El PCCh reclutó a sus amigos para que firmaran una declaración alternativa sobre los derechos humanos, cuyo objetivo es, de hecho, justificar las violaciones de los derechos humanos cometidas por el propio Gobierno chino y por otros.
por Massimo Introvigne
Con gran fanfarria, los días 7 y 8 de diciembre de 2017, el Partido Comunista Chino (PCCh) organizó en Pekín un Foro Sur-Sur de Derechos Humanos, el cual produjo la Declaración de Pekín sobre los Derechos Humanos, la cual luego de la organización de un nuevo Foro los días 10 y 11 de diciembre de 2019 es ampliamente promovida internacionalmente. Los países oficialmente representados en el Foro eran en su mayoría africanos y contaban con un pobre historial en materia de derechos humanos, además de conocidos campeones de la libertad tales como Irán, Corea del Norte y Siria. También participaron en el Foro y firmaron la declaración varios académicos, curiosamente algunos de ellos procedentes de los Países Bajos.
Uno podría ignorar el documento por considerarlo una propaganda obvia. No obstante, el PCCh parece considerarlo importante y nada menos que una alternativa viable a la Declaración Universal de los Derechos Humanos para aquellos a quienes no les agrada. La misma puede resultarle atractiva a varios países no democráticos, tanto por su contenido como por su base ideológica. Ambos incluyen un elemento de fraude.
En primer lugar, el contenido. El artículo 3 afirma que «el derecho a la subsistencia y el derecho al desarrollo» son los derechos humanos básicos. Todos los demás derechos humanos vienen después de estos dos. Esto puede sonar bien, pero de hecho no es correcto. Implica que, en nombre del desarrollo, derechos tales como la libertad de expresión, la libertad de los medios de comunicación, la libertad religiosa y los derechos democráticos pueden ser aplastados. Para eliminar cualquier tipo de duda, el preámbulo hace referencia explícita al pensamiento del presidente Xi Jinping, el cual se basa precisamente en la idea de que el desarrollo y la estabilidad son más importantes que la libertad.
El artículo 5 distingue entre los derechos humanos y su ejercicio. Si bien la noción de derechos humanos es «inalienable», su ejercicio puede ser restringido según lo «determinado por la ley», basándose en «las necesidades legítimas de seguridad nacional, orden público, salud pública, seguridad pública, moral pública y bienestar general de la población». Dado que en los regímenes totalitarios el «bienestar general de la población» está determinado por los partidos gobernantes y sus líderes, quienes también definen el alcance de «la seguridad nacional, el orden público, la salud pública, la seguridad pública y la moral pública», el artículo 5 significa que, en la práctica, las autoridades pueden negar todas las formas de ejercicio de los derechos humanos.
El artículo 6 menciona la libertad religiosa. Leemos que «los Estados tienen la obligación de respetar y proteger a las minorías religiosas, y las minorías religiosas tienen la obligación de adaptarse a su entorno local, lo cual incluye la aceptación y observancia de la Constitución y las leyes de sus localidades, así como también su integración en la sociedad local». Esto se hace eco de la idea de la Constitución china de que la religión es teóricamente libre, pero en la práctica solo está permitida si se la considera «normal». El PCCh define qué religiones son o no son «normales». Del mismo modo, el artículo 6 les permite a las autoridades no democráticas determinar qué religiones «se adaptan al entorno local», «respetan las leyes», es decir, las típicas leyes restrictivas de los regímenes totalitarios, y están «integradas en la sociedad local». Una vez que se las declare no adaptadas, no integradas, y no leales a las leyes (totalitarias), las religiones pueden ser libremente perseguidas.
Por último, el artículo 8 protege a quienes violan los derechos humanos de las reacciones de la comunidad internacional, al afirmar que, “La preocupación de la comunidad internacional por las cuestiones relacionadas con los derechos humanos siempre debe respetar el derecho internacional y las normas básicas universalmente reconocidas que rigen las relaciones internacionales, cuya clave es el respeto de la soberanía nacional, la integridad territorial y la no injerencia en los asuntos internos de los Estados». Incluso si un Estado no respetara los estándares mínimos de derechos humanos enumerados en la Declaración de Pekín, otros no podrían protestar ni interferir en sus «asuntos internos».
Obviamente, la Declaración de Pekín no es un estatuto de los derechos humanos, sino una herramienta para proteger a quienes abusan de los propios derechos humanos.
Los dos primeros artículos proporcionan la base ideológica de la Declaración, expresando ideas que se encuentran en el centro del pensamiento de Xi Jinping. El artículo 1 establece que “la realización de los derechos humanos debe tener en cuenta los contextos regionales y nacionales, así como también los antecedentes políticos, económicos, sociales, culturales, históricos y religiosos. La causa de los derechos humanos debe y solo puede ser promovida de acuerdo con las condiciones nacionales y las necesidades de los pueblos. Cada Estado debería […] elegir un camino de desarrollo de los derechos humanos o un modelo de garantía que se adapte a sus condiciones específicas». El artículo 2 añade que «los derechos humanos son una parte integral de todas las civilizaciones, y todas las civilizaciones deben ser reconocidas como iguales y deben ser respetadas. Los valores y la ética de los diferentes orígenes culturales deben ser apreciados y respetados, y la tolerancia mutua, el intercambio y la referencia deben ser honrados”.
Esta es la idea de Xi Jinping de «derechos humanos con características chinas», y puede resultar atractiva para todos aquellos que denuncian la Declaración Universal de los Derechos Humanos como no universal, sino «occidental», y que están interesados en reemplazarla con declaraciones sobre «derechos humanos» con características árabes, iraníes, africanas, rusas o norcoreanas.
No obstante, esto es doblemente fraudulento. En primer lugar, las «características chinas» de Xi Jinping son, de hecho, las «características del PCCh». La reconstrucción de la cultura china por parte de Xi es en gran medida falsa, ya que ignora, por ejemplo, el rico patrimonio religioso de China y cualquier valor en su historia que sea antitético al comunismo del PCCh. En segundo lugar, la Declaración Universal de los Derechos Humanos reflejó un consenso surgido tras el horror de la Segunda Guerra Mundial. Por cierto, uno de sus redactores fue un académico chino, Chang Pen-Chung (張彭春, 1892-1957).
Los redactores eran conscientes de que los nazis y otros habían negado los derechos humanos en nombre de sus tradiciones nacionales. En Alemania, los derechos humanos, y en particular la libertad religiosa, habían sido severamente restringidos por el Imperio alemán a través del llamado Kulturkampf, mucho antes del nazismo. No solo en los países derrotados durante la Segunda Guerra Mundial junto con Alemania, Italia y Japón, sino en todo el mundo, y de diferentes maneras, los derechos humanos surgieron lentamente y con dificultades, y tuvieron que superar tradiciones y prejuicios nacionales. Chang sabía que en China nunca había habido derechos humanos en el sentido moderno de la palabra —pero esto era cierto en muchos, si no en la mayoría de los demás países—. Uno de los países cuya historia legislativa definió la noción misma de derechos humanos, el Reino Unido, restringió durante siglos las libertades de las religiones minoritarias.
Precisamente debido a la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, los países firmantes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconocieron que deberían superar sus «características nacionales» y acordar valores compartidos y universales. O los derechos humanos son universales o no hay derechos humanos. La Declaración de Pekín es simplemente una nueva herramienta que el PCCh planea utilizar y ofrecer a otros países no democráticos para justificar su continua violación de los derechos humanos.