Sinkiang y otros lugares donde se cometen genocidios pueden parecer sumamente alejados de nosotros, pero no lo están, ya que los productos del trabajo forzado se encuentran en nuestras tiendas.
por Liam Scott
Hace unas semanas, mi madre me envió un mensaje de texto con una foto de calcetines Nike y Adidas en una tienda y me preguntó «¿cuáles?».
«Nike y Adidas hacen uso del trabajo forzado en China», le respondí. «Gracias de todas formas».
Me sentí eficaz en ese momento, pero ahora, mientras estoy sentado en mi hogar usando calcetines Adidas y pantalones cortos Nike, me siento cómplice, a pesar de que estos productos ya tienen varios años y fueron comprados mucho antes de que supiera lo que estaba sucediendo en la región china de Sinkiang. Creo que estos sentimientos están justificados, no obstante, por sí mismos pueden hacer poco para ayudar a mejorar la situación imperante en Sinkiang, la cual incluye el encarcelamiento de uigures y de miembros de otros grupos étnicos musulmanes en campos de concentración, la vigilancia de su cultura, el trabajo forzado y el genocidio. Los sentimientos de complicidad se desperdician a menos que alimenten algo impactante.
Reconocer que este genocidio nos afecta e involucra a todos es moralmente imperativo. A pesar de que el trabajo forzado y las líneas de suministro genocidas hacen que nuestra implicación con el genocidio de Sinkiang sea más evidente en comparación con otros genocidios, este fenómeno de implicación moral y complicidad se aplica a todos los genocidios.
En la región occidental china de Sinkiang, los uigures y otros grupos étnicos musulmanes no pueden practicar el islam, hablar su idioma ni relacionarse con su cultura. Desde el año 2017, el Gobierno chino ha estado encarcelando a los uigures y a miembros de otros grupos étnicos musulmanes en los campos de «reeducación» de Sinkiang. Se estima que actualmente se encuentran encarceladas dos millones de personas. Los prisioneros son torturados y obligados a abandonar su religión y su cultura. En los campamentos, las personas son torturadas y asesinadas. Algunos son obligados a trabajar en fábricas emplazadas a lo largo de toda China que abastecen a las principales empresas internacionales. Las mujeres uigures son esterilizadas por la fuerza para limitar los nacimientos de uigures, lo cual se demostró recientemente y claramente se encuentra comprendido en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. En resumen, el Gobierno chino está perpetrando un genocidio, una designación que se ha vuelto cada vez más necesaria dado los recientes informes.
Estoy de acuerdo con Anne Applebaum, quien escribió agudamente con respecto a Sinkiang, «‘¿Nunca más?’ Ya está sucediendo», pero insisto en que este sentimiento también debe aplicarse a los genocidios perpetrados en Birmania y Yemen. Me niego —todos deberíamos negarnos— a quedarme de brazos cruzados mientras el ciclo histórico de complicidad genocida se repite tres veces. Reconocer nuestra propia implicación moral es el primer paso para la acción.
Ignorar el genocidio que se está perpetrando en Sinkiang es sorprendentemente fácil porque está sucediendo a miles de kilómetros de distancia, recibe relativamente poca cobertura en los medios de comunicación estadounidenses, y Estados Unidos y la comunidad internacional están haciendo poco para mejorar la situación.
A pesar de que el genocidio está ocurriendo a miles de kilómetros de distancia, no está separado de nuestras vidas. De hecho, es una parte muy importante de nuestras vidas. Dado que el trabajo forzado y el genocidio alimentan las líneas de suministro de varias empresas estadounidenses, entre las que se incluyen Abercrombie and Fitch, Apple, Google, Microsoft y Nike, el genocidio que se está perpetrando en Sinkiang, sin que muchos lo sepan, se ha infiltrado en la sociedad estadounidense en forma de bienes. Adidas y Lacoste recientemente se comprometieron a cortar todos los lazos con el trabajo forzado uigur, una medida que estas otras empresas deberían imitar. Nike ha tomado medidas similares. A pesar de ello, el trabajo forzado uigur también fue recientemente vinculado a la producción de mascarillas de protección.
La adquisición de estos productos no solo condona tácitamente el trabajo forzado de los uigures y de miembros de otros grupos étnicos musulmanes en China, sino que también apoya implícitamente la represión de su cultura, su encarcelamiento en campos de concentración y su genocidio.
La forma en la que gastamos el dinero ejerce influencia, y las empresas que apoyamos hablan de nuestros valores. Deberíamos dejar de adquirir productos de estas empresas hasta que se aseguren de que sus fábricas no están involucradas en trabajos forzados. Aún así, eso solo es un paso. El Gobierno chino es aún más culpable que estas empresas, y se necesita una acción mucho mayor para abordar esta crisis. La comunidad internacional debe condenar esta atrocidad como un genocidio.
La realidad es que este genocidio no es el único que se está perpetrando actualmente, ya que los rohinyá están siendo asesinados y expulsados del estado de Rakáin de Birmania, y los hutíes en Yemen luchan por sobrevivir a la hambruna y a la violencia en medio de una brutal y sistemática guerra civil.
El genocidio que se está perpetrando en Sinkiang seguirá pareciendo distante hasta que reconozcamos que muchos de los bienes que compramos están relacionados con el trabajo forzado y el genocidio. Los genocidios en Birmania y Yemen no están alimentando líneas de suministro, pero las líneas de suministro no deberían ser lo más significativo que nos vincule a estas crisis. Las líneas de suministro genocidas y la complicidad consumista deberían atraer nuestra atención hacia el genocidio en Sinkiang y, a su vez, los genocidios en Birmania y Yemen, pero nuestra conexión humana con los uigures, los rohinyá y los hutíes debería captar nuestra atención y estimularnos a protestar para que se lleve a cabo una intervención internacional. En última instancia, la conexión humana debería ser suficiente.
La falta general de cobertura mediática de estos genocidios ha creado un público desinformado con respecto a lo que está sucediendo en Birmania, Sinkiang y Yemen. Algunos periodistas han efectuado un increíble trabajo de cobertura de estos temas, como por ejemplo el trabajo de Eva Dou sobre Sinkiang, el trabajo de Ginny Hill sobre Yemen y el trabajo de Wa Lone y Kyaw Soe sobre Birmania, entre otros periodistas. No obstante, brindar información sobre estas atrocidades es cada vez más difícil, ya que viajar a Sinkiang, el estado de Rakáin y Yemen es difícil, especialmente para los periodistas. Esta desafortunada situación significa que los periodistas no han podido colocar estos temas en la vanguardia de la conciencia estadounidense. Por lo tanto, las noticias por cable, los políticos y el público estadounidense han pasado por alto estas atrocidades, relegándolas a un entorno carente de urgencia, situado un poco más allá del hueco y trillado tópico de «nunca más».
Quizás solo la protesta pública pueda dar lugar a esfuerzos concertados de las altas esferas del Gobierno estadounidense para combatir estas atrocidades masivas. La Ley sobre Política a favor de los Derechos Humanos de los Uigures, recientemente promulgada, y la Ley de Prevención del Trabajo Forzado Uigur son buenos comienzos, pero se necesitan más medidas para detener el genocidio en Sinkiang. No existe una legislación estadounidense en preparación relacionada con los genocidios perpetrados en Birmania y Yemen. Sin una protesta pública que exija la intervención de EE. UU. y de la comunidad internacional para ponerle fin a estas crisis, dudo que los legisladores estadounidenses se comprometan a hallar soluciones sustanciales.
No obstante, las protestas a nivel nacional a raíz de los asesinatos de George Floyd, Breonna Taylor y otras personas de color han demostrado el poder y la influencia intrínsecos de la voz del público estadounidense. Por lo tanto, les imploro a todos que tomen medidas. Insten a sus representantes a condenar estas tres atrocidades como genocidio y a promulgar una legislación eficaz para abordarlas. Firmen peticiones. Efectúen donaciones y ofrézcanse como voluntarios en organizaciones de derechos humanos que trabajan para combatir estas crisis, tales como Médicos sin Fronteras, UNICEF y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Tengan en cuenta a qué empresas apoyan. Instrúyanse e instruyan a los demás.
Por encima de todo, siempre debemos recordarnos que el destino de los uigures, los rohinyá y los hutíes es importante. A pesar de que estén a miles de kilómetros de distancia, a pesar de que es posible que nunca nos encontremos con ellos, y a pesar de que sus vidas parezcan no estar relacionadas con las nuestras, nunca debemos actuar como si sus destinos no importaran, y nunca debemos pretender que no podemos hacer nada al respecto.