Un hombre de etnia han que se desempeña como gerente de una fábrica de ropa emplazada en Sinkiang revela inquietantes detalles del abuso al que son sometidos los uigures locales, oculto tras falsos proyectos tendientes a mejorar sus vidas.
por Chang Xin
Un hombre chino de etnia han procedente de la provincia norteña de Shanxi se desempeña como gerente de una fábrica de ropa emplazada en el sur de la Región Autónoma Uigur de Sinkiang. El mismo aceptó compartir con Bitter Winter su experiencia trabajando allí. A fin de salvaguardar su identidad, pidió ser llamado Wang Hao.
La fábrica del Sr. Wang emplea a más de mil personas de etnia uigur. Según las órdenes del Gobierno central, todos los residentes de Sinkiang en edad de trabajar deben ser empleados, incluidas las mujeres que cuidan niños pequeños. Utilizando diversas prácticas de empleo forzoso, disfrazadas de alivio de la pobreza, el Partido Comunista Chino (PCCh) también adoctrina a los uigures étnicos en nombre de la «erradicación del extremismo religioso y del separatismo» para transformar su visión del mundo de acuerdo con la ideología del Partido. Adrian Zenz, uno de los principales investigadores especializados en Sinkiang, cree que «en este contexto, el trabajo es aclamado como un medio estratégico para erradicar las ideologías ‘extremistas’».
A fin de cultivar su sentido de la disciplina, los trabajadores deben correr una hora cada mañana antes de un turno de 13 horas, el cual a menudo dura hasta la 1 de la madrugada. En comparación con la duración de la jornada laboral, los salarios mensuales son desproporcionadamente bajos: 500 yuanes (aproximadamente 70 dólares) para los trabajadores regulares y solo un poco más de 1000 yuanes (alrededor de 140 dólares) para los líderes de equipos y grupos.
Los trabajadores viven en las instalaciones de la fábrica y rara vez se les permite regresar a sus hogares durante sus días libres. Algunas empresas emplean a uigures de tan solo 16 años, cuyos padres, alrededor del 80 por ciento de los mismos, se encuentran confinados en campamentos de transformación por medio de educación. En algunos casos, ambos padres se encuentran detenidos. «Estos niños se sienten abatidos», afirmó Wang Hao. Por lo que él sabe, la mayor parte de los menores son enviados a trabajar por escuelas que firman contratos con empresas como la suya.
«Los uigures detenidos que trabajan en fábricas administradas por campamentos de transformación por medio de educación son mano de obra gratuita, no se les paga ningún tipo de salario», continuó Wang Hao. «Esa es la razón por la cual tantas empresas los emplean. El Gobierno llama a estos campamentos ‘clases de capacitación educativa’, pero en realidad son cárceles, donde los detenidos deben trabajar la mayor parte del tiempo».
El verano pasado, el PCCh declaró que la mayor parte de los reclusos de los campamentos habían sido liberados y hallaron un «trabajo adecuado». Luego de ello, una gran cantidad de uigures comenzaron a ser trasladados a otras zonas de China para «resolver el problema de la mano de obra excedente y aliviar la pobreza«, afirmaron las autoridades.
Wang Hao cree que el empleo forzoso de uigures por parte del Gobierno no es tan simple como se describe, y no tiene nada que ver con el alivio de la pobreza. «Lo que el Estado quiere no es disminuir la pobreza, sino transformar la ideología de los uigures», afirmó. «Reprimen su fe al prohibir sus costumbres, su vestimenta tradicional, sus festivales religiosos o los rezos en las mezquitas. Los uigures son obligados a comer carne de cerdo y solo se les permite creer en una religión: el Partido Comunista Chino».
El Sr. Wang cree que las políticas educativas o laborales del PCCh, adoptadas en nombre del alivio de la pobreza, han disminuido la calidad de vida de los uigures en lugar de mejorarla.
«En el pasado, los uigures que trabajaban en otros lugares, como por ejemplo en la provincia sureña de Cantón, recibían un salario de cinco a seis mil yuanes (alrededor de 700 a 840 dólares), diez veces más de lo que ahora se les paga en Sinkiang», continuó el Sr. Wang. «Pero el Gobierno ha convocado a la mayor parte de ellos de regreso a Sinkiang y restringe sus movimientos. Solo pueden irse si se les concede permiso y si nadie en tres generaciones de su familia tiene antecedentes policiales».
El Sr. Wang conoce a un hombre que, tras graduarse en una universidad del interior de China, comenzó a trabajar en el sector de la informática en la provincia de Cantón, pero el Gobierno lo convocó de regreso a Sinkiang. Ahora trabaja en una fábrica de ropa y gana un sueldo exiguo, viviendo una vida empobrecida.
El padre y los tres hijos de una familia que el Sr. Wang conoce solían trabajar en el interior de China, pero también fueron convocados de regreso a Sinkiang y fueron detenidos en campamentos de transformación por medio de educación. Las esposas e hijos de estos hombres, una docena en total, ahora son mantenidas por el cuarto hijo, el cual trabaja en Sinkiang, y apenas llegan a fin de mes.
«A pesar de ser una persona de etnia han, estoy de acuerdo con todas las declaraciones que afirman que en Sinkiang no hay derechos humanos», concluyó Wang Hao.