Risalat, protegida por su pasaporte británico, regresó a Ürümqi en el año 2009, el mismo día en que inocentes uigures fueron masacrados por soldados.
por Ruth Ingram
Una mujer recuerda
Pilas de cuerpos humanos situados al costado de la calle esperando ser recogidos forman parte del perdurable recuerdo que tiene Risalat del 5 de julio de 2009. Pero, de dónde procedían esos cadáveres, quiénes eran y por qué había tantos, repletos de balas y yaciendo inmóviles sobre charcos de sangre dispersos en la calle, fue un macabro misterio que recién pudo recomponer con el correr del tiempo.
En la tenue luz de aquella memorable noche de domingo de hace diez años, apenas se atrevió a creer lo que veían sus ojos mientras miraba a través de una grieta en la cortina desde su ventajosa ubicación en el decimotercer piso. Mientras topadoras y excavadoras aguardaban para palearlos y amontonarlos en camiones, una mujer sola se puso de pie lentamente sosteniendo a su bebé cubierto de sangre. Risalat todavía recuerda el sonido de sus lamentables gemidos.
Más temprano ese mismo día, sin que ella lo supiera, partes de la ciudad de Ürümqi se habían convertido en un campo de batalla. Chinos habían sido masacrados por uigures armados con cuchillos y ladrillos, y eso nadie lo duda. Pero lo que Risalat estaba presenciando, y como se supo más tarde, no podía ser otra cosa que la redada y ejecución llevada a cabo por fuerzas gubernamentales de cientos de supuestos «alborotadores». Desde todo punto de vista, esto sólo podía ser interpretado como una escalofriante venganza posterior a los acontecimientos sucedidos esa tarde, a fin de evitar los inconvenientes que surgirían de un juicio masivo.
Lo que realmente sucedió
Las cifras oficiales de 197 muertos y 1700 heridos tras los disturbios no fueron más que números retocados, dependiendo de si el que relataba los hechos, ese día o un tiempo después, era un uigur o un chino de etnia han. Periodistas que visitaban hospitales esparcidos por toda la ciudad, se encontraban con filas de cadáveres y médicos abrumados por la enorme cantidad de muertos y heridos.
Pero Risalat había sido testigo de algo al margen de las secuelas del caos del día. La misma afirmó que lo que vio fue algo diferente. Esto era muy distinto, afirmó, y equivalía a varios cientos de asesinatos a sangre fría. «Repetido por toda la ciudad, quién sabe cuántos miles podrían haber sido ejecutados», afirmó.
Los visitantes no son bienvenidos
Diez años después, esa espantosa imagen aún no la ha abandonado. Los recuerdos recurrentes todavía le recuerdan lo que vio. Un simple viaje de regreso a Sinkiang para visitar a familiares y amigos, llegando irónicamente ese mismo día, se convirtió en una pesadilla de la que se pregunta si alguna vez despertará.
Tras convertirse en ciudadana británica y recibir su nuevo pasaporte, decidió regresar a su tierra natal por un mes para presentar a sus hijos que nacieron en el exilio y visitar a sus padres. Llegó un cálido día de verano coronado por un cielo azul, dejó sus maletas en el hogar de sus familiares en el centro de Ürümqi, y se preparó para recibir a numerosos visitantes que deseaban darle la bienvenida. Y los mismos llegaron, con regalos y comida en sus manos, con abrazos, sonrisas y relatos pertenecientes a los años que habían estado separados. Fue agasajada como si hubiera sido una amiga perdida hace mucho tiempo. Ese verano, la ciudad se veía particularmente hermosa, recuerda. Al conducir el trayecto desde el aeropuerto, las flores que veía por doquier eran asombrosas, y estaba ansiosa por ver a sus familiares y amigos, degustar el inigualable helado casero, una especialidad de su ciudad natal, y deambular por los muchos mercados nocturnos para volver a familiarizarse con las delicias nacionales, que no pueden ser fácilmente preparadas en su cocina extranjera.
Planeaba quedarse con su hermana en un moderno apartamento en un rascacielos situado en el corazón de un vecindario uigur, no muy lejos del icónico edificio «Rebiya Kadeer», nombrado en honor a la “pesadilla” de Pekín, defensora de los derechos humanos del pueblo uigur y actualmente exiliada en Estados Unidos. El área era una bulliciosa mezcla de carnicerías, panaderías y bazares al aire libre, y Risalat estaba ansiosa por vagar y absorber una atmósfera que la vida en occidente comenzaba a borrar de su memoria. Pero apenas había podido ver a un par de amigos cuando comenzaron a circular rumores de que algo terriblemente malo estaba sucediendo en la ciudad. Las sonrisas pronto se convirtieron en temor, y el peligro de albergar a un «extranjero» en su hogar, aunque fuera un ciudadano chino, se hizo evidente una vez que comenzó a surgir la escala del horror que se estaba desarrollando. Confirmando sus peores temores, aproximadamente a las 5 de la tarde llegó una llamada proveniente del extranjero, preguntando si se encontraba bien. Las noticias de que algo estaba sucediendo ya habían llegado al mundo exterior. Apenas finalizó la llamada, las líneas telefónicas de la casa fueron cortadas, los amigos se marcharon inmediatamente, y ella y sus tres hijos pequeños fueron llevados a una habitación lateral de la que se les ordenó que no salieran.
Posteriormente, las fuerzas occidentales fueron acusadas de despertar descontento y un sentimiento antigubernamental en Sinkiang, y los pasaportes que no eran chinos, aunque pertenecieran a un antiguo ciudadano, quedaron inmediatamente bajo sospecha. «Cuando éramos niños, a Estados Unidos siempre se le echaba la culpa de todo lo malo que sucedía en nuestro país”, afirmó Risalat. A la policía se le había dicho que tuviera cuidado con los infiltrados y periodistas extranjeros. Su llegada ese mismo día pudo haber sido considerada como demasiada coincidencia, y los que la «albergaban» corrían grave peligro. Su hermana le dijo que se mantuviera alejada de la ventana y que no saliera del apartamento por ningún motivo. Nadie debía saber que estaba allí.
Dolorosos recuerdos
Todos tienen sus propios recuerdos de «Qi Wu» (acrónimo de los disturbios del 5 de julio). El mismo fue un momento decisivo en la historia de Ürümqi. Debido a que los disturbios se extendieron al azar por la ciudad, algunas personas pudieron disfrutar de su domingo, felizmente inconscientes de lo que estaba sucediendo. Su día de descanso transcurrió sin incidentes. Recién al día siguiente comenzaron a filtrarse las noticias y surgió la magnitud de la desgracia. Otros quedaron atrapados en la violencia, desencadenada al parecer por la frustración generada por la inacción del Gobierno en relación al ataque perpetuado por obreros chinos de etnia han contra dos de sus colegas mujeres de etnia uigur. Jóvenes procedentes de toda la ciudad se reunieron en la Plaza del Pueblo, pero la pacífica manifestación de estudiantes exigiendo medidas se desbordó cuando varios uigures se infiltraron entre la gente portando cuchillos y cócteles Molotov, siendo esta, al parecer, la mecha que encendió la violencia. La multitud de manifestantes se convirtió en una turba que se desplazó frenéticamente por toda la ciudad.
Algunas personas pasaron la tarde atrapados en autobuses en llamas, o forzados a huir para salvar sus vidas, escondiéndose detrás de las fachadas de tiendas cuyos dueños fueron compasivos. Historias de gran valentía surgieron cuando uigures alojaron a chinos de etnia han en sus hogares, y chinos de etnia han dieron refugio a uigures que se hallaban en la línea de fuego. Cientos de uigures se unieron a la protesta gritando, arrojando ladrillos contra los escaparates de las tiendas, volcando autos y atacando a chinos de etnia han. Las señales de los teléfonos móviles aún no habían sido desactivadas, razón por la cual circulaban por todo el mundo videoclips y fotos que les proporcionaban a los que estaban fuera una horrorosa imagen de lo que estaba sucediendo en dicha zona.
Más tarde en la noche, mientras cenaban, Risalat escuchó un fuerte golpe y disparos. Todos corrieron hacia la ventana y pudieron ver el área colmada de soldados portando armas automáticas. Desde su ventajosa ubicación en el decimotercer piso, todo lo que Risalat recuerda es fila tras fila de compatriotas asesinados, víctimas de los disparos al azar de armas automáticas.
“Vi cientos de cadáveres», afirmó, apenas capaz de contener su dolor diez años después. Durante tres meses no pudo borrar de su mente la imagen de esos cadáveres. «Las imágenes simplemente no desaparecían», afirmó entre sollozos, reviviendo el horror diez después, como si hubiera sucedido ayer. Desde su pequeño y aterrorizado rincón en Ürümqi, presenció la agonía de un día cuya tragedia aún deja cicatrices en los recuerdos de todos los que presenciaron tal violencia.
Estrés postraumático
La misma afirma que constantemente repasa mentalmente los acontecimientos de ese día y trata de darle sentido a todo. Recuerda haber visto esa tarde a un grupo de jóvenes caminando silenciosamente por su bloque de apartamentos en dirección a la Plaza del Pueblo. Un joven uigur blandía una bandera china, pero todos parecían ordenados y pacíficos. «Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que esos jóvenes deben haber formado parte de la multitud que esa tarde se reunió para protestar», afirmó. «Pensamos que era un poco extraño, pero no demasiado hasta que todas las cosas terribles comenzaron a suceder».
Aproximadamente a las nueve y media de la noche, una vez que los disparos parecieron disminuir, una de sus primas decidió salir a dar una recorrida. Diez minutos más tarde regresó, gimiendo y golpeándose el pecho. Aparcados a la vuelta de la esquina, había dos enormes camiones rebalsando de cadáveres. «Estamos perdidos», gritó. «¿Cuándo vendrán también por nosotros?», preguntó. Se oyeron más disparos de armas automáticas. Nadie pudo dormir. Aproximadamente a la una y media de la madrugada, un inquietante «¡Allahu Akbar!» resonó a través de altavoces en la calle de abajo. Pocos minutos después, se oyeron disparos más rápidos producidos por ametralladoras. Esta había sido una trampa de la que Risalat se dio cuenta más tarde, ideada para atraer a los «alborotadores» que quedaban a las calles. Este mismo escenario se repitió media hora después. Más disparos.
Al poco tiempo todo se calmó y tomaron coraje para mirar a través de las cortinas. Todo el lugar estaba colmado de vehículos policiales y del ejército, y todo lo que se podía escuchar era el ruido de las mangueras de alta presión limpiando edificios, calles e incluso árboles. «Recordaré ese sonido hasta el día de mi muerte», afirmó. «Cada rastro de sangre y restos humanos fueron limpiados. Durante la noche, se escuchó un sonido sibilante durante horas».
El día siguiente amaneció en un silencio mortal. «La gente estaba aturdida y todos estaban demasiado atemorizados incluso para hablar sobre esa sombría noche con sus vecinos», afirmó. Funcionaros pertenecientes al Gobierno local repartieron pan y verduras gratis, y le dijeron a la gente que permaneciera en sus hogares, y el canal del Gobierno estuvo colmado de propaganda antiestadounidense, «antiseparatista», y entrevistas con los «héroes» que se habían levantado contra los separatistas.
Recién unos días después alguien se atrevió a preguntar por los desaparecidos, muchos de los cuales eran hijos o maridos, amigos de amigos o parientes que habían desaparecido esa noche. Hasta el día de hoy, no se sabe qué ha sucedido con la mayor parte de esas personas.
Wang Lechuang, el villano de la historia
Dos días después, Wang Lechuang, el secretario del Partido Comunista de Sinkiang, habló por televisión y reprendió a los uigures. El mismo instó a los chinos de etnia han a vengarse. Y lo hicieron. Armados con mangos de hacha, también arrasaron frenéticamente Ürümqi para vengarse. «Pero, ¿cómo puede un líder hacerle esto a sus ciudadanos?», preguntó Risalat. «Sí, algunos uigures hicieron cosas terribles. Pero, ¿dónde estaban los procedimientos legales? Debería haber habido abogados, acusaciones, casos judiciales y transparencia. Todo lo que vimos desde nuestra ventana fue justicia por mano propia», afirmó.
La pregunta que Risalat se hace diez años después, a la luz de más desapariciones, redadas masivas, campos de confinamiento, tortura y persecución de su pueblo es «¿por qué?”..»¿Por qué estamos pasando por esto otra vez? ¿Por qué el Gobierno Chino quiere destruirnos?»
Su pueblo está destrozado, desgarrado, oprimido y teme ser aniquilado. «¿Es posible que todo un grupo étnico desaparezca?», preguntó. «Este es mi miedo más profundo».