En agosto de 2018, todos celebramos la decisión de Kazajistán de no deportar a China a esta valiente refugiada musulmana. Pero Pekín no se rindió y ella está nuevamente en riesgo.
Massimo Introvigne
El 6 de agosto de 2018, Bitter Winter informó que un juez en Kazajistán había detenido la deportación a China de Sayragul Sauytbay, una mujer musulmana china de origen étnico kazajo, que el 21 de mayo de 2018 había escapado de uno de los temidos campamentos de transformación por medio de educación, había cruzado la frontera entre China y Kazajistán utilizando un pasaporte falso, y había sido arrestada. Bitter Winter se unió a las celebraciones de esta importante victoria para los derechos humanos.
No obstante, el Partido Comunista Chino (PCCh) no se rindió. Primero llegó la noticia de que varios miembros de su familia aún en China habían sido arrestados. Esta es una rutina muy utilizada en la que se toman represalias cuando los medios de comunicación publicitan los casos de refugiados. Luego, según lo que Sauytbay, luego de meses de silencio, reveló en una entrevista que le concedió a Foreign Policy, “un pequeño grupo de personas, que ella desconocía, se presentaron en su hogar luego del juicio y le dijeron que no hablara más sobre el tema. El pequeño grupo compuesto por hombres de habla kazaja habló de manera algo confusa sobre las políticas del Gobierno chino en Sinkiang y le dijeron que habría consecuencias para ella y para su familia si volvía a decir algo al respecto».
Su abogado comenzó a estar «ausente», presumiblemente por sentirse intimidado y su solicitud de asilo aún no ha sido concedida, a pesar del hecho de que su esposo y sus dos hijos son ciudadanos kazajos. Le dijo a la revista Foreign Policy que quizás nunca le concedan asilo, e insinuó que esto podría estar relacionado con presiones procedentes de China. Ella se siente sumamente temerosa al pensar que podría ser deportada en cualquier momento.
De hecho, China ha organizado en Asia Central una campaña de noticias falsas sin precedentes, acompañada por presiones económicas, para negar la existencia de campamentos de transformación por medio de educación (diciendo que son inofensivas «escuelas»). A pesar del hecho de que la etnia kirguisa también se encuentra entre las que se hallan confinadas en dichos campamentos, lo anteriormente mencionado llevó al ministro de Relaciones Exteriores de Kirguistán a declarar públicamente que la existencia de los campamentos «no está confirmada».