Momento adecuado para llevar a cabo una evaluación formal del acuerdo. Si bien sería excesivo afirmar que todos los católicos chinos se oponen al mismo, su aplicación es problemática, los sacerdotes disidentes son perseguidos y las cuestiones teológicas subyacentes relacionadas con la libertad religiosa siguen sin ser resueltas.
por Massimo Introvigne
Del texto secreto a las Directrices
El acuerdo entre el Vaticano y China del 2018 fue firmado hace un año, el 22 de septiembre de 2018, y su texto continúa siendo secreto hasta el día de hoy. En ocasiones, hemos sido criticados por nuestra actitud reservada con respecto al mismo. Bitter Winter no compartió el entusiasmo de algunos medios de comunicación del Vaticano, ni se unió a las duras críticas de quienes creen que el papa Francisco ha «vendido» a los católicos chinos al Partido Comunista Chino (PCCh).
Confieso que esto tiene algo que ver con mi experiencia personal. En el año 2011 me desempeñé como Representante de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) para combatir el racismo, la xenofobia, la intolerancia y la discriminación contra los cristianos y los miembros de otras religiones. Una de las lecciones que aprendí fue que la centenaria diplomacia del Vaticano nunca debe ser subestimada; siendo la misma una diplomacia peculiar, cuyo horizonte no está conformado por años o décadas, sino siglos. A pesar de que sé que el acuerdo entre el Vaticano y China fue parcialmente negociado a través de canales independientes de la diplomacia del Vaticano, creo que los diplomáticos pueden desempeñar un papel sumamente positivo en lo que respecta a su interpretación. Por otro lado, Bitter Winter ha continuado publicando detallados informes sobre la persecución de sacerdotes y obispos en China que, tras el acuerdo, se negaron a unirse a la Asociación Patriótica Católica China (APCC), una vez conocida como Iglesia Patriótica. Las fórmulas que hay que subscribir para inscribirse en el Gobierno y así unirse a la APCC son, como mínimo, teológicamente ambiguas, y muchos, sabiendo que no son correctas, se niegan a firmarlas.
Posteriormente, el 28 de junio de 2019, llegaron las Directrices del Vaticano del 2019, las cuales confirmaron en gran medida la situación que Bitter Winter describía a diario y dos de los principales puntos de nuestras evaluaciones del «problema» católico en China. En primer lugar, contrariamente a lo que algunos opositores del acuerdo continúan argumentando, el Vaticano ya no sostiene que no está permitido unirse a la APCC. El mismo afirma que sí está permitido y que los obispos y sacerdotes incluso están autorizados a firmar fórmulas teológicamente ambiguas, con la reserva escrita (si fuera posible) o al menos oral de que, independientemente de lo que firmen, no tienen la intención de adherirse a posiciones que no sean ortodoxas. Por supuesto que una reserva oral es suficiente y significa que cualquier persona puede firmar cualquier tipo de fórmula cuando lo desee. Incluso puede leerse entre líneas que unirse a la APCC es considerado por el Vaticano como la opción normal para los sacerdotes y obispos católicos de China. El Vaticano no cree que continúe existiendo una Iglesia Clandestina en China y en caso de que así fuera, la misma no poseería estatus teológico o canónico ante los ojos de Roma.
No obstante, existen objetores de conciencia individuales, es decir, aquellos sacerdotes y obispos que, por razones de conciencia, se niegan a registrarse y unirse a la APCC. Hemos escuchado comentarios tanto en Roma como en China sobre la falta de simpatía en el Vaticano por estos objetores de conciencia. Muchos en el Vaticano consideran su posición como residual y creen que desaparecerá gradualmente. Pero mientras tanto, con simpatía o sin ella, en sus Directrices, el Vaticano le pidió al PCCh que «respete» a los objetores de conciencia. Roma no recomienda su elección, pero tampoco la prohíbe, lo que significa que unirse a la APCC no es obligatorio.
Esta no es la interpretación del PCCh, quien continúa intimidando, hostigando, amenazando y encarcelando a los objetores de conciencia. Para el PCCh, el acuerdo del 2018 implica que todos los católicos existentes en China deben unirse a la APCC. En esto radica el quid de la cuestión, incluso más que en el nombramiento de obispos, donde parece haberse encontrado un modus vivendi, aunque tal vez uno donde la opinión del PCCh sobre quién debería ser elegido y finalmente nombrado por el papa pesa más que la del Vaticano. En aras de mantener buenas relaciones con Pekín, Roma puede abstenerse de promover o apoyar abiertamente a los objetores de conciencia, pero pide que se los «respete», que no se los encarcele, e insiste en que afirmar que todos deberían unirse a la APCC es una falsa interpretación del acuerdo.
¿Cuántos son los objetores de conciencia? No sabemos
Por supuesto, el acuerdo es secreto y no sabemos qué interpretación es correcta. No obstante, podremos ser perdonados si confiamos más en el Vaticano que en el PCCh. ¿Cuál es la opinión de Bitter Winter? A pesar de que nos especializamos en revelar y publicar documentos secretos del PCCh relacionados con la religión, tampoco conocemos el texto del acuerdo del 2018. Pero sí vemos sus efectos. Y tratamos de evitar dos excesos, ambos derivados de posiciones ideológicas más que de una sincera evaluación de la situación imperante en China. Algunos argumentan que, actualmente, todos o la mayoría de los católicos chinos están «en contra del papa Francisco», quien los ha «traicionado» y «vendido» al PCCh. Sospechosamente, esta posición es frecuentemente anunciada por católicos que no saben casi nada sobre China, pero están en desacuerdo con el papa Francisco en asuntos completamente ajenos a éste. Otros argumentan que está todo bien entre los católicos chinos, que el acuerdo creó una nueva primavera en la Iglesia católica china, y que afirmar que la persecución todavía existe es solo propaganda contraria al papa Francisco y a China, quizás propaganda «estadounidense». Obviamente, esta posición ignora que la persecución continua de los sacerdotes disidentes es un hecho establecido.
La verdad se encuentra en el medio. Los objetores de conciencia son perseguidos y sienten que no cuentan con el apoyo del Vaticano. Los mismos creen que las Directrices y otras declaraciones no son suficientes, y las contraponen a las declaraciones de altos funcionarios del Vaticano y de periodistas e intelectuales que se creen cercanos al papa, quienes aclaman a la APCC como una organización completamente legítima y uniendo a la misma (quizás luego de que cambie su nombre) el destino inevitable de todos los católicos chinos. Tras años de persecución, no es sorprendente que los objetores de conciencia no confíen en la APCC ni en el PCCh. Además, el continuo hostigamiento llevado a cabo contra todos los que se niegan a registrarse y unirse a la APCC confirma sus sospechas.
Por otro lado, no existen estadísticas confiables sobre el porcentaje de objetores de conciencia. En Bitter Winter contamos sus historias, ya que son personas perseguidas a causa de sus elecciones religiosas. Sus derechos humanos y su libertad religiosa no son menos dignos de protección que los de otras minorías perseguidas. No obstante, no podemos afirmar que la mayoría de los sacerdotes y obispos chinos que no formaban parte de la APCC antes del acuerdo son objetores de conciencia. Tampoco podemos negarlo. Simplemente, no contamos con datos confiables.
Una cuestión de principios
Más allá de los acontecimientos cotidianos en China, existe una importante cuestión de principios. Con el Concilio Vaticano II (o tal vez incluso antes), la Iglesia católica ha aceptado las modernas declaraciones de los derechos humanos como universales y no supeditadas a la religión y las creencias. En la declaración Dignitatis humanae del Concilio, la Iglesia católica ha afirmado solemnemente que la libertad religiosa es un derecho esencial de todos los seres humanos, basado en su dignidad e independiente del contenido de sus elecciones religiosas. La libertad religiosa, afirma Dignitatis humanae, significa que toda mujer u hombre tiene derecho a tomar decisiones religiosas sin ser hostigados por el Estado. Si bien la Iglesia católica obviamente cree que algunas elecciones son más teológicamente valiosas que otras, exige que los Estados no interfieran en el proceso que conduce a tales elecciones.
En la actualidad, los derechos humanos y la libertad religiosa están siendo atacados. Algunos teóricos políticos musulmanes, rusos y chinos insisten en que los derechos humanos tal y como los conocemos, incluida la libertad religiosa, no son realmente «universales» sino «occidentales» o «estadounidenses». Utilizando diferentes argumentos, afirman que son culturalmente extranjeros y que no son apropiados para los árabes, rusos o chinos.
Estas teorías son incompatibles con la lógica de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, en mi opinión, también son incompatibles con Dignitatis humanae. No obstante, existen católicos adeptos a Putin (en su mayoría de derecha) que creen que Putin tiene razón cuando proclama que Occidente no puede imponerle la democracia liberal y los derechos humanos a Rusia, la cual posee una tradición diferente. Y existen católicos adeptos al PCCh (en su mayoría de izquierda) que insisten en que Xi Jinping tiene razón y que los derechos humanos «con características chinas» son diferentes de los derechos humanos tal como son concebidos en Occidente y consagrados en la Declaración Universal. Los mismos también creen que la libertad religiosa no puede ser la misma en la Unión Europea, Estados Unidos y China. Una universidad del Vaticano ha publicado un libro que incluye artículos que insinúan esta teoría, el cual cuenta con la bendición y el prefacio escrito por el Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin.
El cardenal tiene razón cuando afirma que ninguna iglesia católica local disfruta de ser una iglesia clandestina e, independientemente de las circunstancias políticas, los católicos prefieren no ser perseguidos y operar abiertamente. No obstante, como suele suceder, detrás del problema político subyace un problema teórico. Cuando la Iglesia católica adoptó el sistema de derechos humanos universales moderno, ¿fue un error o fue lo correcto? Si fue lo correcto, ciertamente es posible guardar silencio durante un tiempo sobre ciertas cuestiones en interés de la aplicación de un acuerdo con el PCCh –algo que el Vaticano parece ansioso por hacer– pero debe quedar claro que lo que está sucediendo en China respecto de los objetores de conciencia católicos y los miembros de muchas otras religiones que son perseguidos es moralmente inaceptable. Si declaramos que el apoyo de la Iglesia católica a la universalidad de los derechos humanos fue un error, basado en suposiciones colonialistas y orientalistas, entonces todo el edificio de la enseñanza social católica posterior al Concilio Vaticano II debería ser desmantelado.
Los que no son católicos también tienen derecho a la libertad religiosa
El problema es tanto teórico como político. La noción de libertad religiosa de Dignitatis humanae conlleva entre sus consecuencias que la antigua teoría de libertas Ecclesiae, que implica que lo importante es que la Iglesia católica sea libre sin tener en cuenta la libertad de otras religiones, ya no es una enseñanza católica aceptable. La Iglesia católica de Dignitatis humanae no está contenta solo con su propia libertad y alza la voz cuando algún creyente es perseguido, no para proteger su teología, con la cual los católicos pueden estar muy en desacuerdo, sino la dignidad humana de los que son encarcelados, torturados o asesinados a causa de su fe. Esta doctrina implicaría que los católicos en China, incluso si el PCCh los dejara en paz (lo cual no es el caso de los objetores de conciencia), no deberían estar contentos con esta situación si los protestantes pertenecientes a iglesias domésticas, los musulmanes uigures, los budistas tibetanos o incluso los miembros de Falun Gong o de la Iglesia de Dios Todopoderoso continúan siendo perseguidos. No resuelve el problema sugerir, tal y como hacen algunos periodistas católicos adeptos al PCCh, que todos estos grupos son «extremistas», «terroristas», «agentes estadounidenses», «sectas» o «cometen crímenes». En primer lugar, estas declaraciones son objetivamente falsas. En segundo lugar, si solo un grupo que ha probado no haber cometido ningún delito es perseguido, esto demuestra que la persecución no está motivada por los presuntos delitos sino por el deseo del PCCh de reprimir todas las formas de religión independiente.
Entiendo que, para algunos burócratas del Vaticano, un acuerdo con China es históricamente crucial y muchas cuestiones pueden ser sacrificadas en aras de lograr dicho objetivo. No obstante, la cuestión es si la Iglesia católica, por el bien de este acuerdo, está dispuesta a contradecir y repudiar las enseñanzas centrales sobre la universalidad de la libertad religiosa y su independencia con respecto a teologías y creencias, las cuales ha sostenido consistentemente luego del Concilio Vaticano II y ha defendido vigorosamente contra los críticos «tradicionalistas» de derecha.
También existe otro aspecto del problema. Desde el gran misionero jesuita Matteo Ricci (1552-1610), la Iglesia católica ha creído que, si en China solo las misiones fueran libres, una cantidad sustancial de chinos se convertirían al catolicismo. El libro que cité, el cual es una disculpa del acuerdo entre el Vaticano y China del 2018, admite que en China, el catolicismo no está en buena forma. Mientras que las iglesias domésticas protestantes (y, añadiría, los nuevos movimientos religiosos cristianos tales como la Iglesia de Dios Todopoderoso) experimentan un fenomenal crecimiento, la Iglesia católica se estanca o pierde miembros. La teoría sociológica predice que, cuando un régimen niega la libertad religiosa, las iglesias que apoyan al Gobierno pierden miembros, ya que son percibidas por los críticos del status quo, es decir, por el mismo electorado potencialmente más interesado en la religión, como contrarias a la libertad. El riesgo en China es que una Iglesia católica percibida como adepta al PCCh encuentre su santo grial de libertad religiosa (limitada) para los católicos, solo para descubrir que el grial está vacío y que una Iglesia que se lleva bien con un régimen ateo simplemente no es interesante para la mayor parte de los chinos, quienes buscan en la fe religiosa lo que el Estado-Partido no les puede ofrecer.