supuesto, de manera diferente que los activistas, pero ciertamente no de una manera menos clara y directa.
Después de todo, en el seminario celebrado en Bruselas, Mikko Huotari afirmó explícitamente que varias cosas que suceden en China son incompatibles con las normas a las que los países de la UE están acostumbrados. Una Aleksandra Bērziņa-Čerenkova especificó que los letones tienen poca simpatía por el modelo de gobierno que domina a China, así como también por el enfoque frívolo que Pekín adopta con respecto al derecho internacional. Tamás Matura afirmó que Hungría ve con buenos ojos a China, pero la República Checa y Polonia, cuyas sociedades se sienten sumamente impacientes con el «modelo de Pekín», no piensan lo mismo, agregando que, en estas evaluaciones, siempre es necesario distinguir cuidadosamente las actitudes de los gobiernos desde las posturas de los ciudadanos. Alice Ekman señaló oportunamente que, cuando se trata de China, no se puede dar nada por sentado, por lo que en cada ocasión es necesario darles sentido a las palabras, definiendo su significado. Derechos, ley, gobierno y libertad no tienen el mismo significado en China que en Europa.
Pero entonces, si los académicos que hablaron en el seminario sintieron algo de inquietud y de alguna manera lo revelaron, ¿por qué no podemos invertir completamente las prioridades (todavía estoy siendo intencionalmente ingenuo), y hacer espacio para que el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales de las personas se transforme en un paradigma vinculante de cualquier otra cuestión política y económica que sea legítima? En resumen, ¿por qué no podemos partir de esos principios, afirmando explícitamente que mientras China no cambie su actitud en lo relacionado a los derechos humanos y a las libertades fundamentales, no puede existir ninguna clase de asociación?
Actualmente (y aquí termina mi ingenuidad), en el mundo globalizado, no es posible retirarse en un espléndido aislamiento. Es evidente que, nos guste o no, el resto del mundo tiene que llegar a un acuerdo con la potencia económica china. Pero es igualmente válido que se puedan subir las apuestas, que se pueda poner sobre la mesa la cuestión del respeto a los derechos humanos. Y no es cierto que si uno lo hiciera, China se retiraría: para comerciar, siempre debe haber al menos dos partes.
Dos giros inesperados
Ciertas autocensuras son, pues, inexplicables. A los académicos, quienes no actúan en política, no les costaría demasiado hablar abiertamente. A costa de parecer idealistas, pueden permitírselo porque no detentan ningún cargo político y, si hablan francamente, pueden incluso beneficiarse de ello.
Para los políticos, no obstante, el precio puede ser más alto. Los mismos tienen una agenda ideológica que seguir y no tienen la intención de permitirse ciertas libertades. Esta es una declaración maliciosa mía, pero la conclusión del seminario celebrado el miércoles en Bruselas ha ayudado a nutrirla.
Unos treinta minutos antes de la conclusión del seminario, una vez que todos los oradores habiendo llevado a cabo sus presentaciones, el Sr. Bütikofer, quien actuó como coordinador de la mesa, abrió la sesión de preguntas y respuestas. Recogió todas las intervenciones del público, y luego les dio la palabra a los oradores. De las numerosas preguntas, dos tocaron el corazón oculto del problema. La primera (la primera sin duda) fue la realizada por Ryan Barry del Congreso Uigur en Múnich, Alemania: el mismo preguntó si las noticias que hablaban sobre el millón (al menos) de uigures que el PCCh mantiene encarcelados ilegalmente por motivos religiosos y étnicos en los campamentos de “transformación por medio de educación” de Sinkiang habían tenido eco en los países europeos analizados por los oradores. Otra pregunta fue planteada por una señora china, la cual preguntó si los políticos se daban cuenta de que cualquier reflexión sobre China no podía dejar de lado el hecho de que el país profesa una ideología comunista y practica una ideocracia comunista, las cuales apuntan a la dominación y degradación total de las personas. A partir de este momento, siguieron dos giros inesperados.
El primero fue el manejo que realizó el Sr. Bütikofer de las preguntas y respuestas: resumió todas las preguntas de la audiencia, invitando a los oradores a elegir la favorita para responder, pero omitiendo las dos mencionadas anteriormente, a saber, uigures y Comunismo. Luego, les dio la palabra a los oradores en orden inverso comparado con su primera serie de intervenciones, quienes optaron por responder todo excepto las dos preguntas mencionadas anteriormente, tal vez porque el moderador las omitió. Así, cuando ya no quedaba más tiempo, en el momento en el que un asistente le indicaba al Sr. Bütikofer que era hora de abandonar la sala para que pudiera comenzar un evento posterior, Mikko Huotari tomó la palabra nuevamente. Y aquí está el segundo giro inesperado: el mismo recuperó meritoriamente la pregunta sin respuesta sobre los uigures. Pero en ese momento ya no quedaba más tiempo, por lo que la pregunta quedó suspendida en el aire (la relacionada con el comunismo nunca volvió a surgir).