El Partido Comunista Chino diariamente amplía su control sobre políticos, medios de comunicación, empresas y académicos occidentales. Quienes lo niegan, consciente o inconscientemente, trabajan para la propaganda del PCCh.
por Massimo Introvigne
No sucede todos los días. En el mes de junio, las amenazas de acciones legales simultáneamente presentadas en Canadá, el Reino Unido y Estados Unidos frenaron la publicación del libro Hidden hand: Exposing how the Chinese Communist Party is reshaping the world (La mano oculta: exponiendo cómo el Partido Comunista Chino está remodelando el mundo), escrito por el académico australiano Clive Hamilton, de la Universidad Charles Sturt, y la investigadora alemana Mareike Ohlberg, actualmente miembro del laboratorio de ideas German Marshall Fund de Estados Unidos. Las objeciones jurídicas procedían del empresario británico pro-China Stephen Perry y su organización 48 Group Club, pero la sombra del Partido Comunista Chino (PCCh) apareció claramente detrás de sus “compañeros de viaje” occidentales.
Hamilton se hizo conocido entre el público en general en el año 2018 gracias a su libro Silent invasion: China’s influence in Australia (Invasión silenciosa: la influencia de China en Australia). Luego de que el PCCh y sus adeptos asustaran a la editorial Allen & Unwin para que lo retirara en el último minuto, el libro fue publicado por Hardie Grant (Richmond, Victoria) y se convirtió en un éxito de ventas. Los académicos australianos pro-China rechazaron el libro por promover una agenda de confrontación con China, donde, según ellos, el diálogo y la cooperación económica están creando «una mayor libertad dentro de China».
Esta era ya una posición insostenible en el año 2018 y, luego de la nueva Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong, del encubrimiento del COVID-19, de las nuevas revelaciones sobre la terrible persecución de las minorías religiosas en Sinkiang y el Tíbet y la represión religiosa existente a lo largo de toda China, la misma se vuelve absurda en el 2020. No obstante, los mismos académicos cantan la misma canción ahora que La mano oculta finalmente se encuentra disponible para los lectores de habla inglesa (en mayo se publicó una edición en alemán).
El secretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, explicó de qué se trata todo esto en el discurso que pronunció el 23 de julio en la Biblioteca y Museo Presidencial de Richard Nixon, un discurso que será recordado por su importancia histórica. Por primera vez, Pompeo repudió la doctrina creada por Nixon, la cual afirmaba que el reconocimiento internacional y las relaciones comerciales eventualmente obligarían a China a avanzar hacia la democracia y el respeto de los derechos humanos. Medio siglo después de Nixon está claro que esto no está sucediendo y que tampoco sucederá. Y, tal y como afirmó Pompeo, si no logramos cambiar a la China comunista, entonces la China comunista nos cambiará a nosotros.
El libro de Hamilton y Ohlberg constituye una importante nota a pie de página de esta última declaración. El mismo muestra que el PCCh ya nos está cambiando y que esto sucede a diario. El libro posee un alcance enciclopédico y no puede ser fácilmente resumido. Nos recuerda que, bajo el mandato de Xi Jinping, el PCCh es un partido que reivindica la herencia de Marx, Lenin, Stalin y Mao, y que está comprometido en llevar adelante una lucha global para hacer de China la potencia dominante del mundo y para persuadir a todos los países de que el comunismo es más efectivo que la democracia en la resolución de sus problemas. Al igual que el presidente Mao, Xi divide a la población del mundo en tres segmentos: los amigos «rojos», los enemigos «negros» que deberían ser destruidos utilizando todos los medios legales e ilegales posibles, y los «grises», situados en el medio, aquellos que pueden ser comprados o convencidos de trabajar con los «rojos».
El libro es un extenso catálogo de cómo en Occidente hay unos pocos «rojos» ideológicamente comprometidos con el «socialismo con características chinas» de Xi, y una gran cantidad de «grises» que son comprados, chantajeados o «persuadidos» de diferentes formas. Los mismos se encuentran presentes en todos los países y provienen de todas las tendencias políticas. En la familia del presidente Trump —y también en la familia del candidato presidencial demócrata, Joe Biden— descubrimos importantes conexiones económicas con China y con empresas propiedad del PCCh. Los republicanos también tienen a Neil Bush, hermano del expresidente George W. Bush, quien pronuncia discursos en conferencias pro-China organizadas por grupos relacionados con el Frente Unido, y al líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, quien votó en contra de las resoluciones que censuran a China. McConnell es el esposo de la actual secretaria de Transporte chinoestadounidense, Elaine Chao, cuyo padre desde hace una década tiene conexiones con miembros influyentes del PCCh.
Australia tiene al ex primer ministro Paul Keating, quien afirmó que los derechos humanos forman parte de los «valores occidentales» que no se aplican a China, y declaró que el Gobierno chino «simplemente es el mejor Gobierno del mundo en los últimos treinta años. Punto final». Otro ex primer ministro, el francés Jean-Pierre Raffarin, es descrito en el libro como una especie de vendedor ambulante para los intereses chinos, y uno de los pocos occidentales que recibió de manos del presidente Xi Jinping la Medalla de la Amistad, «el símbolo supremo de la gratitud del Partido». En el año 2018, Raffarin fue designado por el presidente Macron como su representante especial para China.
El libro afirma que el 48 Group Club, el cual está compuesto por destacados empresarios y políticos, desempeña un papel similar en el Reino Unido; en el Parlamento Europeo, el eurodiputado checo Jan Zahradil; en Italia, el ex subsecretario de Estado Michele Geraci, quien pasó muchos años en China y es un colaborador habitual de los medios de comunicación del PCCh.
Los largos brazos del PCCh no se extienden solo a los políticos nacionales. China cuenta con un programa sistemático de cooperación con autoridades locales, las cuales a menudo no saben casi nada sobre la verdadera agenda del PCCh, pero acogen las celebraciones de propaganda en sus ciudades y logran impedir las protestas anti-China o los eventos organizados por refugiados tibetanos o por Falun Gong. Hamilton y Ohlberg analizan el caso de Muscatine, Iowa, una pequeña ciudad que se convirtió en el centro de eventos pro-China de importancia nacional en Estados Unidos. El libro afirma que restringir la libertad de Falun Gong de organizar eventos en Occidente es una de las obsesiones del PCCh, y los autores explican en detalle de qué manera las embajadas y los consulados chinos despliegan una febril actividad para persuadir a los teatros (entre los que se incluye el Teatro Real de Madrid) de que los espectáculos de danza y música de la compañía de Falun Gong Shen Yun deben ser cancelados por «razones técnicas», si es que no se encuentra otra excusa, tal y como sucedió en España.
El PCCh también intimida o manipula a los chinos que se encuentran en el extranjero, ya sean periodistas, empresarios o académicos. Las grandes empresas, atraídas por la perspectiva de firmar contratos multimillonarios con China, se convierten en defensoras del PCCh. Las universidades dependen en gran medida de las tasas de matrícula pagadas por estudiantes chinos para sus presupuestos, pero las formas en las que el Gobierno chino se infiltra y controla el mundo académico occidental son prácticamente infinitas. Las prensas académicas son intimidadas para que publiquen libros pro-China y rechacen a los que critican al PCCh (aunque algunas se resisten a hacerlo). Algunas universidades incluso cooperaron (no de forma gratuita) con la Sociedad China de Estudios sobre Derechos Humanos, un organismo de propaganda del PCCh cuyo objetivo es persuadir al mundo de que los derechos humanos tal como los conocemos son «occidentales» en lugar de universales, y no pueden aplicarse a China.
Las empresas financieras y los laboratorios de ideas también se encuentran infiltrados. El nombre Goldman Sachs es frecuentemente citado en el libro, y ciertamente es sugestivo que Song Bing, exejecutiva de Goldman Sachs, esté casada con Daniel Bell, una de las principales voces del Instituto Berggruen, un laboratorio de ideas pro-China emplazado en Los Ángeles fundado por un multimillonario germanoestadounidense quien, según los autores, coopera con el Departamento Central de Propaganda del PCCh.
Los autores afirman que dos elementos están empeorando la situación: la creciente presencia del Gobierno chino en instituciones internacionales y la Iniciativa Cinturón y Carretera (BRI, por sus siglas en inglés). No ha escapado a la atención de Hamilton y Ohlberg que el Memorando de la BRI firmado por Italia prevé la cooperación entre la televisión estatal y la agencia de noticias italiana y sus homólogos chinos, cuyo objetivo es obviamente difundir la propaganda del PCCh en Italia. Existen disposiciones similares en otros acuerdos de la BRI.
El libro también menciona la extraña historia de Meng Hongwei, a quien China logró instalar como presidente de Interpol en el año 2016, solo para hacerlo «desaparecer» en el año 2018 y condenarlo a 13 años y medio de prisión por presunta corrupción en el año 2019. Según Hamilton y Ohlberg, es posible que Meng haya sido castigado por no haber podido utilizar Interpol para arrestar a Dolkun Isa, el presidente del Congreso Mundial Uigur, a pesar de que logró que la policía italiana lo arrestara en el año 2017. Pero Isa fue inmediatamente liberado luego de que varios políticos italianos alzaran la voz en protesta.
¿China está cambiando el mundo? La respuesta ofrecida por el libro es sí. No debemos confundir a China con Rusia, afirman los autores. Rusia también intenta infiltrarse en Occidente con su propaganda, pero su economía ciertamente no permite que el Gobierno invierta en estos proyectos tanto como lo hace China. Los académicos pro-China pueden estar en desacuerdo con esto, pero el secretario Pompeo tiene razón. La única forma de evitar que China cambie a Occidente es cambiando a China, no solo en interés de Occidente, sino principalmente en interés del pueblo chino, el cual debe ser liberado de la tiranía del PCCh.