Más de un millón de uigures languidecen en los campos de reeducación, pero millones siguen en libertad en la incierta tierra de nadie, donde una palabra descuidada o un capricho administrativo podría ponerlos tras las rejas.
Ruth Ingram
Aquellos que aún disfrutan de su libertad podrían no estar aún en cautiverio, pero el implacable guantelete de los puestos de control, los detectores de metales, y las verificaciones de tarjetas de identificación y telefónicas continúan sin cesar, y cada día amanece con otro rollo de alambre de púas o con una nueva capa de seguridad a través de la cual navegar. No existen reglas ni certezas en este juego orwelliano de gato y ratón, y pocos son los ganadores.
Especialmente los estudiantes son los que deben caminar por la cuerda floja. En la superficie, parecen ser más inmunes que otros a allanamientos y encarcelamientos al azar, pero los mismos son conscientes de que están a un paso de atraer la atención no deseada de las autoridades. La tensión bajo la cual viven es palpable.
«Desde el momento en que nos despertamos hasta el segundo en que nuestras cabezas tocan la almohada, somos vigilados», afirmó Mehmud, un estudiante musulmán uigur de segundo año de la Universidad de Sinkiang emplazada en Urumqi. “Es imposible escapar. Nos dicen que nuestra religión es un virus que necesita ser curado, y la única manera de que esto suceda es siendo encerrados y ‘tratados’”. (ref: https://www.rfa.org/english/news/uyghur/infected-08082018173807.html)
La entrada al campus a través de una cabina de seguridad con un estilo similar a las de los aeropuertos, equipada con detección de metales, maquinaria de rayos X y software de escaneo de tarjetas de identificación y facial, es solo para los estudiantes y el personal. Los visitantes deben ser registrados y recogidos por sus anfitriones, sin excepciones. La libertad del sumamente ocupado personal de seguridad también está en juego si permiten que un potencial «terrorista» pase por la red. «Trabajamos turnos de 12 horas los siete días de la semana y nos descuentan 400 yuanes (70 dólares) de nuestro salario si nos tomamos un día libre», se quejó Nafisa, una ama de casa y madre de tres hijos vestida con ropa camuflada y chaleco antibalas. La mujer en cuestión ha enviado a sus hijos a vivir con un familiar durante la «emergencia», siendo éste el modo en el que describe el clima actual. «Todos los días nos dicen que estamos en alerta máxima», afirmó. «Esta semana nos han dicho que estemos especialmente atentos. No tenemos idea de cuál es la emergencia, pero cada semana pareciera que hay algo de lo que estar pendiente», afirmó. Nafisa no puede arriesgarse a permitir que la persona equivocada ingrese a través de su puesto. «Muchos amigos han desaparecido. Yo tengo una familia. ¿Qué pasaría con mis hijos si me detuvieran?”, afirmó.
No solo cada pulgada del campus universitario está cubierta de dispositivos de reconocimiento facial y de escaneo de todo tipo, sino que además todos los estudiantes son obligados a vigilar a los camaradas que podrían alejarse de la línea del Partido. Los miércoles por la tarde se llevan a cabo reuniones políticas obligatorias donde la seguridad y la lealtad al Gobierno son palabras que resuenan en el oído de cada uno de los presentes. Brindar información sobre un compañero de estudios no solo otorga puntos políticos, sino que también puede ayudar a acabar con los disidentes y evitar que algún amigo se aleje del buen camino e ingrese en el temible mundo del fundamentalismo, el separatismo, o quizás algo peor. Los miembros del personal, que también corren peligro, les dicen a los estudiantes que podrían estar salvando las vidas de sus compañeros. La «falsa lealtad» hacia el Partido es un delito particularmente grave.
Las inclinaciones religiosas y el sentimiento antipartidista son reprimidos ferozmente, pero también lo son las formas más sutiles de deslealtad, tales como la negatividad y las quejas, el hecho de simplemente ser infeliz o aprender el idioma de uno de los 26 países «prohibidos». Los estudiantes deben estar atentos a comportamientos de otros estudiantes tales como colocar un mapamundi en el muro de sus habitaciones o planificar un futuro académico en el extranjero.
«No podemos relajarnos ni siquiera por un minuto», afirmó Turnisa, estudiante de tercer año de biología. «Si nos perdiéramos de algo y atraparan a uno de nuestros compañeros de habitación, también podríamos ser detenidos por no estar lo suficientemente atentos».
La reeducación, el castigo actual elegido por el Gobierno, es la consecuencia más temida si se da un mal paso. Innumerables estudiantes uigures ya tienen familiares condenados extrajudicialmente a penas de más de 18 años de prisión hasta cadena perpetua, y muchos tienen padres o hermanos que han desaparecido sin dejar huella. Tan solo esto es suficiente para manchar su récord personal y ser tomados en cuenta para ser puestos bajo vigilancia especial. Diariamente penden de un hilo sin saber cuándo podría ser su turno.
Vivir y estudiar en una universidad donde profesores y académicos uigures han ido desapareciendo a raudales es estresante, especialmente para los estudiantes de dichos departamentos. Qutluq Almas, exprofesor de la Universidad de Sinkiang, quien actualmente vive exiliado en EE. UU., le ha dicho al Servicio Uigur de la RFA (Radio Asia Libre) que al menos 56 profesores e investigadores uigures de la Universidad de Sinkiang se encuentran actualmente detenidos en campamentos de reeducación. Cuando un expresidente de la Universidad de Sinkiang, Tashpolatt Teyip, desapareció repentinamente a principios de este año al ser detenido por su tendencia «a ser hipócrita» al no respetar más que de la boca para afuera las políticas del Partido, el cuerpo estudiantil se quedó con la terrible certeza de que nadie es inmune.
La mayoría de los académicos “desaparecidos” tenían alguna conexión con la cultura y el idioma de la nación y el pueblo uigur, lo que pone a sus estudiantes en un dilema, sin saber si seguir adelante con sus estudios de especialización o abandonarlos por completo. «Ya estudiamos el idioma y la literatura uigur por medio del mandarín y mediante traducciones al mandarín de sus obras», afirmó Asmanjan, un exalumno del profesor de literatura Azat Sultan quien actualmente se encuentra desaparecido. «Pero ahora parece que es un crimen tener sus obras originales en nuestras habitaciones, o incluso admitir haberlas tenido». Hace unos meses, Asmanjan pasó una noche sin dormir destrozando los libros uigures que tenía en su poder a fin de evitar que una revisión al azar de su habitación revelara su «deslealtad» al Partido. Nuevas listas de libros prohibidos son publicadas semanalmente. Él incluso se sentía preocupado por deshacerse de los restos de papel que había destrozado, ya que las cámaras de vigilancia monitoreaban todos los vertederos de basura de la ciudad. “¿Qué pasaría si me vieran deshacerme de las páginas y luego los recolectores de residuos se las entregaran a las autoridades? Pero quemarlas se vería aún peor», afirmó.
Los sentimientos varían entre los estudiantes. Algunos sienten que pueden ser detenidos en cualquier momento y solo están esperando el golpe en la puerta de su dormitorio, mientras que otros sienten que son intocables. Los estudiantes chinos de etnia han tienen poco que temer, ya que el objetivo principal de las detenciones son los miembros de la minoría uigur, y a menos que demuestren un interés inusual por la cultura o el idioma uigures, el Gobierno no tiene nada que temer de ellos. Las inspecciones semanales de las habitaciones, pertenencias, teléfonos y computadoras de todos los estudiantes aseguran el mantenimiento de las lealtades, pero siempre es lo inesperado lo que los toma por sorpresa.
Los estudiantes uigures pueden ser sancionados por una gran variedad de «delitos menores», tales como quejarse del clima actual, no estar al tanto de las últimas políticas del presidente Xi Jinping, cantar sin ganas el himno nacional en chino, o no conocer la letra del mismo. El hecho de llegar tarde un lunes a la ceremonia matinal de izamiento de la bandera, tener en el dormitorio algún libro escrito en idioma uigur, o poseer cualquier tipo de material religioso en los teléfonos, los cuales son constantemente controlados, también son algunas de las formas más obvias de no cumplir con las reglas de la “Nueva Era” de Xi donde la “sinificación” es el camino a seguir.
Todas las influencias extranjeras son consideradas sospechosas y el contacto con extranjeros, ya sea en China como en el exterior, es suficiente para hacer sonar las campanas de advertencia entre las autoridades. El idioma mandarín, una vez conocido como Han Yu’ (el idioma de la gente de etnia han) ha sido reinventado este año y denominado Guo Yu (el idioma nacional). Cualquier estudiante que sea escuchado hablando su propio Yu en el campus, en los dormitorios y especialmente en clase, es severamente reprendido y obligado a hablar el idioma de su país. Las advertencias que dejan translucir que se avecina un monolingüismo inminente pueden ser vistas en la propia universidad, donde la escritura uigur previamente compuesta por signos bilingües ha sido bruscamente reemplazada, dejando solo el idioma mandarín. «Incluso se nos prohíbe hablar entre nosotros utilizando nuestra lengua materna», afirmó Gulnur, una estudiante de primer año de historia para quien el mandarín no es un idioma fácil. Criada en una remota aldea de la sureña provincia de Sinkiang, creció hablando exclusivamente el idioma uigur y está luchando por lograr aprender la enorme cantidad de vocabulario especializado así como también los caracteres vitales para su especialización.
“Uno de mis compañeros de habitación estaba hablando por teléfono con su novia en Uzbekistán. Dos horas después de colgar aparecieron cinco policías armados para detenerlo. No se ha sabido de él desde entonces», afirmó Polat, un estudiante de posgrado que vive fuera del campus.
Los estudiantes viven continuamente rodeados de temor y de la autocensura. «Nos controlamos a nosotros mismos, a nuestros amigos, lo que decimos e incluso lo que pensamos», dijo Abdullah, la mayoría de cuyos familiares se encuentran padeciendo algún tipo de detención, y cuya madre está haciéndose cargo de 12 hijos de vecinos y familiares «desaparecidos» en el sur de la provincia. «A veces me pregunto cómo una persona puede soportar tanto estrés y dolor emocional», afirmó. «Pero todos estamos viviendo esta pesadilla y nadie sabe cuándo terminará».
Los allanamientos nocturnos son normales y no dejan espacio para bajar la guardia durante la noche. «Siempre tenemos un oído en las escaleras y otro en el rellano», afirmó Polat. «Escuchamos el tipo de pasos y si vienen acompañados por los sonidos característicos de los radios de dos vías», afirmó. «Hemos aprendido a distinguir entre amigos y enemigos».
«Soltamos un suspiro de alivio cuando el golpe en la puerta es para alguien más o para nuestro vecino. Pero siempre hay un mañana. Nunca estaremos seguros».