Académicos internacionales comienzan a preguntarse si lo que China está haciéndole a los uigures, a miembros de Falun Gong y a otros grupos debería declararse propiamente como genocidio.
por Massimo Introvigne
La comunidad internacional siempre ha sido reacia a utilizar la palabra “genocidio”. Es un concepto legal definido por la ley internacional, con claras consecuencias e implicaciones. Estados y gobiernos culpables de genocidio deberían, en principio, convertirse en parias internacionales y los políticos responsables del genocidio deberían ser responsabilizados y enjuiciados por las cortes internacionales. Por esta razón, es muy significativo que académicos internacionales respetados estén ahora preguntándose seriamente si la persecución de minorías religiosas en China equivale a genocidio.
Dos estudiosos de la Universidad de Manitoba, en Canadá, Maria Cheung y David Matas, junto con el experto legal Richard An y el doctor Torsten Trey, de Doctors Against Organ Harvesting (Doctores contra la Extracción de Órganos), publicaron este año en la revista Genocide Studies and Prevention (Estudios y prevención del genocidio) un artículo que declaraba como “genocidio frío” lo que el Partido Comunista Chino (PCCh) está perpetrando en contra de Falun Gong. Algunos de los autores están asociados con Falun Gong, pero esto no debería impedir a los lectores tomar el artículo en serio. Se ha publicado en la revista revisada por pares de la Asociación Internacional de Estudiosos del Genocidio, uno de los actores más importantes en el estudio académico del genocidio. Además, es un artículo bien investigado que probablemente habría pasado la revisión por pares en muchas otras revistas académicas también.
El artículo se basa en una sólida base teórica y en conceptos presentados por estudiosos del genocidio como Kjell Anderson y Sheri Rosenberg. Los estudiosos separaron genocidio y origen étnico hace mucho tiempo. Una minoría religiosa puede ser blanco del genocidio aun si no se trata de un grupo étnico. Los estudios también han concluido que el modelo usual del asesinato masivo de una población en un periodo corto de tiempo no es la única forma de genocidio. “Genocidio frío” se ha definido como la erradicación persistente de un grupo por medio del asesinato, el encarcelamiento y la tortura a lo largo de un periodo de varios años. Este “genocidio en cámara lenta” ofrece a los perpetradores la ventaja de ser menos evidente. En esta era de comunicaciones masivas, los baños de sangre no pueden ignorarse. No obstante, un plan meticuloso de exterminio llevado a cabo a través de una multitud de ataques que se convierten en una rutina diaria es menos evidente. Incluso los editores bienintencionados dirían a los reporteros que reiterar noticias similares cada semana o durante meses aburriría a sus lectores.
Los autores exponen que el intento de exterminar a Falun Gong es un caso de genocidio frío. Están conscientes de la principal objeción a esta tesis. Algunos estudiosos del genocidio argumentan que el genocidio consiste en la exterminación física, sin alternativas para las víctimas. Si los blancos de la violencia masiva pueden escapar a la persecución al renunciar a sus creencias, no hay genocidio. A diferencia de las víctimas de genocidios indiscutibles como el de los judíos durante el Holocausto, los practicantes de Falun Gong pueden escapar a la persecución al renunciar a su fe. Su situación es más similar a la de los Testigos de Jehová en los campamentos nazis: podrían haber salido de ellos renunciando a su religión (aunque casi ninguno de ellos aprovechó la oportunidad). Algunos estudiosos argumentan que el intento nazi de destruir a los Testigos de Jehová no fue genocidio, ya que, en su caso, los nazis querían exterminar una fe y no a una población.
Los autores argumentan, no obstante, que esta interpretación es “inconsistente” con los travaux preparatoires (trabajos preliminares) de la Convención [sobre el Genocidio]. La inclusión de grupos religiosos como grupos protegidos indica una intención de proteger las creencias religiosas. Siempre puede renunciarse a una religión. Descartar un descubrimiento de intención genocida por el hecho de que a las víctimas se les dio una opción de renunciar niega la protección misma que la Convención sobre el Genocidio tenía la intención de conferir a los grupos religiosos”.
Vuelve a surgir la cuestión en un artículo escrito por la académica británica Kate Cronin-Furman, profesora de Derechos Humanos en el Departamento de Ciencias Políticas en la University College London, y publicado en Foreign Policy el 19 de septiembre de 2018.
Ella analiza los horrores que perpetró el PCCh en contra de los uigures y concluye que equivalen a “genocidio cultural”. Aquí, una vez más, el PCCh no está exterminando físicamente a los uigures. La detención de un millón de ellos en los temidos “campamentos de transformación a través de la educación” y las restricciones sistemáticas a la libertad religiosa tienen como objetivo destruir su identidad cultural como una población suní musulmana. Los uigures que son “reeducados” con éxito y que renuncian a su fe musulmana pueden salir de los campamentos e irse a casa, al menos, teóricamente, ya que seguirán bajo vigilancia y serán arrestados nuevamente si no se comportan.
Cronin-Furman está consciente del hecho de que, para la mayoría de los estudiosos, esto no es genocidio de acuerdo con la Convención sobre el Genocidio. Señalarían que “aunque se discutió con lujo de detalle durante la redacción de la Convención sobre el Genocidio de 1948, la distinción entre genocidio cultural y genocidio físico no se reflejó en el documento final”.
Esto, comenta Cronin-Furman, es solo parte de la historia. “Ella escribe que, en la práctica, esta ausencia no ha sido un gran problema. El tipo de actos que califican como genocidio cultural generalmente ocurren a la par o como precursores de la violencia masiva. Las acciones no violentas emprendidas en la búsqueda de la destrucción de la identidad cultural, por tanto, a menudo sirven como evidencia de una intención necesaria para que una masacre masiva califique como genocidio. Por ejemplo, la violencia devastadora que se desató en contra de los rohinyá por parte de los militares de Myanmar ha venido acompañada por claros esfuerzos por eliminar a las instituciones culturales y a los líderes rohinyá”.
Cronin-Furman tiene dos conclusiones que ofrecer. La primera es que el genocidio cultural es mejor que el genocidio físico para la imagen internacional de un país, pero es peor en términos de su relación costo-beneficio. Un genocidio cultural de la magnitud emprendida por el PCCh en contra de los uigures requiere una enorme movilización de recursos y enormes costos financieros. Además, los resultados son inciertos. Las personas que poseen una sólida identidad religiosa a menudo son obstinadas. La mayoría de los uigures se resisten a la “reeducación”. Y el intento por justificar el genocidio cultural como “guerra contra el terrorismo” también ha sido un fracaso. China mantiene a un grupo de “amigos” incondicionales entre políticos y periodistas occidentales, pero la mayoría de los medios internacionales independientes ya no están creyéndose las noticias falsas sobre la represión de uigures musulmanes con el pretexto de contraterrorismo. Cronin-Furman concluye que un día el PCCh puede darse cuenta de que no existe ninguna otra manera de exterminar el islam de los uigures más que exterminando a los uigures mismos, confirmando, así, el conocimiento expuesto en los estudios sobre genocidio que predice que el genocidio cultural es tan solo el precursor del genocidio físico. Los precedentes, que incluyen la evolución de la Alemania nazi y las campañas antirohinyás en Myanmar, “activaron las alarmas sobre cómo podrían desarrollarse las cosas en Sinkiang. Las acciones de China revelan una clara intención de erradicar la amenaza percibida que la identidad uigur representa para la seguridad del Estado. Actualmente está empleando la estrategia con el más alto costo posible disponible en su búsqueda de este objetivo. Si resulta demasiado difícil, es más probable que recurra a un enfoque más sencillo y no que abandone sus metas… con consecuencias fatales”.
El segundo comentario es que la definición legal actual de genocidio se remonta a 1948. Después de setenta años, debería, tal vez, reexaminarse. Las tecnologías modernas ofrecen a los regímenes totalitarios oportunidades y técnicas sin precedentes para el genocidio cultural, lo cual, tal vez, debería estar explícitamente incluido en una definición revisada.
Tanto el genocidio frío como el genocidio cultural crean nuevos desafíos para los estudiosos del genocidio y para la comunidad internacional de derechos humanos. Esta última tal vez quiera presionar para que estas formas de genocidio sean reconocidas oficialmente por documentos legales internacionales. En este caso, se volvería evidente que el PCCh es culpable del genocidio cultural de los uigures musulmanes y del genocidio frío tanto de Falun Gong como de la Iglesia de Dios Todopoderoso. En este último caso, las estadísticas muestran una magnitud en la persecución comparable al de Falun Gong. Como algunas personas han dicho, desde el punto de vista de la máquina represora del PCCh, la Iglesia de Dios Todopoderoso es el nuevo Falun Gong, lo cual no impide que continúe el genocidio frío de Falun Gong. El caso de Tíbet también debería considerarse, aunque la destrucción de la cultura del budismo tibetano ha seguido un sendero distinto. Haciendo a un lado las cuestiones legales, el genocidio cultural y el genocidio frío son crímenes evidentes en contra de los derechos humanos. La comunidad internacional debería actuar con decisión en contra de sus perpetradores chinos.