En marzo de 1959, China reprimió una protesta en Lhasa asesinando a miles de civiles y violando los acuerdos que había suscrito en el año 1951. Disolvió al Gobierno tibetano y convirtió al Tíbet en una provincia china. Éste fue el comienzo de una política en la que el PCCh decidió ignorar el derecho internacional y responder a las protestas mundiales principalmente mediante la fabricación de noticias falsas.
por Massimo Introvigne
El año 2019 marcará el 60.° aniversario de la Batalla de Lhasa acontecida en 1959, un punto de inflexión crucial en la historia de violaciones de derechos humanos del PCCh y de desafío abierto a las leyes y convenciones internacionales. Lo que está sucediendo actualmente en Sinkiang es la continuación lógica de una política iniciada en el Tíbet en la década de 1950. Para el PCCh, la consecución de sus propios intereses ideológicos es más importante que su imagen internacional y que sus relaciones públicas. Cuando se enfrenta a las críticas internacionales, la primera reacción del PCCh es comenzar a fabricar noticias falsas.
La mayor parte de lo que no se conocía previamente sobre la batalla de Lhasa, al menos cuando se toman en cuenta a lectores occidentales que no están familiarizados con los idiomas chino y tibetano, actualmente puede ser encontrado en la edición en inglés del libro Tíbet en agonía: Lhasa 1959 escrito por Li Jianglin, una historiadora china, quien se ha capacitado académicamente en Estados Unidos y vive allí. El libro de Li, publicado por la editorial Harvard University Press en el año 2016, es una edición actualizada y ampliada del texto que ella publicó en chino, en Taiwán y en Hong Kong, en el año 2010. También es un estudio decisivo sobre el tema.
El punto clave enfatizado por Li es que la mayoría de los malentendidos relacionados con el Tíbet están basados en un conocimiento incompleto de su geografía. ¿Qué es exactamente el Tíbet? Si el Tíbet es el área en donde la mayor parte de las personas hablan el idioma tibetano y creen en la religión budista tibetana, entonces el territorio actual de lo que China denomina la Región Autónoma del Tíbet (RAT) incluye aproximadamente a la mitad de este. La otra mitad incluye las regiones tradicionalmente llamadas Amdo y Kham, hoy en día, divididas entre las provincias chinas de Qinghai, Gansu, Sichuan y Yunnan. Los geógrafos e historiadores denominan a esta área más amplia como el «Tíbet Étnico». La RAT actual es el «Tíbet Político». Existen complicadas cuestiones históricas y jurídicas sobre si el Tíbet era legalmente un estado independiente antes de la invasión china de 1950. Nadie duda. no obstante, de que gozaba de una independencia de facto y, para todos los propósitos prácticos, estaba regido por el Dalai Lama y por su gobierno. Este comentario se refiere al territorio de la actual RAT (más el área llamada Chamdo, que los chinos ocuparon en el año 1950 y que fue separada del Tíbet Político). Antes de que el PCCh llegara al poder en el año 1949, tanto China como el Tíbet reclamaban la soberanía de Amdo y de Kham, pero ninguna de las dos potencias los controlaba. Una gran cantidad de pequeñas subdivisiones de estas dos regiones eran gobernadas por los abades de sus monasterios budistas o por jefes tribales hereditarios.
De los documentos mencionados por Li, se desprende con absoluta claridad que el presidente Mao (1893–1976) había decidido desde su ascensión al poder gobernar a todo el Tíbet y convertirlo en una provincia de China. No obstante, advirtió que esto debería hacerse de manera gradual y paciente, para evitar o limitar las reacciones internacionales.
Primero, Mao se aseguró de tomar el control sobre Amdo y Kham, áreas que eran cultural y religiosamente tibetanas, pero que no estaban controladas por el Gobierno tibetano en Lhasa. La China Republicana ya había dividido estos territorios en varias provincias chinas, pero era algo meramente teórico, ya que de hecho seguían siendo gobernados por sus gobernantes tradicionales. Mao se deshizo rápidamente de los gobernantes tradicionales y convirtió la teoría Republicana en una práctica Comunista.
En segundo lugar, el Tíbet Político, estaba compuesto por seis subdivisiones principales, más la capital, Lhasa. La subdivisión más oriental, la cual limita con Kham, era denominada Chamdo. Luego de llegar al poder en el año 1949, Mao revivió antiguas reclamaciones chinas que afirmaban que Chamdo no formaba parte del Tíbet, y diseñó la formación de un Comité Comunista de Liberación de Chamdo, el cual se rebeló contra la autoridad de Lhasa. En octubre de 1950, las tropas chinas invadieron Chamdo y la proclamaron autónoma bajo el gobierno del Comité de Liberación de Chamdo (posteriormente, la misma pasó a formar parte de la RAT).
En el año 1950, Mao consideraba prematuro que el ejército chino marchara hacia Lhasa. No es que tuviera mucho que temer del pequeño y pobremente armado ejército tibetano. Él sentía temor de las reacciones internacionales. No obstante, la ocupación de Chamdo les envió un mensaje claro a los tibetanos. En el año 1951, los mismos se vieron obligados a firmar, bajo coacción, el Acuerdo de los Diecisiete Puntos de Pekín, el cual poseía tres puntos principales. Primero, reconocía que el Tíbet formaba parte de China. Segundo, prometía que seguiría siendo administrado internamente por su Gobierno y por estructuras religiosas y sociales tradicionales, mientras que China administraría sus asuntos exteriores. Tercero, permitió que un contingente masivo de soldados chinos se posicionara en Lhasa, y les dio rienda suelta a los chinos para realizar propaganda a favor del PCCh en el Tíbet.
En el año 1950, el actual Dalai Lama tenía quince años. Él era un joven precoz y aprendía rápidamente, pero también era un estudiante (hasta el año 1959, una de sus tareas principales era prepararse para sus exámenes académicos finales), por lo cual tuvo que confiar en sus tutores, consejeros y ministros, algunos de los cuales, como actualmente sabemos, eran agentes dobles pertenecientes al PCCh. Como se describe en el libro de Li, el Dalai Lama creyó hasta el amargo final (y, en cierto modo, incluso después) que podía negociar con el PCCh. Li afirma que casi nadie en el Tíbet en ese momento, y muy pocos académicos luego, entendieron claramente la estrategia de Mao. Sólo recientemente se pudo llevar a cabo la desclasificación o filtración de documentos clave.
Mao comenzó la «sinificación» de Kham y Amdo del Tíbet Étnico a mediados de la década de 1950. Esto significó la destrucción de una estructura social de un siglo de antigüedad, el arresto o la ejecución de varios líderes tradicionales y la clausura, e incluso la destrucción, de numerosos monasterios budistas. Los historiadores occidentales han creído durante mucho tiempo que Mao cometió un error al no anticipar que la sinificación brutal y prematura de Kham y Amdo generarían una revuelta en el lugar, con miles de personas uniéndose a la guerrilla de los Voluntarios Tibetanos Defensores de la Fe Chushi Gangdruk —los cuales, a pesar de estar pobremente armados, eventualmente les causarían graves bajas a los chinos—, y sentimientos contrarios al PCCh en el Tíbet Político, siendo éste el sitio donde comenzaron a huir los refugiados de las regiones recientemente sinificadas.
De hecho, los documentos descubiertos por Li demuestran que lo contrario fue cierto. Mao conscientemente creó las condiciones para que se desatara una rebelión en Kham y Amdo, y deseó con todo su corazón que estallara cuanto antes una revuelta contra China en el Tíbet Político. Y cuanto más violenta fuera, mejor. Eso le habría dado al PCCh el pretexto para ocupar el Tíbet y destituir al Gobierno del Dalai Lama, afirmando internacionalmente que simplemente estaba defendiendo a las tropas y ciudadanos chinos emplazados en Lhasa contra «bandidos reaccionarios». La correspondencia secreta de Mao muestra con qué frecuencia reprendió a los líderes locales del PCCh que trataron de prevenir la insurrección, mientras que las instrucciones procedentes de Pekín exigían provocarla.
Sin embargo, Mao no era omnisciente, a pesar de lo que luego afirmarían los historiadores comunistas chinos. Aunque originalmente consideraba irrelevante el hecho de que el Dalai Lama pudiera huir al extranjero, finalmente impartió instrucciones para que esto no sucediera. El Dalai Lama pudo escapar a la India gracias a la valentía de sus guardaespaldas y a su conocimiento superior de las rutas de montaña del Himalaya, no porque Mao, en su magnanimidad, le permitiera hacerlo. Y durante varios años Mao se sintió sumamente inseguro sobre la forma en la que podría reaccionar Occidente ante una invasión del Tíbet, a pesar de que en el año 1957 contaba con dos elementos que lo consolaban. En primer lugar, Occidente, situado mucho más cerca, no había reaccionado a la invasión soviética de Hungría en el año 1956. En segundo lugar, el primer ministro de la India, Jawaharlal Nehru (1889–1964), como ahora sabemos gracias a documentos indios recientemente desclasificados, no solo le aseguró que la India no interferiría, sino que el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower (1890–1969) le había dicho que Estados Unidos tampoco iría a la guerra por el Tíbet.
Por consiguiente, para fines de la década de 1950, Mao no solo había instruido al ejército para que la represión contra la resistencia budista en Kham y Amdo fuera lo más espectacularmente brutal posible, bombardeando monasterios y destruyendo estatuas veneradas de Buda, sino que también les había ordenado a representantes del PCCh y a agentes emplazados en el Tíbet Político que multiplicaran las provocaciones, esperando que pronto estallara una revuelta en Lhasa. El 24 de junio de 1958, Mao declaró en un documento secreto que el PCCh debería favorecer «una rebelión a gran escala en el Tíbet. Cuanto más grande, mejor».
Una de las provocaciones consistió en difundir el rumor de que el PCCh estaba preparado para secuestrar al Dalai Lama y llevarlo a Pekín. Esta estrategia tuvo éxito, y cuando el joven Dalai Lama aceptó la invitación para asistir a un espectáculo de danza china en la sede del comando militar del ejército chino en Lhasa, el 10 de marzo de 1959, el rumor de que el PCCh estaba a punto de llevar a cabo su plan de secuestro se extendió por toda la capital tibetana como si se tratara de un incendio forestal. Una gran multitud se reunió alrededor del Norbulingka, la residencia del Dalai Lama, para evitar que el mismo partiera. A pesar de que no se disparó ni un solo tiro contra el ejército chino, y que la única víctima durante el primer día fue un político tibetano que apoyaba al PCCh, el cual fue reconocido y asesinado por la multitud, se gritaron consignas contra Mao.
Aunque era algo desconocido por los tibetanos y por el mundo en general —excepto quizás por la Unión Soviética y por la India, los cuales desconfiaban de sus «amigos» chinos y seguían espiándolos— Mao ya había agrupado a un ejército poderoso, con cuerpos de élite que habían luchado en la Guerra Civil y en la Guerra de Corea, a las afueras del Tíbet Político, con planes detallados para llevar a cabo una invasión, lo cual evidencia que antes del 10 de marzo ya sabía que invadiría la región sin importar lo que sucediera. Entre el 10 y el 20 de marzo, la tensión se intensificó en Lhasa. Los chinos desplegaron abiertamente su artillería, listos para atacar palacios y monasterios históricos tibetanos. Los Voluntarios Tibetanos Defensores de la Fe Chushi Gangdruk llegaron a Lhasa desde sus montañas —algo que Mao también quería, y que denominó la «vieja táctica china» de hacer que los ratones salgan a la luz para poder matarlos— y los monjes y los civiles comenzaron a armarse con rifles y cañones del siglo XIX, las únicas armas disponibles en la ciudad.
Mientras que el Dalai Lama creía que aún podía negociar, por lo cual les envió cartas cordiales a los comandantes del ejército chino, Mao ya había ordenado esperar pacientemente a que los tibetanos «efectuaran los primeros disparos», para luego comenzar la guerra diciéndole al mundo que la misma era «defensiva». No funcionó exactamente como Mao había anticipado. El comandante del ejército chino en Lhasa, el general Tan Guansan (1908–1985) se sintió amenazado, por lo que no esperó un primer disparo tibetano creíble, ni a las tropas de refuerzo provenientes de China, y comenzó lo que posteriormente sería conocida como la batalla de Lhasa del 20 de marzo. Tan destruyó varios templos y edificios históricos tibetanos con su artillería, incluido el Norbulingka, y asesinó sin piedad a soldados, milicianos y civiles tibetanos que intentaron defenderlos. En una rara muestra de perdón, Mao no castigó al general por haber actuado antes de recibir las órdenes procedentes de Pekín, ya que admiraba la ferocidad con que había erradicado a la resistencia tibetana. No obstante, sus antiguos pecados, volvieron para perseguir al General Tan y a sus principales colaboradores en el Tíbet durante la Revolución Cultural. Tan fue perseguido, aunque sobrevivió y luego fue reintegrado, pero otros personajes clave del PCCh en el Tíbet murieron en la cárcel durante la batalla de Lhasa.
La batalla de Lhasa solo duró cuatro días, ya que el Ejército chino no necesitó mucho para deshacerse de los campesinos y monjes primitivamente armados. Todo lo que los tibetanos pudieron lograr fue llevar al Dalai Lama a salvo a su exilio en la India, donde permanece hasta el día de hoy. El número de víctimas tibetanas sigue siendo un secreto militar muy bien guardado en China, pero probablemente fueron miles (a pesar de que la propaganda china insiste en que solo fueron unos cientos). Muchos más tibetanos fueron arrestados y deportados, y varios murieron mientras se hallaban encarcelados.
La Batalla de Lhasa puso fin al Tíbet tradicional y autónomo, disolvió el Gobierno del Dalai Lama, restringió la libertad religiosa y convirtió al Tíbet Político en una provincia china, la cual fue pomposa y erróneamente renombrada como «región autónoma». La misma también les enseñó dos lecciones importantes a aquellos que estudian la historia del PCCh o analizan la actual supresión de otras minorías étnicas o religiosas. Primero, el PCCh está dispuesto a seguir sus políticas incluso aunque esto le traiga como consecuencia una considerable deshonra internacional. Lo sucedido en Hungría en el año 1956 le confirmó al PCCh que Occidente no está listo para enviar a sus soldados a «morir por Budapest», mucho menos por Lhasa o Sinkiang (que algunos pudieran morir por Saigón era un asunto diferente y más complicado). Segundo, el PCCh no solo ignora las protestas internacionales. La experiencia le ha enseñado que organizar campañas de noticias falsas es más económico y más sencillo que librar una guerra.
En el año 1959, no existían ni internet ni redes sociales. No obstante, el PCCh fue comparativamente exitoso al contarle su versión de la historia al mundo. Se difundieron noticias falsas que afirmaban que los tibetanos habían iniciado la revuelta sin haber sido provocados y que las masas habían sido manipuladas por el gobierno reaccionario del Dalai Lama. Lo contrario fue cierto, ya que Mao hizo todo lo posible para instigar la revuelta y el Dalai Lama y su gobierno hicieron todo lo que estaba a su alcance para evitarla y llegar a un acuerdo. Incluso la propaganda del PCCh fue incapaz de hacer creer parte de la historia: nadie fuera de China realmente creyó que el Dalai Lama fue «secuestrado» por «reaccionarios», ni que Mao facilitó magnánimamente su escape. Pero sitios como Wikipedia y otros aún conservan leyendas inciertas, incluido el hecho de que la CIA había organizado la revuelta. La CIA se mostró interesada por el Tíbet, y en el año 1957 entrenó en Okinawa y Saipán a seis miembros de los Voluntarios Tibetanos Defensores de la Fe Chushi Gangdruk, volviendo a enviar en paracaídas a cinco de ellos al Tíbet (el sexto se disparó accidentalmente en el pie y tuvo que quedarse en Okinawa), junto con una radio. La radio era crucial, ya que su misión se trataba más de perforar la cortina de información que los chinos habían levantado y transmitirles informes de primera mano sobre lo que estaba sucediendo a la CIA, que organizar o liderar algún tipo de revuelta.
El libro de Li es una excelente herramienta para desacreditar una buena cantidad de noticias falsas. Pero, ¿cuántas personas leen libros académicos publicados por la editorial Harvard University Press, en comparación con aquellos que confían en la mucho más accesible propaganda china?