En el año 2019, el mundo celebra el 30.o aniversario de la Protesta de la Plaza de Tiananmén de 1989. No obstante, pocos se dan cuenta de que lo que ocurrió en aquel entonces determinaría el destino de la religión en China durante los próximos 30 años.
por Massimo Introvigne
Esperamos una gran cantidad de celebraciones para el 30.o aniversario de la Protesta de la Plaza de Tiananmén, más conocida en China como el Incidente del 4 de junio (六四事件). La Protesta inició el 15 de abril de 1989, cuando estudiantes y otros manifestantes se reunieron en la Plaza de Tiananmén en Pekín, exigiendo libertad de expresión y democracia. Varios académicos creen que hubo aproximadamente un millón de estudiantes involucrados, ya que también se desarrollaron protestas paralelas en cientos de ciudades chinas. El Partido Comunista Chino (PCCh) se sintió sumamente atemorizado por las protestas, particularmente porque los movimientos paralelos que se estaban desarrollando en Europa estaban destruyendo a la Unión Soviética y a otros regímenes comunistas. A pesar de haber sido frecuentemente aclamado en Occidente como «moderado», el líder del PCCh, Deng Xiaoping (1904–1997) ordenó la supresión militar de la protesta. La tensión aumentó hasta que, entre el 3 y el 4 de junio de 1989, las tropas abrieron fuego contra los estudiantes. Cuántos de estos últimos murieron es una cuestión controversial entre los historiadores. El gobierno estadounidense estimó que fueron aproximadamente 10 000, mientras que el PCCh afirma que solo unos cientos de estudiantes murieron, junto con 23 policías y soldados.
En Occidente, los académicos han analizado durante mucho tiempo las causas de la protesta. La interpretación académica prevaleciente es que las reformas económicas efectuadas por Deng generaron la ilusión de que todos podían llegar a ser ricos, así como también expectativas poco realistas de que una economía capitalista conduciría a una democratización de China. La corrupción generalizada concentró la riqueza en manos de una minoría sin democratización alguna, lo cual provocó que intelectuales y estudiantes se unieran para protestar. Los académicos también reconocen que lo que estaba sucediendo en la Rusia Soviética y en Europa del Este jugó un papel importante, a pesar de que la importancia de este factor es un tema de debate.
Las relatos generales de Tiananmén tienden a centrarse en factores económicos y en el movimiento a favor de la democracia. Pocos reconocen los cruciales vínculos entre Tiananmén y la religión, y existe el riesgo de que los mismos se pierdan en las celebraciones del 30.o aniversario, a pesar de que actualmente existen sólidos trabajos académicos relacionados con estas conexiones.
Las conexiones son de tres tipos diferentes. La primera es que varios de los estudiantes pertenecían a Iglesias domésticas protestantes, aunque se desconoce el porcentaje exacto de cristianos entre los manifestantes y este puede haber sido exagerado tanto por el PCCh como por las fuentes cristianas occidentales.
La segunda, y mucho más importante, es que es generalmente reconocido que Tiananmén fue un factor poderoso para generar un resurgimiento del movimiento de Iglesias domésticas. Las reformas efectuadas por Deng se produjeron luego de los horrores de la Revolución Cultural y, hasta cierto punto, fueron vistas con esperanza por muchos chinos. No obstante, la brutal represión de Tiananmén convenció a muchos, si no a la mayoría, de que el PCCh era incorregible. Como consecuencia de ello, muchos desilusionados con la ideología del Partido buscaron consuelo y respuestas en el cristianismo, principalmente en las Iglesias domésticas. El resurgimiento posterior a Tiananmén fue también el punto de partida para el surgimiento de nuevos movimientos religiosos cristianos, entre los que se incluye la Iglesia de Dios Todopoderoso, la cual creció hasta convertirse en el mayor nuevo movimiento religioso chino junto con Falun Gong.
La tercera conexión de Tiananmén con la religión fue que este evento alimentó un miedo paranoico a la religión entre los líderes del PCCh. El alcance de esta paranoia solo puede ser entendido si se toma en cuenta el contexto internacional. Para los líderes del PCCh, que la Unión Soviética y sus estados satélites pudieran colapsar, y que algunos países anteriormente socialistas estuvieran uniéndose a la OTAN y a la Unión Europea, era algo inesperado y considerado impensable hasta pocos años antes de Tiananmén. Según lo informado por Chan Kim-Kwong y Eric Carlson, el PCCh envió a sus mejores académicos a Europa del Este para comprender cómo todo esto pudo haber sido posible, e informar a Pekín (Libertad Religiosa en China [Religious Freedom in China], Santa Bárbara, CA: Instituto para el Estudio de la Religión Americana, 2005, 19). Ellos llegaron a la conclusión de que la religión había sido el factor más importante en la movilización de las masas contra los partidos comunistas en varios países de Europa del Este; una teoría compartida por varios académicos occidentales, aunque no por todos. Tal y como lo discutió con lujo de detalles Carsten T. Vala en su libro titulado La Política de las Iglesias Protestantes y el Estado del Partido en China: ¿Dios por encima del partido? (The Politics of Protestant Churches and the Party State in China: God Above Party? Londres y Nueva York: Routledge, 2018), el académico del PCCh Gong Xuezeng afirmaría más tarde, en el año 2003 (en el libro Socialismo y Religión [Socialism and Religion]), que los hallazgos realizados por los académicos enviados a Europa se habían convertido en una lectura obligatoria para todos los cuadros en la Escuela Central del PCCh.
En resumen, la nueva generación de líderes del PCCh, aquellos que eventualmente liderarían China en el siglo XXI, creció aprendiendo que el sistema comunista en la Unión Soviética y en sus países satélites había colapsado principalmente a causa de la religión, y que el control y la represión de la religión eran obligatorios para que China evitara padecer el mismo destino. Como señaló Carsten Vala, los discursos sobre religión realizados por Jiang Zemin, quien llegó al poder ocupando el cargo de secretario del PCCh veinte días después de los sucesos de Tiananmén y continuó en el mismo hasta el año 2002, se parecían mucho a los primeros pronunciamientos del Presidente Mao. Y un ideólogo influyente de los primeros años de Jiang, Chen Yun (1905–1995), siguió diciéndole al PCCh que Estados Unidos estaba utilizando la religión para destruir el comunismo en China tal y como lo habían hecho de manera exitosa en la Unión Soviética, Polonia, Afganistán y otros lugares durante las décadas anteriores.
El resultado inmediato de estos temores fue la represión de los uigures en Sinkiang; una creciente presión sobre los budistas tibetanos; una campaña internacional de desprestigio contra el Dalai Lama; un control más estricto y un mayor hostigamiento de las Iglesias domésticas; la publicación de una lista oficial de grupos etiquetados como xie jiao (enseñanzas heterodoxas), considerados tan peligrosos que debían ser completamente prohibidos y perseguidos sin piedad, en el año 1995 (entre los que se incluye la Iglesia de Dios Todopoderoso); y el enfrentamiento de Jiang con Falun Gong y su inclusión en la misma lista de xie jiao en el año 1999.
Tiananmén solo no determinó esta política, pero Tiananmén junto con la interpretación del PCCh sobre el colapso del comunismo en Europa del Este (y los acontecimientos en Afganistán) sí lo hicieron. Sin importar cuál fuera la interpretación de Tiananmén realizada por académicos occidentales, el PCCh nunca creyó que fuera un fenómeno puramente chino o espontáneo. El Partido interpretó a Tiananmén como el capítulo chino de una lucha épica entre «Occidente» (liderado por Estados Unidos) y el comunismo, donde Occidente había logrado destruir a la Unión Soviética y a los regímenes comunistas de Europa del Este, y China había resistido como la única fortaleza representante del marxismo que quedaba en pie. El PCCh también creía que la principal herramienta de Occidente en esta batalla cósmica era la religión y que, si no se tomaban una mayor cantidad de medidas contra la misma, China compartiría el destino de la Unión Soviética y sucumbiría.
No importa si esta interpretación de Tiananmén fue cierta, la mayoría de los académicos occidentales dirían que no lo fue. Es mucho más importante que el PCCh creyera fervientemente en ella y actuara como si fuera verdad. Líderes como Xi Jinping se formaron en cursos y aulas donde esta interpretación de los eventos de 1989 era enseñada como un dogma.
Para el PCCh, nada es más importante que preservar su poder. Si bien algunos solo pueden estar preocupados por su propio poder y por sus privilegios personales, para los verdaderos creyentes, la ideología es una forma de religión atea, y salvar al PCCh significa salvar a todo el universo. Los mismos aprendieron del Presidente Mao que la cantidad de vidas humanas que se sacrifiquen en aras de lograr este objetivo no es importante. Y aprendieron por medio de su propia interpretación de los eventos de 1989 y de Tiananmén que salvar al PCCh significaba tomar medidas enérgicas contra las religiones; conteniendo a algunas religiones y destruyendo a otras. La libertad y las vidas de innumerables uigures y otros musulmanes, budistas tibetanos, cristianos de Iglesias domésticas, católicos hostiles al PCCh, miembros de Falun Gong, de la Iglesia de Dios Todopoderoso, de otros xie jiao y muchos otros, no fueron tomadas en cuenta. Los mismos verdugos que asesinaron (según el recuento más creíble) 10 000 manifestantes en la Plaza de Tiananmén en el año 1989, arrestaron, torturaron y asesinaron a millones de creyentes en las décadas subsiguientes, convencidos de que sus vidas eran prescindibles para lograr el objetivo mayor de salvar al poder comunista chino del poder «malvado» de la religión, la cual había asomado su fea cabeza en la plaza de Tiananmén y había destruido el comunismo en la Unión Soviética y en otros sitios.