Una mujer miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso estaba embarazada de cuatro meses cuando fue arrestada y torturada por la policía a causa de sus creencias.
Xin Ling, el cual es un seudónimo por obvias razones de seguridad, es miembro de la Iglesia de Dios Todopoderoso. Hace varios años, cuando estaba embarazada de más de cuatro meses, fue arrestada, obligada a brindar información sobre su Iglesia y luego brutalmente golpeada por la policía del Partido Comunista Chino (PCCh). Lo peor de todo, la obligaron a abortar, ordenándole a un médico que utilizara un dispositivo que poseía un pedal para hacerlo, lo que le provocó sufrimientos físicos y consecuencias psicológicas que nunca se curarán.
Mi nombre es Xin Ling y provengo de la provincia de Heilongjiang situada en la región noreste de China. Alrededor de las 7 de la tarde del 24 de octubre de 2002, mientras me encontraba reunida con varios hermanos y hermanas en mi hogar, cuatro policías irrumpieron en el mismo y nos arrestaron a todos.
Cuando llegamos a la estación, un oficial de policía apellidado Feng me preguntó: “¿De dónde provienen esos libros que hablan sobre la fe en Dios? ¿Quién es el líder de la Iglesia?». Cuando le contesté que no lo sabía, el oficial enrolló un libro y con todas sus fuerzas me golpeó en la cabeza más de diez veces. No dejaba de hacerme preguntas gritando mientras me golpeaba. Al ver que no respondía, gritó: «¿Cómo te atreves a no responder? ¿Quieres quedarte callada? Entonces te daré una bofetada más fuerte». Mientras decía estas palabras, me sujetó del cabello con una mano mientras golpeaba brutalmente mi cara y mi cabeza una y otra vez con la otra. Me mareé y mi visión se volvió borrosa. Mi cara ardía como el fuego y mis oídos zumbaban. Vi estrellas.
Cansado de golpearme, Feng lanzó una fuerte patada a mi vientre de embarazada. Fue más que doloroso, sentí que mi estómago se había roto por la mitad. No podía hacer nada más que ponerme en cuclillas con los brazos cruzados delante de mi abdomen. El interrogatorio continuó hasta pasada la 1 de la mañana.
A las 6 de la mañana, la policía me llevó a un centro de detención local (“pinyin”: kan shou suo) y me mantuvieron detenida allí.
Varios días después, el oficial Feng y otros policías volvieron a interrogarme. Feng intentó que brindara información sobre otros hermanos y hermanas pertenecientes a nuestra Iglesia, pero me negué a hacerlo. Ante esto, se enfureció y me abofeteó brutalmente de un lado para otro. Me dio un puñetazo en la cabeza. Una vez más, me sentí sumamente adolorida y me mareé, la habitación giraba a mi alrededor, algunos de mis dientes se aflojaban con cada golpe a mi boca.
Otro oficial se lanzó contra mi vientre pateándolo fuertemente. Me sujetó del brazo, me dio un tirón hacia atrás y luego me propinó un rodillazo en el estómago. Posteriormente, me volvió a sujetar el cabello y me tiró contra la pared. Una vez más, sentí un sonido similar al de un rugido en mi cabeza y una sensación como si la zona media de mi cuerpo se estuviera quebrando por la mitad. No podía moverme en absoluto, simplemente me quedé quieta. La policía me ordenó que me pusiera de pie. Y cuando lo hice, un oficial de policía me golpeó en la cabeza con un gran aro lleno de llaves anexado a una cadena. Quedé con la cabeza cubierta de marcas, el dolor era tan insoportable que me sentía peor que si estuviera muerta, incluso durante los días siguientes, diez para ser exactos, no me atreví a tocarme la cabeza.
Luego, me enviaron nuevamente a mi celda.
Me dolía todo el cuerpo. Me acosté sobre la tabla fría que utilizaba como cama y ni siquiera pude moverme. Debido a mi embarazo, vomité a pesar de que no había comido ni bebido nada durante tres o cuatro días. Pensé que iba a morir. Entonces la policía se dio cuenta de que estaba embarazada.
Existen disposiciones en la ley que prohíben mantener a una mujer embarazada en la cárcel, por lo que la policía hizo que el personal de la oficina de planificación familiar del municipio fuera hasta mi casa y mintiera, diciendo que me había enfermado; mi esposo pagó 3500 yuanes (alrededor de 500 dólares) y me concedieron libertad condicional médica para que pudiera ir a ver a un doctor. No obstante, en lugar de brindarme los cuidados médicos necesarios, los funcionarios nos llevaron a mi esposo y a mí hasta el centro de maternidad y cuidado infantil, y le pidieron al médico que abortara a mi bebé. Le pregunté si podía pasar un par de días en mi hogar para recuperarme de las lesiones causadas por las golpizas antes del aborto, pero me gritaron, diciéndome que no, que tenía que abortar ese día, ya que era una orden procedente del Departamento de Seguridad Pública. Posteriormente, el médico utilizó con mucha crueldad un dispositivo que poseía un pedal para pulverizar y sacar mediante succión al niño de mi vientre.
Soporté toda la operación sin anestesia. El dolor era insoportable. El abdomen y la cintura me dolían tanto que me caían gotas de sudor de la cabeza. Observar la pila de carne que alguna vez había formado parte de mi bebé fue como si me clavaran un cuchillo en el corazón.
Luego de ello me enviaron a casa, apenas podía moverme. Me acosté en la cama y no tuve fuerzas para cuidar de mí misma. Incluso tenía que pedirle ayuda a mi esposo cada vez que quería darme vuelta.
Un día, en febrero de 2003, antes de recuperarme por completo, cinco o seis oficiales llegaron a mi casa portando una copia del veredicto de un tribunal, diciéndome que era considerada una delincuente política y que había sido sentenciada a dos años de prisión. Debido a que querían que diera mi consentimiento para cumplir la pena de prisión, me hicieron firmar el veredicto.
Lo hice. Luego de ello, pedí permiso para ir al baño, del cual escapé. Mi familia y yo hemos estado huyendo desde entonces.
La tortura llevada a cabo por el PCCh me trajo como consecuencia graves complicaciones de salud, dismenorrea a largo plazo (calambres menstruales) y prolapso de útero. En abril de 2016, tuve que someterme a una histerectomía. La brutal golpiza a la que fui sometida por la policía me provocó protrusión en varias vértebras lumbares, y desde entonces he sentido un dolor de espalda tan intenso que me cuesta ponerme de pie.
En noviembre de 2017, fui al hospital y me diagnosticaron deformación espinal y lumbar, y el médico me dijo que podría quedar paralizada en cualquier momento. Hasta el día de hoy, dependo completamente de medicamentos y no puedo permanecer sentada ni parada durante mucho tiempo.
Viviré recordando la tortura a la que me sometió el PCCh durante el resto de mi vida.
Informado por Piao Junying