Un exdetenido y familiares de quienes murieron en campamentos de transformación por medio de educación comparten sus desoladoras experiencias con Bitter Winter.
por Li Benbo
Activistas defensores de los derechos humanos y familiares de personas enterradas en campamentos de transformación por medio de educación de Sinkiang están expresando su preocupación de que la propagación del coronavirus plantee peligros inminentes para todas las personas detenidas en condiciones insalubres y sin la debida atención médica. Los uigures en la diáspora le han pedido a la Organización Mundial de la Salud que investigue el asunto y a la comunidad internacional que presione al régimen chino para que libere a los detenidos. El Partido Comunista Chino (PCCh) calificó estas preocupaciones como «rumores tendientes a calumniar las políticas del Gobierno chino«. Pero aquellos que han pasado tiempo en los temidos campamentos y sus familiares testifican lo contrario: los detenidos corren un alto riesgo de contraer enfermedades infecciosas.
Un exdetenido en uno de dichos campamentos le dijo a Bitter Winter que seis meses después de haber sido detenido le diagnosticaron tuberculosis. Debido a su condición, fue liberado antes de lo previsto, pero aún sigue siendo vigilado por el Estado.
«Cuando abandoné el campamento, otros dos hombres en nuestra celda fueron diagnosticados con tuberculosis», afirmó el hombre. «Al principio no mostraron ningún síntoma, pero pronto desarrollaron fiebre y comenzaron a toser». El mismo sospecha que contrajo la infección porque tuvo que compartir la vajilla con otros reclusos.
El hombre en cuestión le describió a Bitter Winter la terrible situación imperante en el campamento: 15 personas tenían que compartir una celda de aproximadamente 30 metros cuadrados, se les daban pequeños bollos al vapor sin valor nutritivo y col china hervida durante las tres comidas diarias. En una ocasión escuchó al médico del campamento quejándose ante la administración de que los detenidos estaban desnutridos y tenían una contextura física débil.
La inanición, el hecho de vivir constantemente con miedo, el abuso físico y mental, la falta de atención médica adecuada… todos estos y otros factores han provocado efectos adversos en la salud de la mayoría de los detenidos, una gran cantidad de ellos han perdido mucho peso y su inmunidad se ha debilitado. Todo esto los hacen susceptibles a las enfermedades infecciosas.
«Mi padre gozaba de buena salud cuando fue detenido, pero se enfermó en el campamento», afirmó el hijo de un imán procedente de la prefectura de Jotán de Sinkiang que murió de neumonía en uno de los campamentos de Sinkiang en el año 2018. A la familia del mismo no se les permitió llevarse sus restos, y los funcionarios amenazaron con detener al hijo si causaba problemas. «Mi padre murió en cautiverio y ni siquiera tiene una tumba», le dijo el angustiado hombre a Bitter Winter.
Un hombre procedente de la capital de Sinkiang, Ürümqi, le proporcionó a Bitter Winter una foto de un campamento de transformación por medio de educación que solía ser un hogar para ancianos. Allí se encuentran detenidas, en su mayoría, mujeres de etnia uigur y hui recluidas en celdas con ventanas tapiadas y con solo pequeñas aberturas del tamaño de un libro, por donde ingresan luz y aire.
Las mujeres confinadas no tienen acceso a la atención médica y son maltratadas y golpeadas por los guardias, lo que es especialmente perjudicial para las que están enfermas. A veces, con resultados mortales.
«Mi esposo padecía un problema estomacal crónico, no podía comer ni dormir en el campamento», afirmó una mujer, cuyo esposo de 56 años, un imán, murió por no haber recibido la atención médica adecuada. “Más de una docena de musulmanes se encontraban detenidos en una celda pequeña con mala circulación de aire y él no pudo recibir tratamiento a tiempo».
La mujer añadió que luego de más de un año en el campamento de transformación por medio de educación, la condición de su esposo empeoró drásticamente. Durante una de sus visitas, el hombre le dijo que se sentía peor y que no podía comer. La mujer inmediatamente se acercó a la administración del campamento para suplicarles que liberaran a su cónyuge para que pudiera recibir tratamiento, pero fue ignorada.
«Era un buen hombre», comentó uno de los amigos de la familia. «¿Qué delito se comete al rezar y practicar la fe? El PCCh arruinó su vida».