Los uigures se reúnen para romper el ayuno de Ramadán juntos y contarle a Bitter Winter cómo el PCCh está destruyendo familias y causando “dolencias espirituales” en su comunidad.
Ruth Ingram
Este año, contra la sombra de un holocausto en su patria, las celebraciones del Iftar llevadas a cabo por la diáspora uigur en Turquía fueron un asunto solemne, pero desafiante. Con el catálogo de mezquitas destruidas, santuarios demolidos sin cesar y amenazas de encarcelamiento casi seguro para cualquiera que observe el ayuno en la provincia, miembros de la comunidad uigur en Turquía apoyan a sus hermanos asediados durante este Ramadán. Tres mil musulmanes uigures y sus hijos, los cuales tienen la libertad de practicar su religión lejos de la desaprobadora mirada de Pekín, se reunieron esta semana al anochecer en Estambul para romper el ayuno.
Junto a una veintena de dignatarios turcos locales y jefes de una amplia variedad de organizaciones uigures, se sentaron en la plaza abierta del Centro de Artes y Cultura de Zeytinburnu, emplazada en un suburbio de Estambul, para comer juntos y recordar a las familias y amigos que dejaron atrás en su patria. La reunión fue organizada y presidida por Hidayet Oguzhan, jefe de la Asociación del Ministerio de Educación y Solidaridad de Turquestán Oriental. El mismo habló animadamente sobre la virtud de celebrar la comida del Iftar y el sentimiento de hermandad que engendró. Junto al alcalde adjunto de Zeytinburnu, Hurshid Bekaroglu, y otras figuras públicas, agradeció a Turquía por darle la bienvenida a la comunidad uigur y por la solidaridad que sentían como parientes con raíces túrcicas compartidas.
Ninguna familia en esta comunidad tan alejada, compuesta por decenas de miles de personas, ha permanecido al margen de las medidas represivas llevadas a cabo en su patria, y un profundo sentimiento de dolor, indignación y tristeza mancharon una celebración que debería haber estado colmada de alegría. Luego de un día de abstinencia, romper el ayuno en las familias y los vecindarios de Sinkiang solía ser uno de los puntos destacados del calendario. «Esta es la época del año en que tradicionalmente pasaríamos un mes viendo amigos, poniéndonos al día con personas que no vemos a menudo y comiendo alimentos especiales juntos», afirmó Arzigul, una mujer que escapó de Sinkiang junto a sus dos niños pequeños poco después de que su esposo fuera llevado a un campamento hace tres años. «Esta se ha convertido en mi nueva familia», afirmó, agregando que no ha tenido contacto con sus padres o familiares cercanos desde que abandonó su patria. «A veces creo que moriré de tristeza», afirmó. «Pienso en mi esposo a diario y me pregunto qué habrá sido de él. Mis padres y todos mis parientes cercanos se han quedado en silencio y todos están demasiado aterrorizados como para ponerse en contacto. No tengo idea si están vivos o muertos”.
Arzigul teme por el futuro de sus hijos. “Preguntan cuándo su padre se unirá a nosotros y ¿qué puedo decirles? Mi niño pequeño se ha vuelto muy callado. Sabe que algo está sucediendo, pero aun así desea que su papá regrese». «¿Cómo puedo decirle que probablemente nunca lo volveremos a ver?», preguntó.
«Este es el castigo más cruel», afirmó Hatiqe, «privar a los hijos de uno o más de sus padres y separar a las familias». Esta joven madre de tres hijos también se ha llevado a dos niños más, los cuales fueron abandonados cuando sus padres fueron repatriados por la fuerza de Egipto hace tres años. Jóvenes solteros y parejas que estudiaban en El Cairo fueron detenidos repentinamente en el transcurso de dos o tres días, y algunos de sus hijos que no estaban con ellos en el momento de los arrestos, cayeron de la red. «No podía dejarlos allí cuando mi propio esposo también había sido detenido», afirmó. “Nadie sabe qué ha sucedido con esos estudiantes que estudiaban en El Cairo y fueron enviados de regreso a China. Sus hijos ahora son parte de nuestra familia».
Todos, sin excepción, poseen una historia. Hay viudas e hijos que lograron salir de China cuando las medidas represivas fueron impuestas a modo de venganza y sus esposos desaparecieron. Hay niños «huérfanos» que fueron enviados a estudiar, muy frecuentemente el Corán, a Estambul, y que ahora no cuentan con apoyo financiero y, probablemente nunca tengan la posibilidad de volver a reunirse con sus padres. Algunas mujeres, que se quedaron varadas hace unos años mientras realizaban viajes de negocios en el momento en el que Turquía se convirtió en un destino prohibido, incluso están descubriendo que sus esposos han vuelto a contraer matrimonio en su patria y están rehaciendo sus vidas sin ellas.
Hay tragedias donde quiera que mires y crudas emociones apenas disfrazadas bajo la superficie. Enormes cubas del pilaf uigur se cocinaban al aire libre para luego ser comidas con los dedos o recogidas con grandes esferas de pan naan hechas por panaderos especializados de Kashgar, en el sur de la provincia, distribuidas entre las mesas.
Dulces de dátiles y rebanadas de sandía de color rojo brillante procedentes de Irán estaban listos para el momento en que se declarara el Iftar. Los niños se sentían emocionados. Todo había sido preparado para que la fiesta fuera recordada con dicha y felicidad.
Kerem, líder de la comunidad y funcionario del Departamento de Educación Uigur, afirmó que, a pesar de la manifestación externa de festividad, la comunidad se sentía profundamente afectada. El mismo afirmó que hay necesidades por doquier, pero que la mayor «dolencia» era emocional. «Todos están espiritualmente enfermos», afirmó con tristeza. «Es una condición incurable», afirmó, «y no hay un final a la vista».