Volver a casa suele ser una ocasión feliz. Pero para los uigures que trabajan fuera de Sinkiang, cada visita a la región nativa puede finalizar con una detención en un campo de confinamiento.
por Ye Ling
Para los uigures que por trabajo viven fuera de su hogar, regresar a Sinkiang para visitar a sus familiares y amigos no siempre significa una reunión feliz. Se siente más como una trampa; tan pronto como ingresan a los hogares de sus familiares, corren riesgo de ser detenidos de manera arbitraria y enviados a «reeducación».
Baki, un musulmán uigur de Sinkiang, trabajaba como vendedor ambulante en la provincia suroriental de Fujian cuando hace unos meses recibió una llamada telefónica de un funcionario del Gobierno de su ciudad natal. Se le ordenó regresar a su hogar antes del 5 de julio para solicitar una tarjeta de identidad migratoria, de acuerdo con la «regulación gubernamental uniforme».
Esta información ha provocado que Baki se sienta extremadamente preocupado, temía que tras regresar a su hogar fuera enviado a una de los temidos campamentos de transformación por medio de educación. «¡Ir a casa es fácil, pero no será tan fácil regresar! En la actualidad, el Partido Comunista Chino (PCCh) está ejerciendo un riguroso control en Sinkiang. Realmente no quiero volver allí», afirmó Baki mientras empacaba su puesto callejero.
El hombre dijo que conoce a un imán que, en mayo de 2017, fue arrestado y detenido en un campamento y aún no ha sido liberado. Otro imán fue sentenciado a 16 años de prisión. Baki también tiene un buen amigo cuyos suegros y el hermano mayor de su esposa fueron detenidos por hospedar a un invitado musulmán.
Desde principios de 2017, el régimen del PCCh ha estado construyendo nuevos campamentos de transformación por medio de educación en Sinkiang y expandiendo los existentes. Según algunos cálculos, en dichos campamentos se encuentran detenidos hasta tres millones de uigures, kazajos y miembros de otras minorías étnicas, y cada vez más evidencia muestra que los detenidos son sometidos a diversas formas de tortura y maltrato.
Baki afirmó que, en su ciudad natal, todos los hombres menores de 40 años están siendo «reeducados» en campamentos de transformación por medio de educación. “Creo en el islam, leo el Corán y hablo el idioma árabe. El Gobierno quiere que nos deshagamos de esto. Si me detienen, me temo que incluso el único Corán que queda en mi corazón desaparecerá bajo el adoctrinamiento del PCCh».
Quizás sintiendo que nunca podrá regresar a Fujian, Baki comenzó a empacar sus pertenencias. «Hay muchas cosas de las que no tuve tiempo de ocuparme», afirmó, mirando los objetos que había comprado trabajando muy duro, y casi llorando de tristeza.
No muy lejos de él, iluminada por las farolas, podía verse claramente una valla publicitaria con la imagen de Mao Zedong acompañada de la frase: «Aniquilar el crimen de pandillas y eliminar el mal» escrita en grandes caracteres chinos. Baki caminó rápidamente hacia la valla publicitaria, apretó su puño y la golpeó con fuerza. Maldijo en voz baja por el rabillo de su boca: «Maldita seas, China», claramente queriendo desahogar sus emociones reprimidas en voz alta, pero sin atreverse a hacerlo. Todo lo que pudo hacer fue reprimir su ira y darle un par de puñetazos al cartel.
La política del PCCh de «transformar» a los uigures y los arrestos de sus allegados le han causado un tremendo estrés a Baki. El mismo temía volver a su hogar y ser detenido. Su familia le entregó 10 000 yuanes (alrededor de 1400 dólares) al Gobierno local de Sinkiang en su nombre, con la esperanza de posponer su regreso obligatorio. No obstante, a principios de septiembre, recibió otra llamada telefónica de un oficial de patrulla en su ciudad natal, apresurándolo a regresar lo antes posible, o de lo contrario su familia podría verse implicada.
Sin otra opción, Baki se marchó de Fujian. Nadie puede afirmar si podrá regresar a salvo.
Todos los uigures que trabajan en el interior de China podrían verse obligados a regresar a su ciudad natal en cualquier momento y sin ningún motivo. El miedo a ser confinados al regresar a casa los persigue como una sombra.
Ran Na, una mujer procedente de Sinkiang que trabaja en otra región de China, le dijo a Bitter Winter que, en junio de 2017, su esposo fue confinado en un campamento de transformación por medio de educación luego de ser convocado por la policía de Sinkiang.
“Mi esposo hacía negocios en Fuzhou, la capital de Fujian. Siempre ha hablado bien el mandarín, y también puede hablar Fukienés [el dialecto chino min de Fujian]. Cuando el Gobierno dijo que querían enviarlo a ‘estudiar’, era solo un pretexto», afirmó Ran Na, añadiendo que su esposo permanecerá detenido durante al menos dos años y medio.
La mujer puede vivir y trabajar fuera de Sinkiang solo bajo la garantía de un familiar. Oficiales de policía visitan cada semana su actual residencia para interrogarla y le toman fotos. La misma siente temor y no se atreve a pensar en lo que sucederá en el futuro.
«Siento que estoy agonizando. Todo lo que puedo hacer es rezar en mi corazón. Si no tuviera oraciones en las que confiar, sufriría un colapso», afirmó Ran Na.
(Por razones de seguridad, todos los nombres utilizados en este artículo son seudónimos.)