Una troika liderada por Riad proporcionará el fallo definitivo sobre el historial de derechos humanos de Pekín, al mismo tiempo que un nuevo acuerdo de cooperación de 28 mil millones de dólares estadounidenses vincula a los dos países.
por Marco Respinti
El 6 de noviembre de 2018, China se sometió a su tercer Examen Periódico Universal (EPU) en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra. El acto final se llevará a cabo dentro de unos días cuando la troika, compuesta por Hungría, Kenia y Arabia Saudita, redacte el informe final. Hungría ya es una parte importante de la «Iniciativa Cinturón y Carretera» en Europa, un continente donde solo unos pocos países se han suscrito a la misma. Kenia depende económicamente de China, en un contexto geopolítico africano en el cual Pekín es muy activo, por no decir algo más. Pero es Arabia Saudita quien puede hacer una diferencia real. Primero, porque es el miembro líder dentro de la troika; en segundo lugar, debido al giro de 180° que el príncipe heredero Mohammed bin Salman bin Abdulaziz Al Saud, ha dado recientemente en relación a Pekín.
Qué es lo que está en juego
Para beneficio de los lectores que pueden haber olvidado lo que está en juego aquí, recordemos que cada cinco años el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas lleva a cabo un EPU del registro de derechos humanos de cada Estado miembro.
La situación de la libertad religiosa y de los derechos humanos en China ha sido terrible desde que el Partido Comunista Chino (PCCh) accedió al poder en el año 1949, pero, luego de los disparates ideológicos implementados por el presidente Mao, el enfoque postmaoísta nunca ha sido tan perjudicial como desde el comienzo de la «Nueva Era» de Xi Jinping. Xi fue elegido Secretario General del PCCh el 15 de noviembre de 2012, y se convirtió (a su vez) en Presidente de la República Popular China el 14 de marzo de 2013. Fue en ese mismo año, en el mes de octubre, que China debió someterse a su segundo EPU. Desde entonces, la marca política de Xi Jinping solo ha empeorado la situación a causa de una represión tras otra, restringiendo el papel de las ONG en lo que respecta al apoyo de sociedades civiles en China; introduciendo nuevas medidas de «defensa nacional» que solo apuntan a reprimir las libertades individuales y civiles; una obsesión por la seguridad cibernética cuyo objetivo es controlar a todos en el país; un sistema de «crédito social» creado para registrar y controlar a los ciudadanos; en una palabra, falta de libertad para todos. «Human Rights in China” (Derechos Humanos en China), una ONG china fundada en marzo de 1989 por estudiantes y científicos chinos en el extranjero, ha realizado un seguimiento de este deterioro como un recordatorio para los países encargados de examinar a China a fines de 2018.
El 6 de noviembre de 2018, China fue puesta en el punto de mira cuando varios países, incluido Estados Unidos, denunciaron su precario historial en materia de derechos humanos. Luego del debate, la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, en su acreditado resumen de las contribuciones de las ONG para el EPU de China, denunció espectaculares violaciones contra todos los principales derechos humanos, entre los que se incluía la libertad religiosa. El resumen dejó ver, entre otras cosas, que el horror de los campamentos de transformación por medio de educación para uigures continúa, que “[…] la legislación china negaba la libertad de religión y de creencias, ya que en el artículo 300 del Código Penal de China se estipulaba que la participación en grupos clasificados como xie jiao era un delito castigado con una pena de prisión de tres a siete años, como mínimo”, y que “[…] las actividades de vigilancia, detención y persecución llevadas a cabo por el Partido Comunista Chino habían causado que al menos 500 000 cristianos de la Iglesia de Dios Todopoderoso huyeran de sus hogares y que se destruyeran varios cientos de miles de familias”. Sea cual sea el informe de la troika, este documento permanecerá registrado en la historia. No obstante, la troika, liderada por los poderosos saudíes, tiene ahora la oportunidad de minimizar su impacto y, a medida que pase el tiempo, hacer que la mayor parte del mundo lo olvide.
Geopolítica y dinero
Esto no es un prejuicio imprudente o malicioso. Es justo lo que el príncipe saudí bin Salman ha anticipado, afirmando que Arabia Saudita realmente está a favor de mantener a los musulmanes uigures confinados en los campos de concentración porque hacerlo es necesario para… la desradicalización.
Aquí no existe solidaridad islámica, ni simpatía por los correligionarios detenidos y maltratados. Los musulmanes de Riad simplemente les están dando la espalda a los musulmanes de Sinkiang. Esto puede ser ciertamente visto como un golpe dirigido a Turquía, la cual recientemente ha sido bastante ruidosa al denunciar a China en favor de los uigures, un pueblo túrquico, en represalia por la evidente guerra que Ankara está luchando contra Riad por la hegemonía en el mundo sunita. No obstante, es bastante extraño. Todo el asunto está llevando a Arabia Saudita hacia el lado geopolítico de China, que a menudo es el lado de Rusia y, en consecuencia, el lado del segmento chiita del mundo musulmán. Por consiguiente, Riad está alejándose objetivamente de Estados Unidos, el cual, bajo la presidencia de Donald J. Trump, se alió con el segmento sunita del mundo musulmán hegemonizado por Riad en oposición a Rusia y a sus aliados chiitas (y China). En el otro extremo, el silencio de los saudíes sobre lo que está sucediendo con los uigures, y la defensa de estos por parte de Turquía, está alejando lentamente a los últimos, al menos, de los amigos de Rusia, entre los cuales China ocupa un lugar preponderante. Algo bastante extraño, ya que, en varias oportunidades durante los últimos años, Turquía se había aliado con Rusia (luego de casi ir a la guerra en su contra) y así, a pesar de ser un país sunita, con el «bloque chiita» (aunque de todos modos siguen compitiendo con los saudíes por la hegemonía sunita).
Sin embargo, la rivalidad con Turquía es un argumento demasiado débil como para explicar la aprobación de los saudíes de un crimen masivo como lo es el encarcelamiento ilegal de un millón de uigures. El príncipe bin Salman puede estar listo para perder su credibilidad ante el mundo musulmán al aceptar las noticias falsificadas relacionadas con terrorismo en Sinkiang difundidas por el régimen del PCCh y la criminalización gratuita de todo un pueblo musulmán llevada a cabo por Pekín, pero el beneficio debe ser más que sustancial.
Y aquí es donde la «Iniciativa Cinturón y Carretera» entra en escena una vez más. Habiéndose convertido en blanco de las críticas luego de la cruel muerte del periodista liberal saudita Jamal Ahmad Khashoggi (1958-2018) en el Consulado General de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, el príncipe bin Salman, luego de un período de bajo perfil emergió en el escenario internacional a través de recientes viajes a Asia, los cuales fueron promovidos con estilo rutilante. La última parada del viaje fue Pekín, donde, el 22 de febrero, el Príncipe se reunió con Xi Jinping. Tal y como lo expresó U.S. News & World Report, «Durante la visita, Arabia Saudita firmó 35 acuerdos de cooperación económica con China por un valor total de 28 mil millones de dólares en un foro de inversión conjunta, según afirmó la agencia estatal de noticias saudí SPA».
Un cambio espectacular y un futuro preocupante
El anteriormente mencionado «caso Khashoggi» es relevante aquí porque es una punta clásica del iceberg de las cuestiones de derechos humanos en Arabia Saudita.
El príncipe bin Salman ha estado jugando la carta de renovación y modernización desde el 21 de junio de 2017, cuando fue nombrado heredero al trono por el rey Salman bin Abdulaziz Al Saud, su padre. Con la intención de presagiar su futuro reinado, el príncipe heredero ordenó reformas tímidas, a menudo marginales, intentando dar forma a una nueva imagen pública para su país. Pero las críticas al historial de derechos humanos de Riad nunca han cesado. Y últimamente, sus esfuerzos han sido completamente arruinados por la muerte del Sr. Khashoggi y el papel poco claro que el Príncipe y/o su séquito pueden haber tenido en la misma.
Molesto por las críticas relacionadas con los derechos humanos y por las investigaciones anticorrupción llevadas a cabo en Occidente, el Príncipe considera que el escudo que le otorgó Trump (también en el «caso Khashoggi») ya no es suficiente. Esto demuestra el espectacular giro que dio Arabia Saudita con respecto a China. Si Pekín intentara y lograra abrir un diálogo entre Riad y su archienemigo Bashar Hafez al-Assad de Siria (un país donde China ya está presente, pero sobre todo, Rusia también), ¿esto daría lugar a un cambio aún más espectacular? La respuesta es algo que solo la bola de cristal de la «Iniciativa Cinturón y Carretera» podrá decir.
Por el momento, es suficiente lo que The New York Times ha publicado en línea el 20 de febrero y, dos días después, en la primera página de su edición internacional en papel. Primero, «China no ha emitido opinión sobre el asesinato del Sr. Khashoggi, al mismo tiempo que Arabia Saudita no ha criticado el confinamiento masivo llevado a cabo por China de miembros de su minoría musulmana«. Segundo, «la cooperación china-saudí ya se ha trasladado a nuevos campos. En el año 2017, los dos países acordaron abrir una fábrica en Arabia Saudita para construir drones chinos. Y el año pasado, China lanzó dos satélites de observación para Arabia Saudita».
Dado que la prioridad está centrada en la economía, y tanto Riad como Pekín ignoran las prácticas de derechos humanos del otro, ¿cuál será el resultado del Examen Periódico Universal de Pekín liderado por Riad?